OPINIÓN. El aterrizaje en cines de la criatura amarilla se desmarca del cine inspirado en videojuegos para ofrecer, ante todo, un drama de buenos, malos, padres e hijos.
Por Valentín Romero, ADN.cl
En semanas donde en el macroclima cinematográfico planetario parece no existir otro nombre que no sea Avengers, la decisión de los estudios Warner Bros. de programar el gran debut en salas de cine de la franquicia Pokémon en live action suena arriesgada.
Y aunque a la animación japonesa más popular de los últimos 20 años la avala su éxito multiplataforma, que va desde consolas de Nintendo y series de televisión hasta el inefable juego de realidad aumentada para teléfonos móviles que llena parques y plazas del mundo de chicos buscando cazar pokemones como si estuvieran ahí, la película dirigida por Rob Letterman, responsable de títulos como Monsters vs. Aliens, apuesta por un guión inteligente, lleno de giros y que no deja respiro, desmarcándose así del no siempre feliz subgénero de las «películas basadas en videojuegos».
Primero, Pokémon: Detective Pikachu, pese a compartir nombre y protagonista con el videojuego lanzado por Nintendo en 2018, no es una adaptación de su trama. Aquí, además de un gran elenco de pokémones buenos y malos, y de referencias al omnipresente Pokémon GO, es la historia, escrita –entre otras plumas- por Letterman y Nicole Perlman (Guardianes de la galaxia), la que va mucho más allá.
Sin descuidar la narrativa clásica de ciencia ficción llena de fantasía y diálogos técnicos, el guión se arriesga y toma vuelo coqueteando con las convenciones del drama, en la epopeya de un héroe adolescente: Tim Goodman (interpretado por Justice Smith) es un exentrenador de pokemones abandonado por su padre detective en la infancia, que tras enterarse de su muerte en un accidente automovilístico, viaja a su ciudad y conoce a su pokémon, el Detective Pikachu, una amarilla, juguetona y cáustica pseudo-ardilla que no sólo puede hablar, sino que lo hace con la voz de Ryan Reynolds.