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El mundo sin Slayer

Patricio Jara repasa en esta crónica muy personal sus conversaciones con Tom Araya.

Slayer Tom Araya

Patricio Jara repasa en esta crónica muy personal sus conversaciones con Tom Araya.

Es difícil imaginar el mundo sin Slayer. La frase, desde luego, no es nueva, pero al menos en mi caso la leí por primera vez en la edición de Guitar World de septiembre de 2015, cuando Araya y King fueron tapa de ese número a propósito de «Repentless», entonces su nuevo disco y, también, lo sabemos, el último. Vendrá en los próximos años una avalancha de recopilaciones, registros en vivo, rarezas, pero lo final, lo concreto, estuvo, está y estará allí, en esa larga entrevista en que el periodista Brad Angle partió diciendo lo difícil que es imaginar el mundo sin Slayer.

El contexto entonces era claro: la forma como la banda podía funcionar sin Hanneman ni Lombardo, el esfuerzo que creativo que le había demandado a King armar un disco solo y, finalmente, la lucidez y honestidad de Araya para referirse a su aporte a través de los años (reconocer que hacía varios álbumes que él no grababa el bajo, sino sus compañeros, especialmente King, originó una pequeña conmoción, aunque las razones que dio fueron muy sensatas).

Estaba terminando de escribir el libro «Read in Blood» cuando leí aquella nota de diez páginas. Subrayé ideas, anoté cosas al costado. Me servía mucho y por momentos me hizo olvidar una de las aprensiones que tuve al empezar esa crónica: que terminaría odiando el «Reign in Blood». Tenía miedo de acercarme tanto a uno de los discos de mi vida que la posibilidad de asquearme se hiciera concreta e inevitable.

Durante casi un año de trabajo me cuidé de los efectos de la repetición escuchando más el «South of Heaven» y el «Hell Awaits», que equivalen a tomar un vaso de agua fría luego de pasar media hora comiendo manjar a cucharadas. Por suerte, y como hace tantos años, no pasa más de una semana sin que busque el «Reign in Blood» en mi reproductor de MP3 y tenga la misma idea: que se trata de una sola gran canción.

Algo de esto dije en «Pájaros negros», el libro que reúne una serie de historias sobre el metal en Chile, o bien sobre el metal chileno, que no es lo mismo. Ese primer volumen incluyó la entrevista que Alberto Fuguet hizo a Tom Araya en California en 1988, la primera que el músico dio a un periodista chileno. Alberto no sólo me la regaló para reproducirla en el libro, también ha tenido la generosidad de dejarla fuera de todos sus compilados periodísticos y de no ficción.

Ignoro si por ese tiempo Araya leyó la nota original, aparecida en Insanity, de los hermanos Mujica, pero al menos la versión reeditada pude entregársela en la visita que Slayer hizo en 2012 para festival Maquinaria. Durante la conferencia de prensa en un salón del hotel donde hospedaban (tapizado de carteles avisando que no habría fotos personales ni firma de discos) hablé con el tour manager, le mostré el libro y me dijo que esperara en una sala lateral. Luego de atender a los periodistas convocados, Tom Araya abrió la puerta, entró y vio el libro sobre la mesa. Se sorprendió de ver esa entrevista tan antigua y agradeció que estuviera en español porque siempre trata de leer en español. Antes de despedirme, aproveché de decirle que si bien sabía de la prohibición de firmas y fotos, en mi mochila de todos modos tenía un disco y un plumón de pizarra azul. Araya se rió cuando vio que el vinilo lo llevaba protegido en una caja de pizza.

Pájaros negros anduvo bien. Mejor de lo esperado. Me contento con escribir. Que aquello se transforme en un libro es otra cosa. Como sea, tiempo después y a ojos de algunos entendidos, publicar un libro como «Read in Blood» era, en más de un sentido, un suicidio comercial. ¿Un libro sobre Slayer? ¿Y sobre un disco de Slayer? Por suerte Juan Manuel Silva, mi editor en Planeta, conocía muy bien a la banda y logró convencer a las personas adecuadas. Desde luego, el libro no entró a ningún ranking pero al menos salvó, lo que equivale a no perder, a empatar con dignidad. Tuvo buena prensa, más de lo que imaginé (prefiero que pocos hablen mucho a que muchos hablen poco) y los lectores, en su mayoría, lo aprobaron. Estos temas son delicados en el mundo del metal, donde siempre hay alguien que sabe más que tú, que tiene mejores gustos que tú, que ha ido a más conciertos que tú y se encarga de que lo sepas.

Sí, al final esto es sólo música, pero cuando ocurre es inevitable no sentirse como en la cantina de Mos Eisley en la Guerra de las Galaxias: conversando con criaturas que podrían ser peligrosas si no le contestas lo que quieren oír: que tienen razón, toda la razón y permiso, voy al baño.

Vi nuevamente a Tom Araya en 2017, luego del último show en el Movistar, donde llegaron casi doce mil personas, y aproveché de entregarle «Read in Blood». Fue en un salón con amigos, invitados y mesas con un bufete que nadie se atrevía a probar. Vio la portada de libro durante largos segundos, con esa gráfica que es un guiño al dorso de la camiseta del tour 86-87, con las mismas tipografías y los mismos colores. Le dije algo muy concreto: que el libro cuenta de cómo nos pegó ese disco acá en Chile, que es un ensayo, una crónica, un reportaje en el que habla mucha gente. Al final, ninguna palabra calzaba de manera precisa para definirlo.

Araya miraba la portada, un poco perplejo y sonreía. Siempre sonríe, sobre todo entre medio de todas esas canciones que hablan de lo peor de nuestra especie. Podría ser contradictorio, algo que desentona, pero no, en su caso no es así.

“Ey, sí… tú eres el del otro libro… Los ángeles negros”, dijo al cabo de un instante.
“Pájaros negros”.
“Sí, pero ángeles negros suena mejor, ¿no?”.
“Ah, bueno… o bien Plátanos negros. Así lo llamaba cuando estaba escribiendo”, le respondí.

Hablamos dos o tres cosas más y luego se fue con el libro.

El concierto había terminado media hora atrás. Fue un apaleo masivo sónico implacable. Todos salimos del Movistar con esa sensación.

Ahora el último show de Slayer en Santiago de Chile se acerca.

Es el final que se acerca, como bien decía el anuncio.

Habrá que ir a Viña del Mar para prolongar la agonía.

Como sea, donde sea, podría apostar que en más de un momento Araya sonreirá ante el fervor emergiendo desde la multitud en ese show final. Será una sonrisa en silencio, como la de tantas veces. Quizás qué cosas pasen por su cabeza en esos instantes.


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