18 veces All Star, cinco campeón, tercer máximo anotador de la historia y siempre tras la sombra de Michael Jordan. Kobe Bryant ha sido, sobre todo, un jugador único.
Por Juanma Rubio, As.com
¿Quién era realmente Kobe Bean Bryant, el chico nacido en Philadelphia (23/08/1978) al que sus padres llamaron así después de descubrir fascinados la ternera de Kobe? ¿Ángel o demonio? Probablemente ángel y demonio. Desde luego, uno de los mejores jugadores de todos los tiempos y también uno de los más polarizadores. A Kobe, en un recuento rápido, se le llamó: egoísta, chupón, mal compañero, mal líder, psicópata y, la traca para el final, jugador sobrevalorado. Pero, es el reverso de la misma moneda, de Kobe también se dijo que era el mejor jugador de siempre; O como mínimo que ersa el mejor escolta por delante… de Michael Jordan, al que finalmente superó para convertirse en (ahora, recién superado por LeBron James) el cuarto máximo anotador de todos los tiempos en la NBA. Temperaturas extremas que dejan poco espacio a los climas templados: ángel o demonio, ángel y demonio.
Siempre fue difícil trazar el término medio de un jugador que no lo tenía, ni en la cancha ni fuera de ella. En sus palabras: “No tengo ningún tipo de filtro, no me cuesta nada decirle a cualquiera lo que pienso de él. No soy el tipo más paciente que te puedas encontrar”. Era difícil separar a la persona del personaje: “Si me ves peleando con un oso, reza por el oso”. Y resultaba desde luego delicado medir si la alargada sombra de Michael Jordan le terminó haciendo bien o mal. Como mínimo ha habido tipos que le dieron una vuelta interesante a ese calcetín. Esta vez habla Doc Rivers: “El hecho de seguir los pasos de Michael hace que seguramente no reciba todo el reconocimiento que merece. Pero es un jugador increíble. Lo que hace está a otro nivel”.
He pensado sobre ello. Mucho: soy de los Lakers y de Kobe Bryant. Muy de los Lakers y muy de Kobe Bryant. En mi quinteto histórico el escolta sería él, no Jordan. Y que nadie lea lo que no he escrito. No digo que fuera mejor sino que lo elegiría antes en mi quinteto histórico. Entiendo unas cuantas de las críticas que recibía y hasta he compartido algunas. En cuanto a su carácter y sus formas y más allá de los prejuicios que provoca su estilo, otra vez jugando y sin jugar. Y asumo que era uno de esos deportistas/héroes/fenómenos de masas cuya legión de seguidores incluye un porcentaje de opinadores enfebrecidos y disparatados que volvían muchas lenguas contra él. A veces se atacaba a Kobe para atacar al kobismo. Hay muchos casos similares. Pero también creo que muchas críticas eran recurrentes, guionizadas entre la idea preconcebida, la asunción de la parte por el todo y el cacareo de los lugares comunes. Y que, mal de gigantes, las cosas extraordinarias que hacen los tipos extraordinarios acaban pareciéndonos rutina y su dimensión no se reevalúa hasta que no quedan, ahora empezaremos a darnos cuenta de verdad, a nuestra espalda. Se me ocurre que ha podido pasar en los últimos años con Federer o Messi, incluso con LeBron James. No tanto como los que exponen de forma mucho menos cotidiana sus hazañas, por ejemplo Bolt o Phelps. Como hacen cualquier día y casi silbando lo que otros hacen una vez en la vida, se tiende a valorarles finalmente sólo lo que ellos hacen una vez en su vida. Parece un trabalenguas pero el mejor ejemplo son los 81 puntos de Kobe Bryant en aquel partido ante Toronto Raptors aquel día de enero de 2006.
