MALDITO ROCK AND ROLL

RESEÑA // Herbie Hancock, me das risa

Cuando no te cabe en la cabeza lo que está pasando, no te queda otra que reír. Repasamos el show de Hancock y compañía en el Teatro Caupolicán.

Equipo Futuro |

Cuando no te cabe en la cabeza lo que está pasando, no te queda otra que reír. Repasamos el show de Hancock y compañía en el Teatro Caupolicán.

Por: Iván Rimassa

Fotos: Roberto Vergara


A Chile Herbie viene a experimentar.

La primera vez que vino a Chile fue en 1988 y junto a Chick Corea (otro astro con quien 10 años antes grabaría un disco). El 2013 incluyó en la alineación al tablista Zakir Hussain. Este lunes tocó en Chile y sólo uno de los 4 músicos que lo acompañaban es regular secuaz de Hancock.

Claro, el Watermelon Man no tiene una banda, una formación clásica. Fue parte de una, sí, con el segundo quinteto de Miles, pero como solista suele ir rotando. Pero igual hay épocas, y los últimos años sus cómplices han sido Vinnie Colaiuta (batería), Lionel Loueke (guitarra), Terrace Martin (teclados) y James Genus en el bajo. Sólo este último lo acompañó en su más reciente show en Chile.

Habían dicho, eso sí, que Colaiuta -leyenda viva de la batería que ha sonado en, siendo modestos, 800 discos- venía, pero no. En las redes varios celebraron cuando lo anunciaron, pero no. Pocas semanas antes del show se baja por problemas de salud y en su lugar asume Justin Brown, que hoy toca con Thundercat. Es la primera vez del joven (34 años, al lado de los 78 de Herbie) baterista tocando con Hancock. Y fue el primero que salió a las 21:20, cuando empezó a sonar la música.


Como que empieza a dar miedo.

O no. No miedo, nada que ver, pero te pasas rollos… no sé si les pasa que los primeros segundos de música en vivo los dejan medio mareados, muy en otra (para bien). Así como las pupilas se adaptan a la oscuridad, uno tiene que adaptarse a lo que está sonando. Ya, en ese estado, y en especial cuando se trata de un referente del género, a veces me paso rollos.

Porque -con todo el respeto que se merece Juan Pérez- no estás viendo a Juan Pérez tocar el piano. Una lesera, pero es que siempre se me pasa por la cabeza cuando veo a íconos mundiales en vivo: quizá esta sea la última que lo tengo al frente. Eso pensé el 2013, y menos mal me equivoqué. Ojalá equivocarme siempre.

Parten con una especie de jam que sirve para presentar a Gregoire Maret en la armónica cromática, ya que es el primer solo de la noche. ¿Y qué onda? El hombre domina su instrumento a un nivel que recuerda a los guitarristas más shredders del rock, aunque -claro- con un vocabulario jazz a la altura de Herbie.

En medio de esta improvisación que se sostiene mayoritariamente en una pura nota en el bajo por casi 20 minutos, Hancock insinúa la frase más reconocible de Butterfly, pero sólo para luego seguir con este ir y venir de solos que sirven como primer apretón de manos entre el público y cada uno de los músicos.

A esta jam que funcionó como intro le sigue lo que me gusta llamar la “parte B” de Chameleon (el tema dura como 15 minutos, y justo en la mitad hay un corte que nos lleva a una onda completamente distinta a la que traía la cabeza del tema). Es divertido porque casi digo que es “el hit”, pero con este caballero lo correcto es hablar de standard. Es un concepto jazzero que es distinto al hit, porque habla de una composición que se ha interpretado tantas veces que ya es parte del repertorio obligado que debe dominar cualquier músico.

Y ahora, casi media hora avanzado el show, escuchamos por primera vez la voz de quien lleva harto rato alucinándonos al piano. Hancock intenta un no-tan-básico español suficiente para conectar con un público que no necesitaba escucharlo hablar para ovacionarlo como si se tratara de un Gandhi o Mandela. La chaqueta cuello Mao que llevaba puesta ayudaba a imaginarse esa comparación.

