El nuevo documental sobre uno de los grandes períodos del cantautor revela, mezclando realidad con ficción, la esencia de una gira que lo tuvo todo para hacerse pedazos en el corazón de los Estados Unidos.
Desde hace un buen tiempo que el catálogo de Bob Dylan ha sido ampliamente revisitado con lanzamientos generosos de la Bootleg Series, remasterizaciones y publicaciones que dan cuenta de varias etapas del cantautor estadounidense. Y como complemento al recién lanzado «The Rolling Thunder Revue: The 1975 Live Recordings», llega este nuevo documental dirigido por Martin Scorsese que da cuenta de la gira que Dylan encabezó en el último trimestre de ese año, en la previa al festejo del Bicentenario de los Estados Unidos y con un país golpeado tras Watergate y la salida de Vietnam.
El factor Bicentenario es clave a la hora de entender el foco que este recorrido donde realidad y ficción se mezclan y crean su propio mundo. La Rolling Thunder Revue no quiso enfocarse en las ciudades grandes y se sumergió en la carretera para recorrer pueblos del medio de los Estados Unidos, esos donde quizás el festejo de los 200 años no se sienten ni importan mucho, esos lugares donde perfectamente puedes partir de nuevo y dejar atrás la historia. Al menos, eso es lo que nos quiere contar Dylan acá.
Mucho del metraje restaurado que compone este documental ya lo conocíamos por “Renaldo & Clara”, el documental que Dylan presentó en 1978 y que en 4 horas, nos mostraba su visión de la carretera, donde el universo funciona de diferente manera. Y esa veta es la que Scorsese mantiene para este documental, que en 140 minutos nos deslumbra con el recorrido en el que la realidad y la ficción se funden en un resultado que te sorprende y te deja con asombro y pensando mucho después de que haya terminado.
Las presentaciones son sencillamente sublimes y es un verdadero lujo ver a Bob Dylan a cargo de un buque que perfectamente podría naufragar sin ningún sentido. Te da una sonrisa espiritual el ver a Patti Smith recitando poesía y presentando música justo antes de irrumpir en la escena del punk de Nueva York y compartiendo como una fanática más con el cantautor. El episodio con Rubin “Hurricane” Carter tiene el tratamiento que se merece y llega en un punto en que el vehículo que el mismo Dylan maneja necesita un destino concreto: qué mejor que retomar la voz de protesta y denuncia ante la injusticia cometida al boxeador acusado de homicidio y que cumplía condena por un crimen que no cometió. La relación de tira y afloja con Joan Báez, con quien se reencontró en actividad una década después de que él le hiciera un desaire en plena gira por Inglaterra, le da tensión y calor al viaje y nos demuestra que la carretera nos cambia. El rol de Allen Ginsberg casi como un padre o hermano mayor de todo el lote, un poeta beat que quiere ser un compositor por sobre todas las cosas, pero que jamás podrá convertirse en él porque la poesía le sale por los poros. Y todo eso pasó. Está documentado.
Pero también las máscaras definen de manera fundamental a “Rolling Thunder Revue”. El mismo Dylan las usa al comenzar la gira, deviniendo en maquillaje en supuesto homenaje a Kiss, inspirado en el polerón que supuestamente usaba una joven Sharon Stone de solo 19 años que supuestamente se sumó al viaje en medio de la gira, la que filmaba un supuesto director que seguía a todas partes a este circo ambulante. Y estos supuestos evidentemente son el elemento de fantasía que le da riqueza a un cuento que bien podría ser uno más, pero que en la visión de Dylan quiere dejar para la posteridad. Y si te pilla desprevenido, te lo crees todo.
Es ahí donde Scorsese aplica su oficio y le da un cauce a este vertiginoso y emperdigado camino. Los ideales de una nación que se cuestiona a sí misma en la víspera de su segundo siglo de existencia y la urgencia de dejarlo todo atrás. Como el camino de Bob Dylan desde que abandonó Minnessota para convertirse en la voz de sí mismo para siempre.