Veinte años de carrera, tantos números y tantas historias, una vida, requieren como mínimo una relectura calmada sobre el camino y la obra del jugador del que Lamar Odom dijo que Dios había puesto en la tierra para que todos le viéramos jugar. La carrera de Kobe no fue desde luego un queso Gruyere pero tiene agujeros, como todas. Algunos agrandados por el reverso tenebroso de la leyenda, otros ponderados de forma irregular y algunos curiosamente olvidados.
Desde luego, y si se empieza por el ocaso, aquella última renovación por dos años y 48,5 millones fue una hipoteca para la reconstrucción/resurrección de su franquicia y una ocasión perdida para él, que venía de ganar 30,4 millones en una temporada 2013-14 en la que jugó 6 partidos y 177 minutos. Y que en total amasó más de 300 millones sólo en contratos con los Lakers. Un nuevo acuerdo rebajado a algo más de la mitad hubiera parecido más lógico si se hubieran enhebrado sus (por entonces) 35 años y 18 temporadas en la liga con el sobrecargo que al fin y al cabo iban a asumir los Lakers para evitar sainetes en la continuidad de uno de sus símbolos históricos. Duncan sí supo leer en su día el equilibrio entre forrarse y jugar al lado de buenos jugadores, y LeBron, Bosh y Wade modularon (parece que ha pasado un siglo) sus salarios lo justo por debajo del máximo para conformarse como big-three y ganar dos anillos en Miami. Más una cuestión de actitud, casi de intención moral, que de cuentas económicas. No en vano hablamos de jugadores con muchos ceros en los cheques y un casi ilimitado potencial de ingresos. Desde luego hay voluntad de ordeñar hasta el límite la ubre de la que caen los dólares, cosa que no es en realidad demasiado criticable de un punto de vista real, pero también un trasfondo de postura emocional. Kobe ganó mucho dinero y quería ganar, era obvio hasta la obsesión, el sexto anillo que la habría igualado con Jordan. Así que la cuestión esencial era que seguramente seguía pensando que podía ser el pez más gordo de un estanque campeón.
Al final del camino, un debate sobre egoísmo y colectividad que impregnó toda la carrera de Kobe, en gran medida una escalada egomaníaca que supo modular Phil Jackson con la retórica zen que también reajustó, hasta en eso hay vasos comunicantes, a Michael Jordan. Va en el carácter: en su segunda temporada (1997-98) Kobe se convirtió por aclamación popular en el titular más joven en la historia de los All Star. Como siempre sintió que todo lo que le rodeaba estaba dispuesto para que él lo cogiera, como un escenario coreografiado, aquel día tiró más (6/17) que Garnett y Malone juntos (8/15). Y se quitó de delante para marcar a Jordan al propio Malone, que dijo después que ya lo interesaban esos partidos “en los que los jovencitos le mandaban apartarse». Según pasaron las temporadas fue acabándose la extraordinaria capacidad atlética que tenía entonces pero a cambio se fue modulando aquella hambruna bizarra y necesaria para sobrevivir en un ecosistema creado para devorar jóvenes promesas. Sin una fe en sí mismo que iba más allá del sentido común quizá Kobe no habría sobrevivido a las expectativas, a los demás y a sí mismo. Y no habría decidido saltar directamente de Lower Marion a la NBA desoyendo los cantos de sirena de Duke o la North Carolina en la que había jugado… Michael Jordan.
