Arturo Farías no era un tipo cualquiera. Delantero reconvertido en defensor, fue uno de los primeros zagueros chilenos en entender que -en vez de reventar siempre el balón a cualquier parte- de repente se podía salir jugando. A comienzos de los años ‘50 nadie discutía su capitanía en La Roja; en el Panamericano de 1952 -jugado íntegramente en el Estadio Nacional- fue gran figura del equipo que perdió la final ante Brasil.
Por eso fue tan extraño lo que ocurrió apenas un mes después en ese mismo escenario.
Como parte de la 1a fecha del campeonato nacional, Colo Colo enfrentaba a la Universidad de Chile. ¿Superclásico? Mis polainas: entonces era un partido más, atractivo en el papel pero sin mayor encono entre los rivales. Ese 25 de mayo, 17.006 espectadores fueron testigos de la apertura de la cuenta azul a cargo de Passeiro, enmarcada dentro de un primer tiempo definido por la prensa como “un desagradable peloteo de lado a lado”.
Lo inesperado vino a los 22 minutos de la segunda etapa. Farías le cometió un penal al propio Passeiro, quien encabezaba un contragolpe fulminante; tras desaforadas protestas, el defensa colocolino fue expulsado por el árbitro inglés Charles Mackenna.
Y ahí comenzó el show: fuera de sí, el “Cabezón” Farías se negó a irse. Sus compañeros lo apoyaron, argumentando que el cobro era errado y, por lo tanto, la expulsión no procedía. Hastiado de los alegatos, el réferi partió a camarines; minutos después- creyendo que los albos habían entrado en razón- regresó para que el penal fuera ejecutado. Sin embargo, Farías seguía ahí, muy campante. Ni el director de turno de la ACF ni carabineros pudieron obligarlo a salir de la cancha. Tanta fue la porfía que Mackenna se cabreó y dio por terminado el partido, sentenciando el triunfo de la U a 23 minutos del final.
Pero la chacota no acabó ahí. Sin árbitro en cancha, los 21 jugadores -el amurrado Farías por fin se mandó a cambiar- disputaron los minutos restantes a modo de “amistoso”.
En su crónica del polémico match, la revista Estadio debió subrayar que -por política editorial- no publicaría fotos de los incidentes. Ello no impidió que Julio Martínez condenara duramente el bochorno: “La insólita actitud de Farías es un atentado contra el principio de autoridad que todo deportista debe acatar; una actitud que, por desgracia, encontró respaldo en dirigentes y compañeros del infractor. Colo Colo perdió el partido en ese instante. El público vio defraudados sus intereses, al brindársele veinte minutos finales totalmente intrascendentes, toda vez que el match ya estaba definido oficialmente. Años hacía que no asistíamos a un hecho semejante; no puede aceptarse ni debe repetirse jamás. A las autoridades corresponde ahora tomar las medidas necesarias en resguardo del prestigio de una competencia cuyas pretensiones son serias, y los intereses del público que es, a la postre, el que la financia”.
Y en efecto, el castigo contra el iracundo Arturo Farías fue severo: la propia dirigencia colocolina, muy compungida, lo mantuvo 10 fechas jugando por la reserva.
Fotos: revista Estadio.