Al mediodía… así deben jugarse hoy los llamados clásicos del fútbol chileno, al mediodía, a plena luz, a una hora prudente para que la policía actúe con tiempo y con mayores herramientas ante posibles ataques de la delincuencia. Porque son ellos, los delincuentes, los que están programando estas fechas de alta convocatoria o –mejor dicho- quienes doblegan a las autoridades del fútbol y de todo el Estado temerosas de su actuar enfundados en camisetas azules o blancas y bajo el rótulo épico de barras bravas.
Y, lejos de ser controlados, estos movimientos que en otros países se han tratado como lumpen organizado, parecen ganar mayor terreno. Incluso en los días previos cuando arengazos o banderazos atemorizan a los ya traumatizados vecinos que tuvieron la desdicha de toparse con los recintos donde entrenan o juegan estos equipos. También consiguen entradas a bajo precio o viajan al extranjero acompañando al equipo de sus pasiones dejando el regadío de vandalismo en otras latitudes.
Impensado disfrutar en familia un evento que por décadas se vio como el encuentro esperado entre los equipos de fútbol de mayor convocatoria. Menos de noche, a la hora de los espectáculos de gala, de los eventos estelares. Porque el fútbol fue tomado por estos sujetos que saltan y gritan aferrados a las rejas, que se apuñalan incluso entre ellos y que disfrazaron la pasión por un deporte con guerras de pandillas que destruyen, asaltan y atemorizan…