Cuando sus padres todavía firmaban sus contratos porque estaba por debajo de la edad legal, el planeta baloncesto ya tenía su mirada fija sobre él. Es el tipo de presión y escrutinio que destruye carreras de altísimas miras. Demasiado pronto. Así que conviene analizar el carácter de las jóvenes pirañas pero también el ecosistema de las peceras que creamos para ellas. Bryant fue el jugador más joven en debutar en la NBA (18 años y 72 días: después le superaron Jermaine O’Neal y Andrew Bynum) y sigue siendo el más joven en estrenarse como titular (18 años, 158 días). Tardó tres partidos en anotar su primera canasta pero no terminó su año rookie sin meterse en el despacho de Del Harris para pedirle más jugadas diseñadas para él. Por entonces ya había lidiado con el olor a chamusquina que provocaba entre los veteranos. Veían peligrar tanto su puesto en el quinteto (Van Exel) como la primera plana de la franquicia (Shaquille O’Neal llegó a decir que él no iba a ser “la canguro de nadie”). Y con las boutades calculadas de su agente, un Arn Tellen que ya había aireado que si había “un jugador que pudiera acercarse a Michael Jordan ese era Kobe Bryant”. Por la trituradora de la metáfora Jordan pasaron en su carrera con menos suerte, por unas u otras cosas, Vince Carter, Tracy McGrady, Jerry Stackhouse o Grant Hill. Nadie se acercó tanto y Michael Jordan selló el debate: “Veo mucho de mi forma de jugar cuando veo los partidos de Kobe Bryant”.
La verdadera fotocopia del mito, extraída de semejante nómina de aspirantes (jóvenes Prometeos), se gestaba cuando el mundo todavía miraba hacia otro lado. Los Lakers le probaron antes del draft de 1996 lanzándole a jugar contra un referente de la franquicia como Michael Cooper, que a los pocos minutos se lo dejó claro a Jerry West: “Es mejor que cualquiera de los que tenemos ahora en el equipo”. El destino estaba escrito pero había que darle un empujón. West acordó con los Hornets el intercambio de Vlade Divac por un número 13 del sorteo que fue Kobe Bryant aunque los Lakers no se lo dijeron a los de Carolina hasta cinco minutos antes de su turno de elección. En secreto y anticipándose a todos, los Lakers habían trasladado armamento nuclear de Lower Merion (Pennsylvania) a Los Ángeles.
Así que para convertirse en lo que fue el Kobe de los siguientes dieciocho años en la NBA había que haber sido el Kobe de los dos primeros años en la NBA. Al menos en cuanto al equipamiento psicológico básico. Del mismo modo que un cierto grado de sociopatía y canibalismo competitivo (más acentuados en Kobe que en otros) son necesarios para seguir con el hambre intacta a medida que se van acumulando lustros de carrera, reconocimientos, decenas de millones en el banco y magulladuras por todo el cuerpo. Kobe, como Duncan o Garnett, son un ejemplo para muchos, y pienso en tantas y tantas implosiones demasiado tempranas de los egos.
En su espantada/paréntesis de L.A. (18 junio 2004-15 junio 2005), Phil Jackson definió a Kobe Bryant como un jugador “imposible de entrenar” en aquella catarsis en formato libro que fue “The Last Season”. Pero ribeteó su regreso con un “si vuelvo a entrenar a este equipo es porque Kobe Bryant sigue en él” y acabó asegurando que Kobe era el mejor jugador de la tierra durante el tramo de los dos últimos anillos. Cuarto y quinto para el escolta, décimo y undécimo para el entrenador. De aquella pesadilla de 2004, el Payton-Kobe-Malone-Shaquille que quedó como un sueño suspendido y distópico, salió un Kobe Bryant propulsado al lado oscuro. Más de 46 minutos por noche en la final maldita ante los Pistons con un infame 17% en triples y, en cinco partidos, apenas 22 asistencias por 18 pérdidas. La rivalidad Bryant-Shaquille, hasta ahí llegó el equilibrio entre machos alfa, acabó con Kobe casi fuera de los Lakers y con Shaquille fuera de los Lakers. Y con una guerra no siempre fría de egos que tuvo a los medios de comunicación felices y a la NBA atrincherada durante unos años que al fin y al cabo acabaron en intercambio de halagos, asunciones de culpa, abrazos y el MVP compartido del All Star 2009 como armisticio con sabor a blockbuster hollywoodiense.
