Joaquin Phoenix nos entrega un personaje complejo y humano en la mirada más descarnada del villano más popular de los cómics.
Por Héctor Muñoz Tapia
Cuesta sacarse las expectativas de encima para hablar de «Joker» pero es un ejercicio necesario. El villano más popular en la historia de los cómics, y uno que ha tenido una serie de interpretaciones durante las últimas décadas, siempre será un icono del cual uno ya tiene una imagen establecida, unos códigos que juramos tener claros y una mirada que la cultura pop ha asumido como propia. Pero no, la cinta dirigida por Todd Phillips se las arregla para sumergirnos en un mundo que no habíamos visto desde esa perspectiva, sino uno en el que habitamos desde que podemos recordar y que ha sido el entorno de obras que llevamos en nuestro sistema.
Ese entorno en el que «Joker» se mueve es la decadencia de occidente, una urbe a punto de estallar como una olla a presión en la que Arthur Fleck sobrevive con una condición mental y circunstancias que lo empujarán cada vez con más firmeza al abismo del cual no hay vuelta atrás. La fragilidad de Fleck y espiral de caída al abismo y la locura logra proporciones humanas y tangibles gracias a la interpretación de Joaquin Phoenix, quien lo da todo en una actuación de antología que nos dejará pensando y digiriendo por muchísimo tiempo. Es Phoenix el que asume este camino desgarrador del convertirse en un individuo dañado, golpeado y fragmentado que necesita ayuda y no la obtiene de nadie. Es abandonado a su suerte como un producto de la sociedad en la que vivimos hace décadas.
Porque sí, el famoso meme de “vivimos en una sociedad” no es tan alejado de lo que propone «Joker». Arthur Fleck es producto de una sociedad enferma y gastada, que deja la salud mental de lado y que simplemente aparta lo que no quiere ver. Los payasos tristes y carentes que extienden su mano para no recibir nada, con la risa como un acto relejo y no como el reflejo de la maldad que siempre creímos. Y es ese un punto importante que nos dejará debatiendo la película durante mucho tiempo. ¿Cuánta culpa es de todos nosotros el que la violencia actúe como catarsis? Aunque el relato se ambiente en otra época, sus ideas son tan vigentes que conmueven y llaman a hacer algo. Llaman a paliarlo, aunque sea imposible. Pero no lo logramos.
En «Joker» no hay CGI ni escenas post créditos. No hay cruce con otros personajes de ningún universo. Y vaya que se extrañaba ir a ver una película de 2 horas que no me prometiera nada más al cierre, que no viniera de nada previo y que me mostrara una historia contenida en sí misma. No me importa si sale Batman o no, si el enlace anticipado en los trailers con Thomas Wayne respeta en algo el origen en los cómics o si habrá una segunda parte del Joker de Phoenix. ¿Para qué? La película funciona por sí misma y conduce todo hacia un clímax tan aterrorizador como posible
En un mundo donde las películas seriadas y las secuelas parecieran ser lo único que le importa al público masivo, “Joker” usa las formas de nuestros tiempos y el fondo de un relato atemporal para inscribirse a fuego en nuestras mentes. Uno que te desafía, te choca y te revuelve la cabeza. Te agarra de todos lados tal como esas películas de los 70 que no tuvimos la oportunidad de ver en el cine porque simplemente no habíamos nacido, pero que si hemos digerido desde que les pudimos echar mano. Casi una obra maestra que bebe de la fuente del Martin Scorsese de «Taxi Driver», «Mean Streets» y «The King Of Comedy», y también de «Network», otro cuento que nos interpela con los vicios de nuestra sociedad a punto de la ebullición. Lo más impactante de todo esto es que el villano más complejo y legendario que nos dio el mundo del cómic es tan terrenal que lo puedes ver en las esquinas. Solo hace falta un empujón y se materializa. Simplemente, la locura está a la vuelta de la esquina.