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Plegarias en la oscuridad

Patricio Jara comenta Invoking The Primal Chaos, lo nuevo de Atomic Aggressor.

Hector Muñoz |

Patricio Jara comenta «Invoking The Primal Chaos», lo nuevo de Atomic Aggressor.

Hace treinta años, Atomic Aggressor grabó y publicó su primer demo tape. Fueron cuatro canciones de genuino death metal bajo el título de Bloody Ceremonial. Vendieron más de mil copias y ofrecieron shows en diversos puntos del país. Hace treinta años, también, lo que entendíamos por death metal era muy diferente a lo que encontramos hoy, cuando los niveles de perfección le han restado no sólo identidad a muchas propuestas. También, aunque suene contradictorio, humanidad.

El éxito de aquel demo debut, las buenas críticas que tuvo el siguiente, Resurrection (1991), e incluso la posibilidad de grabar un álbum con un sello inglés, no impidieron sin embargo que la banda se disolviera a causa del hastío, la desorientación y el infortunio. Como dijo alguna vez Enrique Zúñiga, su guitarrista fundador, “no cachábamos nada hasta que nos pasaban las cosas”.

Debió transcurrir más de una década para que Atomic Aggressor volviera al ruedo, y lo hizo con una formación renovada, buenos shows, un tercer demo, cuidadas recopilaciones de su antiguo material, registros en vivo y un puñado de splits. Todo aquello apuntaba a que su disco debut debía ser un salto de calidad importante, y vaya que sí lo fue: Sights of Suffering (2014) publicado simultáneamente en Chile y Estados Unidos, los puso en el mapa continental. Se trató de un álbum poderoso, cocinado a fuego lento y que hizo justicia por el camino interrumpido.

Quizás por lo mismo llama la atención que en esta nueva entrega la banda haya traído de vuelta la vibra que marcó aquella primera grabación en 1989. Presentado hace pocos días en un show en Mibar (probablemente el más extenso de su carrera, con dos intermedios), Invoking The Primal Chaos es un EP de cuatro temas que parece provenir de algún lugar perdido en el tiempo y que confirma que la raíz del buen metal (y su verdad) primero está en la composición y luego en el sonido y en los trucos de estudio.

En estas canciones Atomic Aggressor no renuncia a su esencia: rudeza y un claro sentido de la melodía. Esto es death metal sin apellidos y la sintonía con el ingeniero y productor Gerardo Pinto se hace evidente. La banda nacida en Ñuñoa trajo de vuelta el sonido de los fundadores. Su imaginario, por lo demás, sigue incólume: las letras de las cuatro canciones narran una historia de invocación desde diversos ángulos y en la cual figuras como Nyarlathotep o Azathoth son parte de una poética siniestra que todos bien conocemos.

El disco abre con “The Primal Chaos”, de seguro una canción que está entre lo mejor que han compuesto. Tras el espeluznante “I will obey the masters””,  prorrumpido por Alejandro Díaz, cuya voz más que nunca parece venir de la profundidad abismal, el tema se articula con una retahíla de riffs, cada uno más pegador que el otro, solos de guitarra cuya forma sólo es posible de imaginar como aleteos de demonios y una batería llena de dibujos rítmicos. Julio Bórquez y Álvaro Llanquitruf son músicos de excepción. No lo vamos a descubrir ahora, pero su talento está puesto al servicio del conjunto y ensambla con los años de experiencia de Díaz y Zúñiga.

La continuidad dramática de la historia se extiende a “Summoners Absolution”. Ahora las deidades que habitan en el caos han respondido la llamada y se desata lo innombrable. Con una partida acelerada, el tema poco a poco da paso a las texturas y cambios de ritmo. “Primordial Wisdom” y “Archetypal Balance” cierran este muy buen trabajo, lleno de ideas y de búsqueda dentro de un estilo que, si algún día pareció agotado, sigue vivo justamente por el ímpetu que ciertos músicos ponen en la composición antes que en lograr un sonido tan perfecto pero tan uniforme y tan regido por patrones.

Invoking The Primal Chaos es un disco que hay que escuchar. Publicado en CD y casete, dura menos de veinte minutos y con eso es suficiente. Atomic Aggressor ha puesto en la calle una obra cargada de urgencia, la misma que de seguro tuvieron cuando grabaron aquel primer demo en 1989 y ni ellos (y de seguro nadie de los de entonces) aún cumplía veinte años.

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