El talento independiente y el arranque del mercado del DVD provocaron hace dos décadas una explosión de creatividad sin precedentes en los grandes estudios cinematográficos.
Por El País.
Ha habido años míticos en la historia del cine. En 1939 -el favorito del gran guionista William Goldman- se estrenaron Gunga Din, Intermezzo, El mago de Oz, Ninotchka, La diligencia, Cumbres borrascosas, Caballero sin espada o Lo que el viento se llevó. Ahí queda eso. En 1969 el Nuevo Hollywood entró a airear los viejos estudios, a insuflar vida a un cine que olía a naftalina, y así llegaron Cowboy de medianoche; Danzad, danzad, malditos; Easy Rider; Dos hombres y un destinoo Grupo salvaje. Una cosecha prodigiosa. Y sin embargo, hubo una temporada aún mejor. Al menos en Hollywood. La de 1999.
Hace dos décadas las majors -los grandes estudios de cine- dieron rienda suelta a la creatividad y abrieron sus puertas a un montón de cineastas que aquella temporada estrenaron títulos que hoy celebran los aficionados. Cualquier internauta ve cómo todos los días en la Red se recuerda el 20 aniversario de tal o cual película. La panoplia de títulos abruma. Hubo acción (Matrix, Tres reyes),drama (La milla verde, Las normas de la casa de la sidra, Un domingo cualquiera, Magnolia, Eyes Wide Shut, Boys Don’t Cry, American Beauty), thriller (El dilema, El talento de Mr. Ripley, El sexto sentido), cineastas indies con presupuestos holgados (Vírgenes suicidas, eXistenZ, Una historia verdadera, Cómo ser John Malkovich, Election, Ghost Dog, Man on the Moon, El club de la lucha), comedias (Novia a la fuga, Notting Hill), risas y thrillers para adolescentes (American pie, Crueles intenciones y Diez razones para odiarte encabezaron un estallido de estos subgéneros), terror (El proyecto de la bruja de Blair) y animación de calidad (El gigante de hierro, South Park, Toy Story 2).
En oposición a 1969, temporada en la que también hubo una gran ristra de filmes europeos que dejaron huella (Pasión, de Bergman; Mujeres enamoradas, de Russell; Mi noche con Maud, de Rohmer; La piscina, de Jacques Deray; Z, de Costa-Gavras; Satiricón, de Fellini; La caída de los dioses, de Visconti, o El ejército de las sombras, de Melville; y en España La residencia, de Chicho Ibáñez Serrador, o Ditirambo, de Gonzalo Suárez), en 1999 no se dio una oleada de creatividad al lado Este del Atlántico. ¿Por qué?
Uno de los que han reflexionado sobre aquel increíble año es el periodista Brian Raftery en su libro Best. Movie. Year. Ever.: How 1999 Blew Up the Big Screen (Simon & Schuster), que se pone a la venta mañana. Raftery, que ha entrevistado a 130 directores y actores que trabajaron en los mejores títulos de 1999, incide en sus páginas en varios movimientos que se aunaron en ese momento. Por un lado, ir al cine todavía era un entretenimiento masivo, «aunque el público emitía señales de cansancio ante algunas franquicias, como la de Batman». Por otro, los noventa supusieron una década de crecimiento del cine indie, que a finales de esos años logró entrar por fin en Hollywood. Todo, unido por el combustible principal de la industria: el dinero.
Cambios de videoteca
El mercado del DVD empezó en 1997, y en su arranque inyectó dinero en Hollywood de varias maneras. Como había ocurrido con el vídeo, los espectadores pasaban dos veces por caja: una en la sala, y otra para poseer el filme en casa.En un año (1998-1999), los hogares estadounidenses con reproductor de DVD pasaron de ser 1,4 millones a 4 millones. Pero además, los coleccionistas se dedicaron a cambiar sus videotecas, tirando los VHS y adquiriendo esos mismos títulos en DVD, formato del que entonces se aseguraba conservaría el cine eternamente (no es así). Surgieron otros negocios como Netflix, que empezó en 1997 como videoclub que enviaba películas a casa. Al motor del talento, los ejecutivos de los estudios le metieron ese dinero. Sabían que volvería a sus manos y merecía la pena pensar en todo tipo de compradores / espectadores: si la película fracasaba en salas, aún quedaba una segunda oportunidad (de Matrix en EE UU se vendieron tres millones de DVD en menos de un año). «En ese momento, las majors invirtieron cantidades inmensas de dinero y estrellas en espectáculos originales y distintos, al igual que habían hecho en 1939, como Matrix o El club de la lucha», contaba Raftery en una entrevista de promoción en Newsweek. «Por otro, permitieron, al igual que en 1969, que voces jóvenes de outsiders, como Alexander Payne, David O. Russell o Sofia Coppola, encontraran su eco en Hollywood».
Además, el cine empezó a reflejar algunos sentimientos y terrores humanos que se han acrecentado con el paso del siglo XXI: por fin en la pantalla se hablaba de modernos problemas sociales nacidos del consumismo exacerbado (El club de la lucha), del terror a la tecnología (Matrix) y de la búsqueda de un equilibrio entre cuerpo e identidad (Boys Don’t Cry). «Aunque algunas películas llevaban en desarrollo desde hacía mucho tiempo», reflexiona Raftery, «no creo que fuera una coincidencia que se estrenaran en la misma temporada. El advenimiento de Internet, el triunfo de las noticias 24 horas al día, en general, la aceleración que experimentamos en aquellos momentos provocó preguntas como ¿quién demonios soy?, ¿cuál es mi lugar en el mundo… y en realidad, tengo un lugar en el mundo?». Las pantallas rebosaban de filmes sobre la insatisfacción de la clase obrera y la creciente necesidad de escapar de la trampa tecnológica-capitalista.
Estrellas con poder
Como año de cambio, en 1999 se empezó a discernir el final de una época: el de las estrellas como propulsores de los blockbusters. Aquel verano Julia Roberts estrenó dos comedias que superaron los 100 millones de euros de recaudación, Tom Cruise vio por fin en las salas Eyes Wide Shut, su colaboración con Stanley Kubrick… Sí, ya existían las sagas y los superhéroes, aunque como apunta Raftery, no reinaban en Hollywood: «Vivíamos en la era de las superestrellas, que garantizaban un taquillazo el primer fin de semana; a cambio, tenían enormes salarios y poder. Hoy, las franquicias marcan el paso». Hubo otro movimiento audiovisual que en aquel momento pasó algo inadvertido: empezó la emisión de Los Soprano en HBO. Y poco a poco, mucho del talento que despuntaba en el cine fue virando hacia la tele. «Yo soy un hombre de cine», asegura Raftery, «pero es innegable que la actual cultura popular está marcada por las series. Y que los espectadores más jóvenes no diferencian los contenidos».
El mercado del DVD se hundió en 2008 y con él desaparecieron casi todas las películas de clase media, que se quedaron sin esa red de seguridad que permitía recuperar pérdidas de taquilla. Todo se reduce hoy a reboots, superhéroes, franquicias, primeros fines de semana en salas y el arranque en los cines de China. «Aún queda espacio para artistas como Jordan Peele [Déjame salir], Greta Gerwig [Lady Bird] o Paul Schrader, que ha dirigido mi película favorita de 2018, El reverendo», cuenta Raftery en Newsweek. «Incluso se observa ciertos movimientos para dar mayor calidad en algunas sagas». Sin embargo, aquel momento en que un cineasta contaba con millones de dólares para algo distinto y original pasó. Y difícilmente volverá.