Inauguramos un nuevo espacio en Futuro.cl haciendo la previa al show de mañana en el Estadio Nacional.
Por Tabaré Couto
UNO
En Diciembre de 1993 vi a Paul Mc Cartney por primera vez a unos pocos metros: en una divertida y desordenada conferencia de prensa previo a sus shows en el estadio Monumental de Buenos Aires. Junto a Linda, Paul recién venía superando su propio trauma con su etapa Beatle y la asumía como propia sin mayores complejos, sabiendo que si alguien merecía aprovechar el filón del negocio en vivo a base de la nostalgia Beatle, él era el indicado.
Tras el show, aún aturdido por el espectáculo, salí a caminar por aquella Buenos Aires menemista -entre pizzas y champagne- y el mundo a mi alrededor, sin embargo, parecía un poco mejor. Porque las canciones de Paul tiene esa extraña propiedad de generar un efecto sanador y transformador. Entonces, mientras Paul se sumergía aquella noche en su limusina rumbo al hotel, yo estaba tan absorto de haberlo disfrutado por primera vez que me dejé arrastrar por un taxista maleducado, racista y algo tuerto que me llevó hacia el centro y hasta me pareció un tipo pintoresco. Y luego caminé como si habitara una dimensión paralela por aquellas calles oscuras de una ciudad furiosa y cruel, aturdida entre el alcaloide y el tetrabrick, esquivando predicadores solitarios, artistas callejeros, algún borracho incógnito en busca de una cena tranquila o la última limosna de la noche. Sin embargo, la música de fondo que me protegía, la música de Paul, me rescataba y me hacía sentir que ese entorno miserable era un fragmento de mi vida un poco mejor. Live And Let Die.
DOS
La nostalgia suele ser una peligrosa compañera de viaje. Cuando nació el rock and roll era un concepto desconocido hasta que la música comenzó, inevitablemente y cronológicamente a envejecer junto a sus autores y sus receptores originales. El ritual de lo habitual es relacionar nostalgia con conceptos más o menos melancólicos, de indisimulable añoranza y, por qué no, cierta tristeza. Sin embargo, si logras que esa pesadumbre acaramelada no te estrangule e inmovilice, hay momentos donde la nostalgia te transporta en volandas a ciertos estados de felicidad y luz al final del camino que, contradictoriamente, te conecta con tu presente y te impulsa a un futuro mejor. Las canciones de Paul son así. Reflejos de nuestras propias vidas y de nostalgias prestadas de otras generaciones proyectadas por una magia indescifrable hacia el presente. Get Back.
TRES
¿Cómo será ser Paul Mc Cartney por un solo día, por una sola hora? Saberse eterno aunque seas tan mortal. Saberse único y tan irrepetible. Es una pregunta que también me he hecho al toparme por casualidad con los ojos claros de Dylan, al estrechar la mano de Richards, al compartir los silencios incómodos de Lou Reed o al observar a Macca en un ensayo, con el Movistar Arena vacío, años atrás. ¿Por qué ese abuelo sigue ahí arriba? ¿Qué placer extraño y que adicción irrecuperable encuentra a sus 76 años en seguir subiéndose a un escenario y volver a cantar aquellas canciones que escribió hace más de cincuenta años? ¿Cómo se mezclarán los recuerdos en el cerebro de Paul con los nuestros y con los de millones en cualquier parte del mundo cuando vuelva a empujar el coro de “Hey Jude” en un estadio en éxtasis o recuerde a su madre muerta flotando en la melodía y el piano de “Let It Be”? Ese hombre que escribió las melodías más edulcoradas y fue precursor del heavy metal, que experimentó los límites del pop como ninguno y lo emparentó al arte o abrazó el espíritu simplista de un Buddy Holly, ¿cuántos obituarios pre escritos y llenos de lugares comunes sospechará que ya están esperando su función final? ¿Será consciente que quedará en la historia a la par de un Mozart o un Beethoven? ¿Sabrá que finalmente John tuvo cierta razón y fueron más populares que Cristo? Golden Slumbers / Carry That Weight / The End.
CUATRO
Probablemente el show de Paul no tenga grandes sorpresas y sea previsible a vistas de un crítico hipersensible. Porque lo que tenía para sorprender el ex Beatle, ya lo hizo hace años. De toda formas, una apuesta segura: su show será impecable e inolvidable y de lo mejor de la temporada, por lejos. Su riesgo ya es estar parado ahí. Su éxito es poder volver a subirse cada día a un escenario con abuelos, padres, hijos y nietos disfrutando de su obra. Y así y todo decidir volver a editar nuevos discos buscándose a sí mismo aunque ya se haya encontrado en más de cuatrocientas o quinientas canciones que ha escrito desde aquellas épocas de los Quarrymen. Early Days.
CINCO
Cuando este miércoles Paul cante ante 70 mil personas habrán al menos 70 mil razones individuales, más o menos honestas, más o menos ciertas o erradas, para estar allí. Ya sea por respeto, admiración, amor, nostalgia propia, prestada o alquilada, snobismo, curiosidad o porque, por obvias razones, uno presiente desde hace rato que cada vez que vayamos a ver a Paul desde ahora, puede ser la última vez. No More Lonely Nights.
SEIS
La gente escribe cosas raras en las puertas de los baños de algunos – muy pocos- antros sobrevivientes donde suena aún rock and roll. Encontré este poema suicida una vez: “las plantas no tienen cerradura / tus abuelas no tienen más calendarios/ los kilómetros y los océanos te separarán/ y las caras de las gentes en el metro tienen olor a ajo / las caras de las gentes en el metro asustan a la gente / son caras de qué debo hacer /cuándo terminará/ no lo soporto más/ ¿se darán cuenta? /qué más da /no tengo ganas /y a mí que me importa:/las caras de las gentes asustan a la gente/no les temas”. Debajo un dibujo de una cara con una lágrima, sonriente y una dedicatoria: “Gracias, Paul”. Hey Jude.
SIETE
Veo a Paul en el atardecer del desierto de Indio. Canta junto a Neil Young y explota (casi) todos mis sentidos. Y me lleva a recordar a mis madres y mis amores muertos, a mis amores vivos.
Las canciones están vivas. Son mutantes que alteran nuestros estados de ánimo. Seres vivientes que se desnudan y materializan en nosotros para modificar nuestras vidas.
¿Dónde está el límite que separa nuestro diario vivir de aquellas obras que los artistas representan como visiones, reflejos o meras deformaciones de esas mismas vidas reales transformadas ahora en canciones?
¿Cuál es la frontera entre aquello que los músicos como Paul ofrecen a su público para transformar sus vidas y lo que el público les exige para no sentirse defraudado? ¿Dónde está y cómo cruzas esa frontera (de ida y vuelta) cuándo ya no tienes punto de retorno?
¿Dónde está el límite entre lo que quieres vivir, lo que realmente es tu esencia y lo que las canciones te proponen podrías o deberías ser? ¿Dónde está el límite entre nuestras vidas ordinarias, comunes, condenadas al anonimato eterno y esas historias de verdad inmortales, terribles e indestructibles, que pueden ser tan estúpidas como brillantes, que conforman nuestras canciones preferidas?
No tengo las respuestas. “And in the end / the love you take / is equal to the ove you make”.
Paul puede darte algunas pistas. Se ha pasado toda su vida haciéndolo.
Let It Be.
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