Trasciende y perdura… como uno de los trabajos discográficos más icónicos que se recuerden.
Por Rainiero Guerrero
Tenía 6 o 7 años y estaba donde no tenía que estar: entre medio de adultos que se juntaban a ver películas en el nuevo VHS del vecino, un aburrido domingo cualquiera como todos los domingos. Me metí para ver qué estaban viendo y frente a ese “enorme” televisor de doce pulgadas, se me apareció la imagen de una hombre que era devorado por gusanos, casi moribundo, clamando por auxilio; una imagen aterradora que quedó por años en mi cabeza. Una suerte de «mini trauma». Pasarían muchos años para saber que esa imagen era de esa película (The Wall, Alan Parker, 1982), y algunos años más para verla completa, esperando ver esa escena famosa. Ya tenía 18 años.
Fue una suerte de preparación para enfrentar ese trauma y ahí estuvo Radio Futuro. Así es. Carlos Costas realizaba ‘La caja de pandora», un programa que iba por las noches, muy tarde, y donde mostraban un disco íntegramente. En una de esas emisiones presentaron The Wall de Pink Floyd y que a esas alturas yo conocía de nombre y un par de canciones, nada más profundo que eso…
Me recuerdo que me dormí con el programa y desperté en la parte final, cuando el motivo de cuatro notas descargaba la furia del magistrado en el juicio final ‘The Trial’. Me llamó la atención reconocer esas cuatro notas pero con otro formato. Eran pero no, y luego pensé “claro, es una ópera rock”, tiene un motivo melódico que se repite y con variaciones dependiendo el momento del relato. Golpe efectivo que me llevó hasta las profundidades de la obra.
Ni tan progresivos, más bien rockeros.
Siempre me sonó Pink Floyd a una banda compleja y oscura, pero era sólo ignorancia. Nada más luminoso y simple, aunque The Wall es una obra oscura, propio de un hombre como Roger Waters quien asumía un control en la banda con intervención mínima de sus compañeros y el quiebre en ciernes de un grupo cuyo nombre se hizo más grande que sus propios integrantes. En su propia voz y en aquella entrevista con Radio Futuro señaló que básicamente durante la gira de ‘Animals’ escribió dos discos y se los presentó a la banda con un mensaje sencillo y directo: “tengo estos dos discos, escúchenlos y díganme cual grabamos. Me da lo mismo, si no les gusta, lo haré como solista”. De hecho ese otro material sería su primer disco como solista ‘The pros and cons of hich hiking’ (1984) y el escogido ‘The Wall’.
El disco trajo el quiebre, un gira completamente imposible en términos financieros, un último trabajo que más bien fue un saludo a la bandera de Roger Waters con el nombre de Pink Floyd (The Final Cut, 1982), sin Rick Wright, oficialmente despedido a esas alturas, con una película y la guerra interna que todos conocemos.
Es increíble ver que lo mejor de The Wall es y sigue siendo el disco, sus canciones e imaginario. Trasciende y perdura, The Wall es uno de los trabajos discográficos más icónicos que se recuerden. La obra de Roger Waters bajo el nombre de Pink Floyd, el disco que pudo no ser. La obra que surge de un escupitajo a un fan. Un disco engendrado desde el odio y recreado en clave musical y que llevó a su núcleo ese odio y autodestrucción que con idas y venidas, saludos y paces, nunca terminó de sanar.