La lista de temas avanza con Actual Proof -infaltable en casi todos sus shows-, Come Running To Me -apoyado por un vocoder- y otra improvisación que algunos dicen sería Watermelon Man. Nunca tocó el lick del tema, así que no creo que sea el caso.

Ya hacia el final del show, Herbie le da un espacio a Michael Mayo, el vocalista que -sin letras, excepto cuando corresponde- acompaña en esta gira al pianista. El aporte de la voz hace que muchos de los temas de Hancock giren hacia un sonido más Pat Metheny Group. Hubiera sido bueno escucharlo más. Si no fuera por su performance en solo (en el siguiente párrafo la mencionamos), habría dejado con gusto a poco. El dato: con Pat Metheny Group, hacia fines de los ochenta, Pedro Aznar figuraba como vocalista y percusionista.

Valiéndose de un módulo de voz que lo ayuda con efectos y un loop, Mayo tributa a Chet Baker armando una orquesta solamente con su voz. Esto es similar a lo que recientemente ha estado haciendo el joven artista Jacob Collier, y que le ha valido el reconocimiento de -hablando del rey de Roma- Herbie Hancock y otras grandes figuras como Quincy Jones, que actualmente lo tiene apadrinado.


Desde hace diez años.

Y no he parado. Ha pasado harto tiempo desde la primera vez que toqué un piano. Partí intentando imitar lo que en ese entonces me parecía imposible. Entre mis primeros ídolos contaba a Herbie, además de varias otras figuras que ahora y también en ese momento estaban muertas. Y uno de los primeros temas que soñé con aprenderme fue Cantaloupe Island, que cerró la noche de Hancock en Chile. Un golpe de nostalgia que no te deja hacer otra cosa que no sea pegar un grito y reír.

Los músicos se esconden tras el telón, y vuelven a salir para un bis. Antes tocaron la “parte B” de Chameleon. Ahora cierran con la “parte A”, la melodía que todos conocen, pero que -al igual que todo lo que han tocado- no dura mucho antes de transformarse en algo completamente distinto.

El 2013 Herbie tocó prácticamente los mismos temas. Eso sí, gracias, ahora dejó fuera Rock It, el único tema que podría ser (ahora sí aplica el concepto) su hit. Pero a quién le importa que toque lo mismo. No sé si leyeron bien cuando dije que la intro fueron casi 20 minutos de prácticamente una sola nota en el bajo. Y qué, si logra hacer que parezcan 4 canciones distintas. Lo que menos te interesa escuchar, cuando vas a verlo en vivo, es lo que suena en sus discos. Siempre es capaz de crear universos completamente distintos, inspirados en las composiciones que nos enamoraron, y que sorprenden a tal nivel que no es raro ver a grandes porciones del público soltando risotadas de vez en cuando.

El sonido de Hancock muta constantemente. Es su sello. Este año nos trajo una alineación fresca, con un baterista que le dio un color más moderno al sonido del show. Sumó voz y armónica, timbres que levemente recuerdan a la propuesta de su The Imagine Project (2010) o Possibilities (2005). Y en el bajo una carta segura, James Genus, que está a cargo de las frecuencias graves en la banda del clásico Saturday Night Live de la NBC. Un músico bajo perfil, pero con créditos y sonido envidiables.

Quien fuera la mano derecha de Miles en su época más alta sigue hoy con sus venas llenas de música. En el jazz, Herbie Hancock ya está a un nivel similar al de Miles. Un nivel que no vamos a ser capaces de, unánimemente, asumir hasta que se nos vaya. Porque ese último triste paso es la consagración de todos los éxitos, al parecer.

No quiero pensar que falta poco. Recientemente el Thelonious Monk Institute of Jazz, que le debía su nombre a un pianista fallecido legendario del jazz, le pasó el sombrero a Hancock. El Herbie Hancock Institute of Jazz, se llama ahora. El músico precursor del jazz-funk, del teclado Fender Rhodes en el jazz, del scratching en la música y de un lenguaje al piano que ha trascendido generaciones es una leyenda viva. Leyenda. Viva. Y que siga así por mucho más.

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