«Star Wars» es una religión. Una tradición y una esencia que traspasamos de generación en generación. Tengo 36 años y mi primera vez con la trilogía original fue en televisión abierta siendo un niño en los 80. Repitiéndomelas grabadas en VHS dobladas primero, subtituladas después. Me emocioné en el cine con la edición especial de 1997 y fui a ver las precuelas en su semana de estreno. Por supuesto, vibré a tope las experiencias del Episodio VII y de «Rogue One«. Creo en la Fuerza y también creo que #TodoTieneQueVerConStarWars. Pero nada, absolutamente nada de lo que viví con la saga en mi vida me preparó para su Episodio VIII, un capítulo en esta bella historia que no dejará indiferente a nadie. Y que, de entrada, puedo asegurar que está en el Top 3 de las películas de toda la saga, detrás de «The Empire Strikes Back» y «A New Hope«.
Tras su estreno de hace tan solo unos días, queda claro que «Star Wars: The Last Jedi» representa un golpe duro a todo lo que hemos seguido y tenido fe de lo que significa «La Guerra de las Galaxias». No es un relato que se haga cómodo y debe ser lo más cercano a la épica dentro de toda la saga. Como experiencia en una sala de cine, es tremendamente entretenida. La mano de Disney ha calado hondo en la manera en que recibimos estos nuevos relatos. Habrá chistes que ayudan a dar un quiebre de relajo y, desde que «Star Wars» es «Star Wars», habrá personajes y elementos que se convertirán en los juguetes que compraremos y en los videojuegos que nos meterán de lleno en cualquier batalla espacial. Y esto no tiene nada de malo mientras no interfiera en el núcleo de la propuesta, como pasa en esta entrega a cargo de Rian Johnson.
Y es la mano de Johnson, a quien conocimos en la notable «Looper» y en los mejores capítulos de «Breaking Bad», la que hace toda la diferencia en «Los Últimos Jedi«. En gran parte de esas dos horas y media que nos presenta en pantalla grande, el Episodio VIII se siente como si fuese una película de autor. El realizador se toma todas las atribuciones que jamás imaginamos que podría tener. Y se echa al hombro la misión de dar relevancia necesaria a los personajes que están tomando el relevo, los que nos presentó «The Force Awakens» de JJ Abrams. Y les saca trote, mucho más de los que el discípulo de Steven Spielberg pudo hacer, especialmente a Rey y Kylo Ren, que crecen de una forma que no esperaba que lo hicieran. Son antagonistas con múltiples capas, complejos, con muchos grises y puntos en común. En «The Last Jedi» me importan mucho más que en «El Despertar de la Fuerza», convirtiéndose en uno de los puntos fuertes de toda la película. Es su trilogía y nos queda claro, a pesar de que Carrie Fisher nos entrega a una Leia sólida que vemos por última vez (ya sabemos que Lucasfilm no la agregará en el Episodio IX) y al Luke Skywalker de Mark Hamill que solo ha crecido fuera de pantalla. Esa pose sin palabras al cierre del Episodio VII fue solo el comienzo de lo que nos da en esta entrega, una actuación que quizás puede ser la mejor de su carrera, y que da orgullo al niño que siguió el viaje del héroe en su momento justo. Y muchas de las secuencias que el director nos presenta están fácil dentro de lo mejor que hemos visto en toda la saga.
Sí, hay familiaridad en «The Last Jedi«, pero no hay espejo ni ecos directos de la historia que todos conocemos. Y este es el punto que nos tendrá debatiendo por mucho tiempo: el riesgo. No es fácil llegar al universo de “Star Wars” y romper con prácticamente todas las reglas, nociones y convicciones que tenemos sobre este. Acá Rian Johnson se la jugó por completo y el resultado es para aplaudir de pie cada vez que nos repitamos la película. El salto al vacío al dejar de lado la «zona segura» y destruir tradiciones es lo más sano que le puede pasar a este universo que conocemos de toda la vida. No tiene por qué ser como la casa en la que nos criamos, sino el mundo en el que todo debe transformarse. Los códigos están para dejarlos de lado y abrazar lo desconocido, esa es la clave de la evolución, es lo que hizo que la música popular creciera durante décadas, es lo que cada expresión artística debe abrazar si no quiere convertirse en un elefante inamovible. «Star Wars» es sagrado para muchos de nosotros pero, ¿acaso queremos ver los mismos ciclos para toda la vida? El propósito de mirar hacia el horizonte es hacerte cargo de tu presente y tomar el pasado como inspiración pero no como una guía a la que no puedas cambiarle una sola palabra. Y esta película nos da una clase magistral sobre cómo romper nuestro pasado. Es necesario hacerlo para poder convertirnos en lo que queremos. Es la esencia que no debemos perder.
Esta fuerza motora de la cinta la perfila con fuerza como una película independiente de la epopeya de «Star Wars». El factor sorpresa que nos pilla desprevenidos está siempre a la vuelta de la esquina en este Episodio VIII, remeciendo toda nación que creíamos tener de esta galaxia lejana, muy lejana que nos rodea y nos une. Que amamos desde siempre y a la que le agradecemos por renovarnos la fe rompiendo lo pasado. El futuro es el camino. Lo desconocido es lo que nos debe impulsar para seguir sumergiéndonos en este universo. Ese es el espíritu que tiene que ser llevado como una bandera. El riesgo como una religión.