MALDITO ROCK AND ROLL

Roger Waters en el Estadio Nacional: emoción y mensaje envolvente al servicio de la música

El ex Pink Floyd dio el mejor show de 2018 con sonido prístino, clásicos de Pink Floyd y códigos vigentes.

Hector Muñoz |

El ex Pink Floyd dio el mejor show de 2018 con sonido prístino, clásicos de Pink Floyd y códigos vigentes.

Por Héctor Muñoz Tapia
Fotos: Roberto Vergara

Con Roger Waters se sabe a lo que se va. En sus tres visitas anteriores, el ex Pink Floyd ha sabido maridar clásicos eternos con mensaje contingente, una marca registrada desde que podemos recordar y que se ha hecho presente en cada uno de sus conciertos en el Estadio Nacional. Especialmente en estos tiempos, donde el músico ha asumido un rol activista relevante y casi de líder mundial promoviendo el boicot cultural contra Israel y participando de foros sobre la causa palestina.

Pero en lo estrictamente musical, cada detalle es cuidado y vaya que lo agradecimos los 52 mil presentes en el recinto de Ñuñoa, que a las 9 en punto vio cómo se encendía la pantalla gigante con una panorámica al mar desde la costa y sonido de fondo que se extendió y adquirió un tono hipnótico por casi 20 minutos antes, dando paso a la renovada banda que luce Waters en la gira Us + Them. Y el arranque es perfecto y emotivo, con el sonido envolvente manifestándose desde el primer minuto para recrear la atmósfera de “Breathe”, la que abre “The Dark Side OF The Moon” y el Estadio Nacional completo coreando y respondiendo ante un sistema que tenía torres en cada rincón. “One Of These Days” fue la que Waters aprovechó para recorrer el escenario de punta a punta con su bajo con eco en un instrumental fundamental de Pink Floyd. Pero el lado oscuro de la luna prevalece y nos trae el pulso de “Time” y la maravillosa “The Great Gig In The Sky”. De principio, se cumple el deseo de celebrar lo más grande de una de las bandas más importantes de la historia del rock  y de su bajista, que toma una Fender Stratocster para la intensa “Welcome To The Machine”.

De todas maneras, Roger Waters tiene cosas frescas por decir y proponer, defendiendo “Is This The Life We Really Want?”, su aplaudido disco de estudio lanzado a mediados de 2017 y que gatilló esta gira. Canciones como “Déjà Vu”, “The Last Refugee” y “Picture That” dan cuenta de su actualidad y se acoplan de buena forma al robusto repertorio de Pink Floyd que está tocando en su set. Estas son las canciones en las que la banda que lo acompaña, donde se lucen Jonathan Wilson recreando el aura de David Gilmour con su voz y Dave Kilminster con una guitarra que canaliza el sonido inconfundible que su ex compañero dio a Pink Floyd. Ambos, junto a Waters, se enfundan las guitarras acústicas para la vuelta del coro multitudinario en “Wish You Were Here” y el segmento dedicado al conceptual “The Wall” con “The Happiest Days Of Our Lives” y las partes 2 y 3 de “Another Brick In The Wall”, que como es tradición, contó con un coro de niños chilenos uniformados con una polera con “resist” en el pecho.

El mensaje clave queda en el aire durante el intermedio de 20 minutos. Resistir. Resistir al neofascismo. Si Waters se vale de la música para las metáforas atemporales y vigentes, es en este break donde aprovecha de “hablar” a través de texto que va saliendo en la pantalla gigante, identificando a líderes del mundo que cataloga de peligrosos y que hay que combatir. Esa es su lucha por esos días y la comparte con su público para que se una en la causa antes de la segunda parte que arranca modificando el escenario y transformándolo en la fachada del Battersea Power Station. Ha llegado el momento de “Animals” y uno de los momentos más hipnóticos del concierto.

Faltan las palabras para describir la pegada de “Dogs” y “Pigs (Three Different Ones)”. Deben ser las secciones recreadas con respeto y a la altura de una de las cumbres de Pink Floyd. O el momento previo en que Roger Waters, con una máscara de cerdos, levantó dos carteles, “pigs tule the world” y “fuck the pigs”, para calentar el ambiente. O la labor de John Carin, antiguo colaborador del Pink Floyd de David Gilmour y del mismo Roger Waters, en teclados. Lo los pasajes instrumentales que se pueden alargar para siempre llevándonos a otra dimensión. O el aterrizaje a la realidad con los dardos a Donald Trump. O probablemente la irrupción del cerdo dándonos el mejor consejo, “stay human”. O quizás todas las anteriores en conjunto para el que fue por lejos el mejor momento de todo el concierto.

Deepués del viaje multisensorial de la parte de “Animals”, volvemos a “The Dark Side Of The Moon” en tierra derecha del show. El éxito “Money” y la que le da el nombre a la gira, “Us And Them”, funcionan como siempre las hemos recibido en nuestros sistemas sanguíneos, y la presencia de otra de las nuevas, “Smell The Roses”, funciona no como respiro sino como una buena continuidad de la vibra con la que se abrió este segmento. Pero el prisma predomina y se forma con rayos láser en la primera mitad de la cancha, ese sector de asientos que ven de frente todo el espectáculo, y que ahora están dentro de esa construcción virtual para el cierre con “Brain Damage” y “Eclipse”, un verdadero deleite que nos indica que esto está por terminar.

Pero no. A Roger Waters le quedan cosas por decir en una velada ya cargada de mensajes y clásicos. Y le dedica unas palabras a los asesinados en el Estadio Nacional, que funcionó como centro de tortura en Dictadura durante el último trimestre de 1973, sellándolo con un homenaje a Víctor Jara reproduciendo desde su teléfono móvil y usando su micrófono para amplificar a todo el recinto “El Derecho de Vivir en Paz”. Y en vez de “Mother”, Waters sorprendió a todos los presentes con “The Gunner’s Dream”, una de “The Final Cut” que tuvo su debut en esta gira en el show en Santiago de Chile, y “Comfortably Numb”, que debe ser quizás el único detalle a reparar de este show. La culpa no es de Waters ni de la impecable banda que loa compaña, sino del recuerdo eterno de David Gilmour y su interpretación perfecta para el mejor solo de guitarra de la historia del rock.

De todas maneras, las emociones inundan el Estadio Nacional y es el cierre perfecto para un concierto que nos sacudió por completo en sus dos horas y 40 minutos. Roger Waters lo hizo de nuevo en Santiago, con el que podría ser quizás el mejor show de sus pasos por Chile. El tiempo lo dirá, pero las evidencias están ahí, en nuestros recuerdos que quedan indelebles dando gracias a Waters, a Pink Floyd ya  la música por permitir comunión. La mejor de 2018, sin duda.

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