MALDITO ROCK AND ROLL

«Solo: A Star Wars Story»: amor por el matiné por sobre todas las cosas

El nuevo spin off de la saga nos recuerda el motivo del por qué vamos a una sala de cine.

Hector Muñoz |

El nuevo spin off de la saga nos recuerda el motivo del por qué vamos a una sala de cine.

Por Héctor Muñoz Tapia

La preocupación por «Solo: A Star Wars Story» siempre estuvo latente, pero desde fines de junio del año pasado se agravó hasta llevarnos a un punto de incertidumbre de la que difícilmente se podía salir. En ese momento, los directores Chris Miller y Phil Lord fueron despedidos por Lucasfilm por serias diferencias creativas, dando paso a la llamada de auxilio a Ron Howard, realizador con una manera clásica de trabajar en películas, para una garantía de viabilidad. El barco se iba hundiendo y los fanáticos en todo el mundo bajaron sus expectativas por la cinta que esta semana llegó a los cines de todo el mundo.

Pero al minuto de entrar a la sala de cine, y ver en la pantalla más grande que la vida misma el eterno «A long time ago in a galaxy far, far away…», todo ese ruido desaparece y nos sumergimos en otro mundo, en el que «Star Wars» nos ha mostrado desde hace cuatro décadas. Uno con sus propios códigos que despierta una pasión tan fuerte que nos acompaña durante toda la vida, y que nos tiene con los ánimos elevados con esta rutina de una película por año desde que Disney tomó las riendas. Antes se esperaban años completos, ahora tenemos una cada temporada. Y se festeja como cada primera vez con La Guerra de las Galaxias.

Y cómo no íbamos a celebrar con la posibilidad de ver un relato que diera cuenta de la juventud de uno de los personajes más queridos de toda la saga. El que no tenía ninguna conexión con la Fuerza. El que no era especial ni tenía una tradición familiar. El canalla, el contrabandista con un carisma gigante, el cínico que no cree y que igual se suma a una causa. Han Solo representa el personaje con el que más nos podemos identificar precisamente por sus carencias, es el más humano de los personajes de la primera línea de «Star Wars» y que pasó a la historia gracias a Harrison Ford. Una marca que era difícil de emular. Pero, ¿era necesario replicarlo? Las dudas siempre rondaron a la elección de Alden Ehrenreich, pero en la cinta se luce y logra dar con el personaje sin imitar al ícono que lo interpretó antes. Hay muchas sutilezas que te demuestran que logró el cometido y nos deja tranquilos por ese lado.

Curiosamente, el hype jugó en contra del Lando Calrissian que nos trae Donald Glover. Y no es por su desempeño, que es sencillamente brillante y con su propia mirada canalizando el encanto que le imprimió originalmente Billy Dee Williams. Simplemente, no se roba la película como otro que sí nos sorprende: si esta no fuese la película de Han Solo, perfectamente podría ser la de Chewbacca. El querido wookie se luce en cada una de las secuencias de las que es parte, manteniendo intacta la química con el protagonista de este relato. Chewie tiene una luz que siempre supimos que estaba y que al fin pasa al reflector con justicia. Y da gusto verlo desde el primer segundo. Como también a Woody Harrelson haciéndolas de una especie de mentor que, en el fondo, es muy Woody Harrelson marca registrada.

Pero todo esto se iría al carajo de no ser por ese elemento esencial que una película de esta estatura jamás puede perder: entretener. Y vaya que lo logra, con equilibrio entre secuencias de acción increíbles y magnéticas con otras donde, es cierto, el ritmo baja y tambalea, pero se hace necesario. Es un genuino western en el espacio, ni más ni menos. Sin presencia de la Fuerza. Sin caballeros Jedi. Sin elegidos ni dinastías familiares. Sin realeza ni élites. Acá manda el crimen organizado, las carencias y los grises, y eso se agradece en una saga que nos dejó más que clara la diferencia entre el bien y el mal. No importa el honor ni la tradición, solo se trata de sobrevivir.

Contra todas las posibilidades y las aprensiones del proceso, «Solo: A Star Wars Story» navega por los mares de la incertidumbre de expectativas y se muestra como una verdadera carta de amor por el cine de matiné salvada por el oficio de Howard tras el lente y un elenco que cumple con eficiencia, poniéndote una sonrisa de oreja a oreja todo el tiempo. Y eso no es menor en un mundo donde la fanaticada dura de la saga actúa como si le rompiesen el corazón porque les tocan cosas sagradas cuando nada lo es. La clave de todo esto es que jamás se pierda el norte de contar estas historias con cariño. Mientras siga pasando, todo andará bien.

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