Todos recordamos la primera vez que llegó la agrupación a nuestras vidas, al igual que su despedida en nuestro país. Quedará marcada a fuego en nuestra memoria, con la mínima esperanza de que vuelvan una vez más.
Por Diego Puebla
Enseñanza básica hace 20 años atrás aproximadamente y un disco “pirata” llegó a mis manos. “Reign in Blood” decía en su cubierta, escrito con plumón permanente prestado por un compañero de curso. Llegué a casa luego del colegio y lo puse de inmediato. “Angel of Death” me dio la bienvenida a sus sonidos y nunca más dejé de escuchar Slayer transformándose en mi banda favorita, que llevo marcada en la piel hacia donde voy.
Gracias a cuatro sujetos que luego supe cómo se llamaban, aprendí de historia, contingencia mundial, guerras en diferentes territorios y la debacle de la iglesia católica. Su sonido me acompañó en la etapa más extraña de un ser humano durante plena adolescencia, para que actualmente a mis treinta años me tocó despedirlos, dicen, para siempre.
Luego del emotivo show en Santiago Gets Louder, tocaba Viña del Mar para recibir el “Final Tour” de los estadounidenses en su segunda vez en la ciudad jardín. El componente de Tomás Araya, nacido en la quinta región, obligó a la agrupación a despedirse en un territorio que seguramente el resto de la banda no tiene la menor idea lo que realmente significan esas tierras para la voz de Slayer. Tanto es así, que la familia de Araya viajó especialmente a esta etapa del camino por el valor íntimo que tenía esta presentación.
Alrededor de 10 mil personas convocó esta etapa llamada por producción SGL Army, en una modificación del cartel de lo vivido en Estadio Bicentenario de La Florida pero ubicado en pleno Valparaíso Sporting Club. Miles de personas con poleras negras como estandarte se podían ver durante todo el martes 8 de octubre pasado. Schoperías, las calles, terminales de buses y bencineras inundadas de rockeros que con un luto interior profesaban su fanatismo por una agrupación que llegó a los habitantes de un país y a distintas clases sociales.
A eso de las 18:30, Anthrax comenzó la actuación en su debut en Viña. Con un set muy similar a lo del domingo, pero con solo una hora de duración, entregaron un show dinámico, directo y en gran forma liderados por Joey Belladona, que salta, bromea y canta como si el tiempo fuera solo una suma de experiencias.
Con “Cowboys from Hell” para empezar azotaron rápidamente a los asistentes con “Caught in the Mosh”, “Madhouse” entre otras para culminar el espectáculo con la contagiosa “Indians”. Uno de los “Big 4” y con 38 años de carrera, fueron la compañía perfecta para lo que ocurriría desde las 20:30 en un caluroso día en la costa.
Sin el telón que los acompañó en la gira mundial, que presenta a la banda con proyecciones que muestran cruces que se voltean y el logo de la banda, salieron de inmediato con algunos detalles de sonido que se podrían atribuir al viento que pegaba fuerte en ese horario.
Con un setlist igual al SGL recién pasado y con menos intervenciones con el público, comenzó con “Repentless” la última vez de Slayer en nuestro país. Con un Tom riendo y disfrutando, además de una gran forma física que se nota en su interpretación y en su voz, Kerry King entregando sus riffs a diestra y siniestra, con el apoyo del extraordinario Gary Holt más Paul Bostaph que tuvo una mejor perfomance en esta ocasión, ejecutaron 20 canciones de todas las eras del conjunto. Desde sus primeros discos más asociados a la rapidez y al satanismo, para luego llegar a encontrar su sonido caracterísico con estas guitarras que suenan incluso como sirenas a momentos, es la mezcla perfecta de desarrollo del metal. Una especia de película de terror en sonido.
“Black Magic”, “Evil Has No Boundaries” fueron parte de ese proceso, para luego pasar a la evolución de “Hell Awaits” e interpretar los tiempos de “South of Heaven” con un proceso de más detalles en su composición.
La brutal balada de “Seasons in the Abyss” nos hizo recordar a Jeff Hanneman, en la parte específica cuando la canción dice “As you go insane, go insane”, llega a la mente su imagen poniendo su dedo índice en la sien cantando a todo pulmón. O también el regreso a sus sonidos con “World Painted Blood” con un solo afilado, el último que entregó Hanneman para la banda.
El homenaje al hardcore también estuvo presente con “Gemini” de la placa “Undisputed Attitude” o la mezcla de sonidos más modernos con “Disciple” de “God Hates Us All” publicado a comienzos del 2000.
Todas las etapas fueron conmemoradas y cuando el espectáculo comenzaba a llegar al final, se observaban lágrimas y vítores para retribuir años de algo tan primigenio para el ser humano como es hacer música. Slayer caló hondo en el colectivo nacional, convocando en ambas despedidas más de 37 mil personas en un fenómeno digno de análisis.
Al igual que la primera vez que pude oírlos, “Angel of Death” cerró la historia en vivo con Chile con el grito de inicio de Araya muy similar al disco, desgarrador, del alma, como pidiendo disculpas por retirarse. Esa canción nos recordó nuevamente a otro ausente, esos redobles de bombo del cubano Dave Lombardo lo hacían presente en nuestra memoria.
Al terminar el show, ningún alma de movió de su posición y aplaudió sin fin hasta que cada uno de los integrantes abandonó el escenario. Tom Araya intentó mirar a cada uno de los asistentes para culminar con un “¡Viva Chile Mierda!” doloroso, intenso, para agradecer tanto cariño de un público que lo mira con admiración y cercanía.
Todos recordamos la primera vez que llegó la agrupación a nuestras vidas, al igual que su despedida en nuestro país después de lo ocurrido en Santiago y Viña del Mar. Quedará marcada a fuego en nuestra memoria, con la mínima esperanza de que vuelvan una vez más. Adiós viejos amigos…