«No nos dimos cuenta y empezamos a ser bravistas, vidalistas, sampaolistas, bielsitas, marcelistas, aranguistas, borghistas».
Por Cirstian Arcos, As.com
En el demoledor inicio de la novela Conversación en la Catedral de Mario Vargas Llosa, Santiago Zavala, el personaje central, se pregunta “¿en qué momento se jodió Perú?”. La interrogante es tan profunda, tan amplia, tan severa, que provoca escalofríos por la magnitud de su respuesta. Hoy, cuando faltan menos de veinte días para que la Roja debute en la Copa América, parafraseamos a Zavalita, el niño bien que protagoniza el relato del escritor peruano: ¿En qué momento se jodió Chile?
Después de cien años mirando a argentinos, brasileños, uruguayos, paraguayos, peruanos, bolivianos, colombianos, ganar al menos una vez la Copa América, Chile supo conseguirla dos veces consecutivas, merced a un grupo de jugadores de excelencia. En la banca estaban Jorge Sampaoli y Juan Antonio Pizzi. En su estilo, ambos supieron administrar riqueza, algo no muy común en el fútbol chileno.
Pero algo se perdió. Es probable que la no clasificación al Mundial del Rusia 2018 hiciera visible un ruido que existía hace mucho rato, un germen incómodo que va más allá del momento futbolístico de los seleccionados. Aprendimos a perder muchas veces, pero quizás nunca aprendimos a ganar. Todos, los que juegan, los que no jugamos, los hinchas, los analistas, olvidamos el camino y nos centramos en la meta. Perdimos la perspectiva y varios empezaron a exigir, a forzar, a presionar. El hambre de antes se convirtió en codicia. El juego por el juego, la gloria deportiva, pasó a ser argumento de los cándidos que aún pensamos que la camiseta Roja es diferente a la de cualquier club.
No nos dimos cuenta y empezamos a ser bravistas, vidalistas, sampaolistas, bielsitas, marcelistas, aranguistas, borghistas. Dependiendo del lugar escogido por cada uno, se veía al otro como enemigo. Se defendía a ultranza las actitudes de uno y se criticaba sin piedad los actos del otro. Binarios. Polares. Blanco o negro. No se evaluaban los actos, sino las personas. Jamás el mensaje, siempre al mensajero.
¿En qué momento se comenzó a evaluar a los jugadores con la camiseta del club aunque jugarán por Chile? Si es de mi club lo respaldamos, si es de otro club, lo reventamos. ¿En qué momento las redes sociales pasaron a ser factor para tomar decisiones? ¿En qué momento los representantes de los jugadores tomaron el testimonio para presionar (sino decidir) quién juega y quién no juega? Acusaciones cruzadas de indisciplina. Si revisamos la historia nacional, los problemas de conducta datan desde el inicio del fútbol profesional. Le pedimos a los jugadores que se comporten de manera inmaculada y cuando conocemos algún desliz, saltamos con una moral que no aplicamos en otros escenarios. ¿En qué momento la selección se volvió el colegio, donde hay que enseñarles a los futbolistas a comportarse, a ser leales, cumplir reglas y si no lo hacen los castigan con vetos o discriminaciones? Sigo pensando que Reinaldo Rueda debió llamarlos a todos y a puertas cerradas remar para la misma parte, porque los conflictos es probable que no se solucionen en corto ni mediano plazo.
Faltan menos veinte días para que Chile debute en Copa América. De fútbol, nada. Si este juega, yo no juego. Si este viene, yo no voy. Si este habla, yo hablo.
¿En qué momento se jodió Chile? Y lo que es peor, ¿Cuándo y cómo se arregla esto? La respuesta me da escalofríos.