Vivimos días complejos y de difícil proyección, pero así como esperamos que Chile sea mañana un mejor país, cada uno de los actores que forman parte del fútbol debe estar a la altura. No hay otro camino.
Por Rodrigo Hernández, As.com
Vuelta larga, vuelta corta, da lo mismo. Chile sigue sin fútbol profesional. Pese a que cinco equipo de primera división y tres de ascenso votaron por continuar el campeonato e impidieron reunir el quórum requerido de 4/5 para cerrar la temporada, la decisión acabó siendo un espejismo. Pocos minutos después el Sindicato de Futbolistas Profesionales (Sifup), por una abrumadora mayoría, resolvió parar. Este fin de semana será el séptimo en línea con los estadios vacíos. La cortina se baja definitivamente por este año.
Cuesta hacerse la idea de que el fútbol profesional sea la única actividad productiva del país que esté totalmente paralizada. Pero hay que aceptarlo. Los múltiples argumentos para reanudar la competencia, factores de peso, relevantes, no fueron suficientes. Ni para la autoridad que no fue capaz de garantizar el debido resguardo en los estadios, ni para los futbolistas que priorizaron, sobre cualquier consideración, la causa social o su propia integridad, ni para el hincha que en todos los sondeos informales se declaró mayoritariamente contrario al regreso del balompié criollo.
Soy de los que creían que el fútbol debía volver. Porque los cambios que legítimamente demanda la sociedad chilena están en una dimensión infinitamente más importante que esta industria. El futbol representa una fuente de ingresos significativa para mucha gente que se verá afectada. Gente anónima, no los grandes nombres de los equipos más populares. Entrenadores, preparadores físicos y árbitros de las divisiones inferiores, boleteros, guardias de seguridad, vendedores de alimentos y merchandising, proveedores varios. Para todos, el año está cerrado y con una incertidumbre feroz respecto del futuro. Lamentablemente, su perjuicio no fue parte del análisis. Una porción de las barras, con acciones concretas como la irrupción del viernes pasado en el Estadio Municipal de la Florida y amenazas tanto veladas como explícitas a ciertos jugadores, determinó de manera avasalladora que el fútbol no debe regresar. ¿Su bandera de lucha? Las reivindicaciones sociales. ¿Los damnificados en el camino? Les dio lo mismo.
El sombrío panorama no vislumbra una solución en lo inmediato. La decisión del Sifup y lo resuelto por el consejo de presidentes, definido por el voto de minoría, no tienen, por ahora, un punto de encuentro a menos que quienes se inclinaron por la continuidad del certamen asuman que el asunto no tiene vuelta y echen pie atrás para comenzar a trabajar en el proyecto 2020. Jugar sin público pudo ser una alternativa, pero si el Estado, a través de la Intendencia y Carabineros no pudo garantizar el orden público y la debida protección de los recintos deportivos no hay nada más que hacer. El sentido de realidad, más allá de las implicancias negativas de la cancelación, indica que lo razonable es dar por terminado el torneo y que los clubes, con generosidad y visión de futuro, se pongan de acuerdo respecto de todos los temas, entre éstos la clasificación a los torneos internacionales y el ascenso a Primera División. Aquí el factor financiero será eje central de la discusión y necesariamente tendrán que generarse consensos razonables.
Nunca un torneo chileno había quedado inconcluso. Las crisis pasadas siempre tuvieron un origen financiero, de grandes proporciones, pero siempre y aun con desfase el campeonato pudo culminar. Hoy, pese al fallido certamen de 2019, la industria tiene espaldas para aguantar el chaparrón, pero no se puede obviar que la solución no solo está en el ámbito del fútbol, en los acuerdos institucionales, el voto de confianza que pueda brindar la Conmebol a los representantes nacionales en las Copas Libertadores y Sudamericana de 2020 o en la luz verde para que Chile juegue como local en el inicio de las Clasificatorias de marzo próximo. También es clave que el país recupere la estabilidad de la mano de grandes acuerdos nacionales, de los cambios que reclama la ciudadanía y se restablezca el estado de derecho con todas sus letras. Sin esta condición, el balompié criollo seguirá a la deriva y al arbitrio de grupos minoritarios que solo buscan ganar posiciones y ampliar su cuota de poder. Vivimos días complejos y de difícil proyección, pero así como esperamos que Chile sea mañana un mejor país, cada uno de los actores que forman parte del fútbol debe estar a la altura. No hay otro camino.