La agrupación británica logró lo impensado. Convocar a la mayor cantidad de público en la sumatoria de sus visitas, provocar una fiebre por la banda con dos shows agotados y crear interés tal, que para los rockeros un día tendrá 48 horas por ambas presentaciones de la “Bestia”.
Por Diego Puebla
Fotos: Roberto Vergara
Desde muy temprano del pasado lunes 14 de octubre, las inmediaciones de Movistar Arena sufrieron visitas de personas de todas partes del mundo con poleras negras y un tal “Eddie”, siendo protagonistas de ellas.
La previa del histórico espectáculo en un recinto cerrado fue un elemento que tomó forma luego del “sold out” en Estadio Nacional. Por ello, los seguidores de Iron Maiden no calmaron la ansiedad y desde temprano se apostaron en la cercanía del Parque O´Higgins, en un fanatismo pocas veces entregado por un conjunto de metal. Símil a lo que ocurre con nuestros vecinos de cordillera con Rolling Stones.
Banderas por doquier, diversas generaciones y un culto a ratos inexplicable, generó la décima presentación de los británicos en nuestro país. Una revolución musical que fue juntando almas, hasta llegar a los 15.000 espectadores para presenciar la primera parada de la dupleta de actos con “Legacy of the Beast” como tema central.
Luego de lo demostrado por The Raven Age, encabezada por George Harris en guitarra, hijo del legendario Steve Harris. Mezclando groove metal con aspectos más modernos del género, supo sin brillar entregar música pesada sin desagradar y mucho menos brillar. Probablemente el primer elemento mencionado es la gran causal de su participación, solo queda esperar un mayor rodaje para que este nepotismo metalero no sea tan lógico.
Pero la jornada tenía un solo nombre y un poco pasadas las nueve de la noche, con un escenario tapado de telones que fueron descubiertos por dos militares, daba detalles de lo que se vendría en unos pocos segundos. Luego de un video promocional del juego en el cual se inspiró la gira, transformando cada portada de Maiden con tintes de virtualidad, pasó las imágenes a la introducción de “Aces High”, provocando uno de los gritos más fuertes escuchados en la historia de Movistar Arena cuando salió la banda.
Con Janick Gers y sus acertadas piruetas que siguió realizando a pesar del accidente de su “guitarra voladora” de hace unas semanas, Dave Murray deleitando con su suavidad y mayor cautela que sus compañeros, Adrian Smith con la clásica bandana y chaqueta de mezclilla sin mangas que en sumatoria, logran componer un bloque sólido de guitarras con bellos solos durante las dos horas de show.
Steve Harris es una leyenda en sí mismo. Con el bajo sonando a altísimo volumen, como también logrando satisfacer paladares más exigentes tocando su tradicional instrumento, pero de manera electroacústica en “The Clansman”, que generó una mecánica distinta dentro de su tradicional galope.
El carismático Nicko McBrain tan correcto como siempre, acompañaba una batería pintada con Eddies en sus diferentes piezas que ante el sonido impuesto por su forma de tocar, no muestra de ninguna forma atisbos de agotamiento al igual que el fenomenal Bruce Dickinson. Transformándose en cada canción con su vestuario y performance, pasando de un piloto a un “espadachín” o a un condenado a muerte en “Hallowed Be Thy Name”, lanzado fuego en “Flight of Icarus” y peleando con Eddie en “The Trooper”, son algunos de los componentes espectaculares para mantener en cada llegada de Iron Maiden en nuestro país que son uno de los conciertos de metal con más detalles, gran sonido y excelente ejecución sin demostrar desgaste a pesar de los 60 y tantos años de sus integrantes.
Los asistentes reaccionaron como se esperaba. En una de las pocas intervenciones directas de Dickinson con los chilenos, manifestó que el final del tour ocurrido en Santiago fue porque este país era “jodidamente” especial y vaya que es cierto.
Dieciséis canciones formaron el repertorio de la parada final en Sudamérica y que se cierra con broche de oro mañana en el Estadio Nacional Julio Martínez Pradános. Sumando cortes más desconocidos de su tradicional setlist como la progresiva y oscura “Sign of the Cross”, “The Evil That Men Do” single más oreja de “Seventh Son of The Seventh Son” o la más actual “For the Greater Good of God” de “A Matter of Life And Death”, fueron parte de una noche que quedará en la memoria y en la historia de los británicos. Lograron lo impensado desde la primera vez de Iron Maiden en nuestro país con la visita fallida por culpa de la iglesia católica, que incluso fue recordado por Bruce Dickinson en el Arena.
Impensado por convocar a la mayor cantidad de público en la sumatoria de sus visitas, además de provocar una fiebre por la banda con dos shows agotados y crear interés tal, que para los rockeros un día tendrá 48 horas por ambas presentaciones del conjunto creando una sola jornada. Lo de anoche en el recinto de Parque O’ Higgins y lo de hoy en Ñuñoa, convierte en posible lo imposible. Un verdadero y extenso día de la bestia.