Nacida en 1958, la Copa Chile alcanzó a sumar dos ediciones antes de mutar en un engendro. Bien intencionada, la dirigencia creía que un torneo de este tipo integraría territorialmente al fútbol nacional, además de añadir fechas -y borderós- a un calendario que apenas contemplaba partidos “de verdad” entre junio y noviembre. Pero la triste final del ‘59, donde Wanderers goleó a La Serena en un Estadio Nacional semivacío, sepultó para siempre el sueño de tener por acá algo similar a la Copa FA o la Copa del Rey.
Desde entonces, el “otro campeonato” se convirtió en un intermitente cacho que casi nadie nunca se tomó en serio.
Ya en 1960 la Copa Chile no se jugó. En su reemplazo vino el llamado Campeonato de Preparación, definido desde el inicio como una “competencia informal” destinada a probar piezas antes del inicio del torneo oficial. Con ese nivel de seriedad, no es de extrañar que los clubes se lo tomaran a la chacota, llevando a la cancha formaciones compuestas por reservas, juveniles y muchos jugadores a prueba. Lo propio hizo el público, que para estas cosas no es nada de tonto.
Nada ayudó tampoco el enrevesado sistema de competición, que reunió a los 14 equipos de Primera, los 12 de Segunda (incluyendo al Colchagua, ex Deportes San Fernando) y la Selección de Ovalle (que se alistaba a postular al Ascenso). Se les dividió en 9 grupos de 3 equipos cada uno, que jugarían entre sí a partidos únicos; el primero de cada grupo pasaría a instancias finales. Cuento corto: los partidos se jugaban en familia, tanto que la UC y Colo Colo apenas lograron reunir a medio millar de personas en el gélido San Eugenio; cumplida la segunda fecha, los albos y varios más ya habían sido eliminados.
Tan malo era el espectáculo que Antonino Vera se dio el gustito de despotricar contra la cancha del Ferrobádminton, donde se jugó buena parte de este aborto de copa: “A los muchos inconvenientes que tiene este torneo de preparación para pegar en el público, agréguese el de las canchas. Definitivamente San Eugenio no es campo confortable para el espectador. La sordidez del panorama es el peor propagandista del campo de Ferro. Es difícil ver -y nos imaginamos que jugar- fútbol allí, donde la mirada se distrae con el avión que va bajando el tren de aterrizaje y el aplauso se acalla en el estruendo de los trenes, los pitos de las locomotoras y de aquellos mismos aviones que van bajando hacia el inmediato Cerrillos”.
A su juicio, la idea detrás de esta copita en teoría era buena, pero en la práctica ni siquiera les permitiría a los clubes ganar algo de plata. “Puede suceder incluso que resulte peor el remedio que la enfermedad. Jugando, los clubes tienen que pagar sueldo entero a sus jugadores (durante el receso se paga medio sueldo). Ganando partidos, deben pagar premios. Y las recaudaciones registradas, en la mayoría de los casos, no dan para esto, agravándose el problema económico que se trató de solucionar”, planteó.
Al cabo, lo más interesante de esa primera fase se dio en el Norte Chico, escenario del primer clásico de la historia entre Coquimbo y La Serena: ante 5.000 personas, en una verdadera batalla campal, ganaron los “piratas”. ¿Algo más que destacar? La verdad, no.
Fotos: revista Estadio.