Con códigos de los 80, «Shazam!» nunca perder de vista la esencia del personaje.
Por Héctor Muñoz Tapia
Desde aquel ya lejano primer tráiler sabíamos que «Shazam!» podía traernos solo buenas cosas. Con un tono que distaba mucho de las películas de Zack Snyder, la más reciente entrega de Warner Bros. y DC Comics nos prometía pasar un buen rato con una perspectiva poco vista en las películas de superhéoes que hace rato acaparan nuestra atención. La mirada de un chico que aprende cada día y que ve todo desde un lugar donde la inocencia aún no es derribada por el pesimismo cotidiano. En tiempos en que todo parece irse al carajo, ese punto de vista se agradece. Y vaya que lo cumple la película.
A pesar de tener un paso más bien intermitente en los cómics, todos conocemos aunque sea de titulares el caso del niño quien recibe sus poderes por legado de un mago y se convierte en un superhéroe adulto al decir «Shazam». La película funciona como una historia de origen, donde vemos a Billy Batson (Ansel Angel) dando con el tono justo de un preadolescente en búsqueda de ese amor de familia que no conoce, y que va encontrando sin quererlo en una familia sustituta. Y cuando se transforma en Shazam, el superhéroe que en su interior es solo un niño, descubriendo todo por primera vez.
Y acá Zacahri Levy es clave. Parece haber nacido para el rol, contagiando la pantalla de un entusiasmo infantil de poder hacerlo todo y aprenderlo a la vez, un recorrido que hace junto a Freddy Freeman, interpretado por Jack Dylan Grazer, quien se luce como el compañero de aventuras de un desopilante encapuchado que tiene en el Dr. Sivana (un impecable Matt Strong) a un villano que representa todo lo contrario en esta historia. El contraste es poderoso y saca chispas en pantalla gigante.
Dentro del contexto del universo DC, «Shazam!» resulta ser una bocanada de aire fresco sin borrar de un plumazo lo ya visto en las películas anteriores. Este mundo es el mismo pero son otros los ojos los que lo miran y nos lo muestran. Y el gran mérito de esto es la mano del director David F. Samberg, quien del terror se pasa al género de superhéroes recurriendo a la esencia de todas esas películas con las que nos criamos en los 80. Por supuesto que tiene bastante de «Big», con homenaje incluido, pero también de clásicos de la talla de «Gremlins» y «The Goonies», además de una vibra presente en la saga de Indiana Jones. Pura entretención con la que nos formamos todos siendo niños y que nos sacan sonrisas y añoranzas a cada momento sin caer en los excesos con un guión sólido y personajes entrañables que nos hacen sentirnos parte del viaje.
Si bien las buenas intenciones son elementales como punto de partida, «Shazam!» se las arregla para darle una inusitada profundidad a su relato, poniendo al frente el tema de la familia que elegimos y la búsqueda del amor fraternal. Sentir que tenemos a hermanos entre nuestros amigos y que podemos confiar en ellos no importando nada más. Una gran lección que no se tiene todos los días en medio de la era de los superhéroes en las grandes ligas del cine. Todo gracias a la dicha de un corazón de oro comandando este particular recorrido.