Un repleto Teatro Caupolicán fue parte de una catarsis en una liturgia donde la oscuridad y la salvación van de la mano en uno de los mejores shows del año.
Por Héctor Muñoz Tapia
Fotos: Roberto Vergara
No hay nada que te prepare para ver a Nick Cave & The Bad Seeds en vivo. Por más que revises videos en YouTube y que leas comentarios de sus conciertos por el mundo, tienes que estar ahí para realmente comprenderlo. Y quizás no logres entenderlo porque es tan fuerte lo que te golpean esas 2 horas y 15 minutos de liturgia que no sabes si salir convertido a una nueva religión o comenzar una revolución. O simplemente agradecer a la música por darte la oportunidad de tamaña epifanía.
Es cierto, cuesta encontrar las palabras cuando la liturgia llega con igual intensidad a todos los que repletan el Teatro Caupolicán la noche del viernes 5 de octubre. Desde las primeras filas de unos asientos que no fueron necesarios desde el primer instante del arranque del show hasta la última fila de la galería, que te permitía mirar la catarsis con perspectiva. Aun así, todo lo que imaginaste se destruye cuando el reloj marca las 21:15 y se apagan las luces para mantener una ambientación con sombras para la llegada en escena de los seis músicos de los Bad Seeds y el arribo de Nick Cave, el poeta maldito que a sus 61 años viene saliendo de la pena más profunda que un ser humano puede experimentar. Cave no se echa a morir y prefiere exorcizar todos los demonios, partiendo por los propios. Recorre el escenario de principio a fin, nunca deja la primera línea y estrecha manos y cruza miradas con el primer sector que ya perdió todo tipo de formalidad.
“Jesus Alone”, “Magneto” y “High Boson Blues” son la triada de partida, anclado en su presente, subiendo la intensidad hasta el primer estallido de la mano de “From Her To Eternity” y ”Do You Love Me?”, cortes con más de dos y tres décadas en los que Cave se transforma y arrasa con todo frente a él, un huracán que también da su lugar a Warren Ellis, quien es capaz de aplicar un torbellino de energía a la guitarra y al violín o tomar el piano para alcanzar una sutilidad que se agradece. Tan protagonista como el cantante, su principal socio recibe uno de los vítores más grandes de la velada. Y mucho cariño, del mismo que se puede ver cuando una chica se sube a abrazar a Nick Cave, viene el guardia a sacarla y el cantante lo abraza a él también. En la comunión caben todos y ese breve momento fue la prueba de ello.
“Loverman” da paso a un gran momento con “Red Right Hand”, las luces rojas y la certeza de estar frente a un clásico indiscutido, tan solo para dar paso a la emoción pura con la preciosa “The Ship Song” y la intensa “Into My Arms”. La liturgia avanza y ya es una masa de gente agolpada frente al escenario la que mantiene sus brazos extendidos para un contacto directo con el pastor Cave, que trae a colación en su sermón relatos de infierno, el diablo, los bares, la redención, la rabia, la inevitabilidad y la realidad. Un mundo que se nos abre por completo con una banda que mantiene el pulso y desafía las formas en diversas muestras como “Shoot Me Down”, “Girl In Amber” y “Tupelo”, otro de esos momentos donde el frontman invita al escenario a dos chicas para bailar y compartir. Acá queda claro: mejor no saques el celular delante de Nick Cave, solo déjate llevar.
Vamos por la hora y media de set, pero se sienten como 5 minutos. La misa de ultratumba resuena fuerte con “Jubilee Street” y en “The Weeping Song” llega la locura. El pastor Cave camina entre sus fieles y canta con ellos. Se baja del pedestal y comparte al mismo nivel. Hay abrazos, besos y mucha energía. Son destellos que sanan cualquier aflicción y nos deja directo cerca del final con un grupo considerable de fans aguerridos en las primeras filas subiendo al escenario para “Stagger Lee” y “Push The Sky Away”, una hipnótica y una de comunión para compartir con Nick Cave y los Bad Seeds en el mejor puesto del Caupolicán y sellando un set que tuvo un bis con “The Mercy Seat”, “City Of Refuge” y “Rings Of Saturn”.
El pastor Cave agradece en clave de góspel y la banda lo secunda hasta el último instante, dejándonos a todos con las ganas de otro sermón más. Uno para el cual no tengamos que esperar otros 21 años. Tenemos la fe renovada y ansiamos una nueva liturgia, donde no existe el ahora y pasamos a otra dimensión. Una verdadera epifanía que ya se inscribe como uno de los mejores shows del año.