Se vivió con nostalgia anticipada los seis capítulos con los que terminó la serie. La calidad no cansa nunca, es un afrodisiaco sin fecha de caducidad.
Por Carlos Boyero, ElPais.com
No sé el número de espectadores en todo el mundo que sentimos congoja y la sensación de que nuestra larga y gozosa historia de amor se acercaba al indeseado final con la última temporada de Los Soprano. Y su creador, David Chase, el muy vago, no le planteó retos a su imaginación, al acabarla con aquel indigno y posmoderno fundido en negro. Creo que fue Dennis Lehane, o tal vez Richard Price, que fueron guionistas de varios capítulos de The Wire, quien declaró en alguna entrevista que la serie se prolongó más de lo debido. No estoy de acuerdo, por supuesto. Hubiera sido feliz si el permanente estado de gracia de The Wire, como la saga cinematográfica de El padrino o las formidables Deadwood, Boadwalk Empire y The Knick, hubieran durado 30 años más. La calidad no te cansa nunca, es un afrodisiaco sin fecha de caducidad.
Convencido de que la edad de oro de las series ya pertenece al recuerdo (aunque aparezca alguna tan poderosa y angustiosa como Chernobyl) y quedándome estupefacto ante la mediocridad de tanta serie avalada por el elogio crítico o por el elitismo paleto de que si pagas plataformas digitales estas te van a otorgar el paraíso, vivo con nostalgia anticipada los seis capítulos con los que concluye Game Of Thrones, un relato con audiencia tan amplia como heterogénea, capaz de apasionar de igual forma a paladares selectos y al público masivo. Y esperas que sus estertores estén a la altura de lo que durante ocho años te ha apasionado. Y todo dios se plantea qué ocurrirá con la llegada del temido e interminable invierno, cómo se desenvolverán héroes y villanos ante la llegada de la siniestra oscuridad.
He citado a villanos. Casi todos lo son en Game Of Thrones. Malvados complejos, feroces, maquiavélicos, sádicos, listos, tontos, ambiciosos, supervivientes, producto de su nacimiento, de su naturaleza o de sus circunstancias. Pero también existen buenas personas, gente honorable aunque todo a su lado sea tenebroso. No muchas. Lo es Jon Snow, el bastardo, el no querido, la nobleza, permanentemente tentado por el poder y sus consecuentes miserias. Y pobrecita mía Brienne de Tarth, tan andrógina y tan leal. Menos mal que ha conocido el sexo, pero a costa del inmenso desgarro de un amor no correspondido con el inquietante Matarreyes. Y es bueno mi amado y muy atractivo Tyrion Lannister, sí, el enano, dotado de una inteligencia tan prodigiosa como una sensibilidad herida desde el infausto día en el que lo parieron, borracho y putero, sabiendo desde siempre que es material de desecho, desolado y vitalista. Un personaje memorable. Y es tan digno como posibilista el bibliófilo, gorderas y cegato Samwell Tarly. Pero a los que más amo, con lo que más me identifico en Juego de tronos es con la relación perturbadura, asesina y profunda entre mi querida, áspera, brutal, experta a la fuerza en salvación cotidiana Arya Stark y ese mercenario cercenado desde su infancia por un hermano salvaje y que no puede renunciar a su pesar a tener empatía (o es amor) con esa niña que es su presa y conocido como El Perro. De los malos, ilustres malos, no tengo espacio para hablar de ellos. O no me apetece. Son fascinantes, algo que ocurre en las ficciones pero raramente en la vida. Estoy harto de cabrones reales, en las cumbres del poder, dirigiendo la existencia de los demás, que morirán en su camita sin rendir cuentas por su barbarie.
¿Y qué no me gusta en esta obra maestra? El coñazo abusivamente alargado de los hombres sin rostro, en plan Matrix y otras moderneces, con mi aguerrida niña Arya recibiendo hostias sin parar. Y existe un personaje que me da repelús a lo largo de toda la serie. Es el crío al que lanza desde una torre Jaime Lannister cuando era un malvado integral. Yo no lo haría nunca, o solo con resultados expeditivos. Es el pavo ese al que se le ponen los ojos en blanco y se convierte en cuervo. No lo soporto. Estoy por hacer un spoiler con personaje tan cansino. Y los creadores deben de haber estrujado su cerebro buscando un final a la altura del apasionante universo que crearon. Yo me quedo con Jon Nieve, solo para siempre, avanzando entre la nieve hacia un invierno desolador. Pero alguien épico y noble deberá seguir guardando Invernalia por si retornan las bestias, no peores que los humanos.