ACTITUD FUTURO

RESEÑA // «Once Upon a Time… in Hollywood»: una luz que nunca se apagará

La novena película de Quentin Tarantino es una carta de amor al cine y la cultura pop de hace cinco décadas, torciendo la historia a su gusto y entregándonos su mejor dupla en pantalla desde "Pulp Fiction".

Hector Muñoz |

Hollywod Tarantino

La novena película de Quentin Tarantino es una carta de amor al cine y la cultura pop de hace cinco décadas, torciendo la historia a su gusto y entregándonos su mejor dupla en pantalla desde «Pulp Fiction».

Por Héctor Muñoz Tapia

Siempre que tenemos el estreno de una película de Quentin Tarantino nuestras expectativas están por las nubes. El director que redefinió el lenguaje en el cine de los 90 a punta de homenajes, referencias de cultura pop y una cuota elevada de verdadero nerd, nos interpretó a todos con relatos entrañables, violencia de alto calibre, un sentido del humor delirante y diálogos que nadie más logra en la industria. «Reservoir Dogs», «Pulp Fiction», «Jackie Brown», «Kill Bill», «Death Proof», «Inglorious Basterds», «Django Unchained» y «The Hateful Eight» ya son parte de un canon indestructible, un universo propio que ahora suma a «Once Upon a Time… in Hollywood» como una novena entrega de las que, según él mismo ha dicho, serían no más de 10 películas.

Con el crimen de la Familia Manson como uno de los puntos de partida para ambientar el relato, Tarantino lo usa como una excusa histórica para dar cuenta de lo que realmente quería lograr: manifestar el cariño y devoción por una época dorada del cine y la cultura pop de ese momento en la historia, ese 1969 que selló la revolución hippie, el cambio de paradigma de la industria y la sensación de que todo estaba cambiando. Así lo siente Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), un actor venido a menos que quiere dar el salto de la televisión al cine y tener un segundo aire en su carrera, y Cliff Booth (Brad Pitt), su doble de riesgo, amigo, confidente, chofer y empleado que lo ha acompañado gran parte de su carrera. Tanto Dalton como Booth son un reflejo de esas viejas glorias de la era dorada de Hollywood, los que casi no tienen cabida en la nueva camada de autores y estrellas, acá representados por Sharon Tate (Margot Robbie), la que junto a 4 personas fue víctima de la secta que envió Charles Manson, tragedia que la película aborda de una manera que jamás te esperarías.

El trabajo de DiCaprio y en particular de Pitt hacen que esta dupla llegada a la crisis de la mediana edad es la que le da la fibra a «Once Upon a Time… in Hollywood». Es su lucha contra los nuevos tiempos la que los aterriza y los deja a nuestro nivel, la que nos permite acercarnos a ellos desde un nivel humano, la que nos hace sentir la más profunda de las empatías con este par de descarriados que buscan la redención personal y reafirmar su lugar en el mundo que ya les dice que no sirven. En las 2 horas y 40 minutos que dura la película, Tarantino se las arregla a punta de diálogos de antología y un cuidado manejo del tiempo y el ritmo para que seamos el tercer pasajero del auto que comparten y del recorrido que van haciendo. Desde la filmación de westerns para la pantalla chica (siempre en 35 mm) hasta recuerdos de glorias pasadas y episodios dementes, los llegamos a conocer y querer tanto que compartimos cada instante con ellos.

En ambos, el tipo con el que cuyas películas nos formamos y que nos mostró que el amor en lo que haces se las arregla para presentarnos a una dupla que queremos conocer en la vida real. Tenerlos de amigos, brindar en las buenas y apañarlos en las malas. De esos que te integran y te piden que los acompañes en la carretera escuchando radio am en una realidad que amplía lo que vemos en pantalla y la pantalla dentro de la misma.

Y contrario a lo que se puede pensar, el rol de Tate a modo de historia paralela es fundamental para las circunstancias que darán pie a un tercer acto que es imposible de anticipar y que verlo por primera vez te hará saltar de tu asiento. No hay nada puesto al azar en «Once Upon a Time… in Hollywood», un viaje que dice tanto en sus líneas como en sus silencios, en sus posturas, en sus fetiches visuales y en su lírica visual. Es poesía de lo mundano clase 1969 con los ojos de un fanático, tal como nosotros lo hemos sido siempre.

Por supuesto, la música no falla en «Once Upon a Time… in Hollywood». Como melómano obsesivo, Tarantino rescata tracks perdidos y ambiente de la época recreando pasajes en radio tal como se le podía sintonizar manejando por el Sunset Boulevard en Los Angeles hacia Cielo Drive, con comerciales de la época, un sonido AM evocativo y gemas de Deep Purple, Vanilla Fudge, Neil Diamond, Los Bravos, Simon & Garfunkel y José Feliciano, un abanico digno de la mejor rocola que puedes encontrar en el mundo. Si escuchaste la banda sonora antes de ver la película, ten por seguro que al menos un par de canciones acertaste en su ubicación dentro de la cinta.

Hay algo en «Once Upon a Time… in Hollywood» que la diferencia del resto de las películas de Quentin Tarantino, y es el hecho de que construye un mundo aparte donde lo exagerado nunca molesta y se agradece, uno que es parecido al nuestro pero lo suficientemente diferente para mirarlo en perspectiva, como de visita en otra dimensión. Hay tomas que solo alguien que ha hecho del exceso y el homenaje una carrera de tres décadas puede lograr con ese nivel de belleza. El diálogo enriquecido como ya nos tiene acostumbrado. Sus mañas, que son varias, también. Pero por sobre todas las cosas, el amor por el cine, siempre intacto.

Por paliza, y hasta que Martin Scorsese no diga lo contrario con «The Irishman», «Once Upon a Time… in Hollywood» es la mejor película del año. Como cada una de las gemas de Quentin Tarantino, esta es para atesorarla y repetírsela varias veces, brillando como una luz que nunca se apagará.

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