La nueva película de Martin Scorsese es un testimonio tan épico como íntimo sobre el recorrido del ser humano, un relato que solo alguien que mira hacia adelante puede tener claro.
Si tuviésemos que hacer un paralelo del rol del trabajo de Martin Scorsese con la historia del rock, sin duda que juega en las mismas ligas que algunos de sus compañeros de generación. El director, que el pasado fin de semana cumplió 77 años, no aborda sus películas como alguien que ya viene de vuelta, sino como si el camino de ida aún no terminara. En este sentido, los que se vienen a la mente son los casos de Bob Dylan y Neil Young. Mientras el primero se apropia del catálogo de las canciones que las grandes bandas interpretaban con voces como Frank Sinatra y las adapta a su propio combo en vivo con el que se despachó algunos de sus mejores discos estos últimos 20 años, el segundo nunca mira hacia atrás y no teme equivocarse, ya sea rearmando a sus Crazy Horse o apostando por la energía de la juventud de Promise Of The Real sosteniendo sus espaldas, tanto Dylan como Young y Scorsese no suelen recurrir a la nostalgia como inspiración para trabajar. Son los mismos porfiados que fueron hace cuatro e incluso cinco décadas. Y es eso lo primero que se viene a la mente luego de ver “The Irishman”.
No es exagerado afirmar que la nueva película de Scorsese debe haber sido el estreno más esperado de la década para todos los que amamos el cine. Y el camino a su realización lo obligó a dejar de lado los grandes estudios y llevar al streaming su financiamiento. ¿Cómo puede haber sido un riesgo una película de su firma, que lo vería volver al género de la mafia, y reencontrándose con grandes colaboradores, un riesgo? Porque, a pesar de que en parte de su forma “The Irishman” cumple con el canon comercial que se asocia a la estampa de Martin Scorsese, es una película de autor hasta la médula. Es su perspectiva del poder en los Estados Unidos, con una Mafia que no opera en paralelo, sino que es parte orgánica y casi fundamental para que se haya sostenido hace décadas.
Basada en el libro de Charles Brandt “I Heard You Paint Houses: Frank «The Irishman» Sheeran and Closing the Case on Jimmy Hoffa”, el relato de “The Irishman” nos muestra la trayectoria en el mundo del hampa de Frank Sheeran y su vínculo con Jimmy Hoffa. Un camionero convertido en asesino de la mafia y hombre de confianza del sindicalista presidente de los Teamsters, que supuestamente es responsable de una serie de ataques y ejecuciones que se detallan en las páginas que cautivaron a Robert De Niro lo suficiente para convencer a Scorsese de trabajar juntos nuevamente, en un viaje de 12 años que culmina en estos días en que podemos ver la película en cines selectos y desde el miércoles 27 de noviembre en Netflix.
No hay cabida para la juventud en primer plano en “The Irishman”. Es la voz de Sheeran la que nos pasea por su historia, entre sus veintes y sus 80 años, su ascenso en el bajo mundo, su determinación y su propia personalidad que hace de la épica algo más cotidiano. Aunque pudiésemos creer lo contrario, esto no es “Goodfellas”. La violencia del hampa no está retratada para su glorificación a pesar de contar con la marca registrada de Martin Scorsese a la hora de ponerla en pantalla. Es el temple de Frank Sheeran el que se apodera de la historia, gracias a una increíble actuación de Robert De Niro. También el regreso de Joe Pesci a la gran pantalla es un verdadero deleite, sorprendiendo en tonos y sutilezas que lo alejan del esteriotipo y se aplaude. Así también la soberbia interpretación de Al Pacino para Jimmy Hoffa. ¿Quién más podría haber sido capaz de representar la capacidad discursiva del sindicalista? Ver al trío junto en pantalla es un regalo del cine que nos da Scorsese, además de notables secundarios como su amigo de toda la vida Harvey Keitel, Bobby Cannavale y Ray Romano. La película es una clase magistral de actuación y se agradece, con cada cuadro dándote una sorpresa.
Ver “The Irishman” no se siente una maratón por las 3 horas y media que dura, sino porque Martin Scorsese se las arregla mejor que nunca llevarte por una montaña rusa de emociones. No es como ninguna película que haya hecho antes, y no pareciera que es un relato que te cuenta alguien que viene de vuelta hace rato, sino uno que siente que todavía está en el camino de ida. ¿Hacia dónde? Sin decirlo de forma explícita, lo entendemos. A todos nos pasa lo que experimenta Frank Sheeran. Son nuestras decisiones las que van pavimentando la ruta que nos lleva hacia nuestro destino y a asumir que el viaje no es eterno, más o menos la misma sensación que te dejan los discos que Bob Dylan ha lanzado en este último par de décadas.
Aprovechen la ventana limitada en cines antes de darle a las repeticiones en Netflix que la tendrá en una semana más disponible, que no todas las semanas tenemos frente a nosotros a una película así de épica e íntima a la vez, con matices que me dan ganas de repetírmela lo más que pueda en estas semanas en una tele grande. “The Irishman” es de esos relatos que pueden ser un cierre de ciclo o una parada más en la carretera de nuestras vidas. Pero por ningún motivo es una estación a ignorar, más bien una que nos hará debatir, pensar y revisar nuestro propio recorrido. Porque todos llegaremos al lugar al que llegará Frank Sheeran. Y Martin Scorsese lo tiene lo suficientemente claro para regalarnos un testimonio único, otra obra maestra que se eleva por lo alto en lo mejor de la década.