El Te Deum… Esta es una de las ceremonias más longevas y enraizadas a la tradición de este país que comienza en los albores de la incipiente República de Chile. La explicación del por qué es lógico que el Estado le dé gracias al creador por el devenir de la Patria es de perogrullo si nos situamos en los comienzos del S.XIX con un país manejado por elites adineradas y clericales. El Poder de la Iglesia católica en el Tercer Mundo, sin embargo, se manifestó en pocos países con la misma fuerza que acá con esto de hacer una ceremonia por siglos donde el Presidente de la República asistió como tal a esta manifestación del catolicismo. De hecho, en pocos países existe esta tradición llamada Te Deum. Ni con la separación del Estado y la Iglesia en 1925 se pudo dejar de lado y el Presidente Allende apenas logró darle el apellido de ecuménico para sumar a ella otros credos religiosos. Y si esto es parece inentendible en la modernidad de un Estado laico, menos se entiende que paralelamente a este Te Deum ecuménico se haga otro más y con la presencia de nuestras más altas autoridades de la República en su calidad de tales, y ese es, el Te Deum evangélico, instaurado no en los albores de la Patria, sino en los primeros años de la dictadura de Augusto Pinochet.
El Te Deum evangélico es una afrenta a los principios laicos, una extemporaneidad inexplicable que le da poder a un credo sobre los otros, a un credo, el evangélico, que a la luz de lo ocurrido el fin de semana, está dominado por un grupo de líderes fanáticos y fundamentalistas que no conocen del respeto de las autoridades terrenales talvez afiebrados por su pauta valórica del más allá.
El Te Deum evangélico debe terminar como tantos legados que nos dejó la dictadura y que no hemos tenido el coraje, como ciudadanos, de detener en pro de un Estado que les pertenezca a la forma de pensar, creer o no creer, de todos los chilenos…