OPINIÓN: La comedia de nerds genios acaba de terminar en Estados Unidos con un gran cambio para su personaje central, el querible Sheldon Cooper. Alerta: contiene spoilers.
Por Valentín Romero, ADN.cl
En la era del consumo rápido e histérico, cada vez menos sitcoms logran el hito de permanecer doce temporadas al aire. The Big Bang Theory lo hizo profundizando en la receta clásica de la sitcom: personajes entrañables y orgullosos de ser raros, aun a costa de trivializar su rareza hasta volverla un gag permanente con una pizca de autoparodia. La receta dio pie hasta a un spin-off sobre la infancia del protagonista: The Young Sheldon.
El episodio doble de esta serie que comenzó en 2007 y se llevó por delante 10 premios Emmy –que ya se estrenó en Estados Unidos, y en Chile estará al aire el 2 de junio por Warner Channel-remata la saga geek con Sheldon (Jim Parsons) y Amy (Mayim Bialik) obteniendo un logro de antología: el Premio Nobel de Física, evento que lleva al socialmente inepto protagonista a dar el inevitable paso final de crecimiento: tomar conciencia de que el pánico que le provocan los cambios es la verdadera base de sus problemas de convivencia.
¿Tenía Sheldon la culpa de ser como era? ¿Era acaso una mala persona? Claramente no (los creadores de la serie siempre esquivaron dar una respuesta sobre si el personaje pertenecía o no al espectro autista). Pero si alguna vez The Big Bang Theory se convirtió en algo así como el emblema del orgullo geek y de ser tal como uno es, su final –esperable, lógico y con la inevitable dosis de sensibilidad express- demostró que, en el reino de la televisión masiva, hay cosas que si o sí deben terminar con una lección, un discurso emotivo y una canción. Aunque eso signifique restarle espesor a un personaje que se volvió emblemático.
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