De sus relaciones de vestuario y pista sale uno de los debates más incendiarios sobre Kobe Bryant, que fue joven con altísima concepción de sí mismo, locomotora que no ha mirado atrás ni siquiera para ver quienes eran los compañeros que le seguían a lo lejos, veterano de liderazgo particular pero positivo y leyenda despedida como tal en cada pabellón. Y con Phil Jackson como pastor zen y fuente de iluminación. Pero en este feo final orquestado por Byron Scott, y en el que los Lakers como institución no supieron salvar a Kobe Bryant de Kobe Bryant, se jugó, fuera consciente o no, una parte de su legado casi tan crucial como el sexto anillo. Le tocó lidiar con una reconstrucción que no llegó a comenzar, con un cuerpo que dejó de seguir a su mente y con la llegada de nuevos (y más jóvenes) gallos al corral. De los modos del traspaso de poderes dependía el regusto de este tramo final de su carrera, afeado a pesar de que en los últimos tiempos solo hablaron mal excompañeros como Kwame Brown (ejem), Smush Parker (ejem, ejem) o Dwight Howard (ejem, ejem, ejem).
Pau Gasol, con el que en España se quiso montar una fricción transatlántica de una sola dirección, habla maravillas de un jugador que le llama hermano, le defendió a dentelladas en sus valles mediáticos de los últimos años y le consideró una de las pocas razones para firmar un nuevo y último contrato en los Lakers que finalmente no llegó. En la liga, y el Team USA de Londres posicionó su jerarquía espiritual entre las nuevas y grandes estrellas, Bryant se returñi como un jugador respetado y admirado: su tour de despedida queda como testimonio. Kevin Durant le señaló como el mejor de la historia y un amigo al que llamaba a cualquier hora de la noche para resolver crisis de su supersónica fase de crecimiento. Phil Jackson, otra vez, bendijo al último Kobe: “Ha aprendido a ser el tipo de líder que la sus compañeros quieren seguir”. De Kobe a lo largo de los años se han dicho cosas como estas dentro de su gremio:
“Lo intentas todo en defensa y él sigue metiendo tiros. Y sigue, y sigue…” (Doc Rivers)
“Si entra en racha, no hay forma humana de pararle. Es imposible” (Jalen Rose)
“Siempre he pensado que es el mejor. No creo que ni siquiera se le acerque ninguno” (Alvin Gentry)
“No hay nadie capaz de defenderle, ni un solo jugador en la NBA” (Byron Scott)
“Es el modelo para cualquier jugador joven que llega a la NBA. Cada año ha ido aprendiendo y mejorando para ser mejor jugador” (Larry Brown)
“Se pone a meter tiros que parecen mal seleccionados pero entonces empieza a meterlos… Es muy difícil defenderle” (Chris Bosh) “
¿Quién es mejor que Kobe Bryant?” (Amare Stoudemire)
“Si tuvieras que hacer un equipo a partir de un jugador, sería él. Es imposible de defender y es casi imposible anotar contra él cuando se pone a defender” (Nate McMillan)
“No hay nadie con más talento. Es capaz de cualquier cosa” (Alonzo Mourning)
“Me encanta jugar contra él. Siempre quieres enfrentarte a los mejores y el mejor del mundo es él. Va e encontrar la forma de ganar el partido sea como sea. En eso me recuerda a Jordan” (LeBron James)
“Acabará siendo considerado el mejor de la historia. Su mentalidad, su estilo… No se conforma con ganarte, tiene que machacarte, darte la última puñalada. Ese es un viejo arte que se está perdiendo en la NBA” (Mark Jackson)
Y por supuesto… “Kobe Bryant es mi héroe” (Shaquille O’Neal)
Tampoco se puede cuestionar el amor de Kobe Bryant por los Lakers y es una cuestión más de lógica que de hacer sonetos: pasó allí 20 años, una vida. Y no se puede por mucho que en ese tiempo hubiera dos sonados amagos de ruptura. Primero el flirteo con los Clippers que acompañó a su divorcio con Shaquille y que acabó con la firma de una ampliación por siete años y 136 millones… al día siguiente del traspaso de Shaq. Y la zozobra de 2007, con los Bulls al final del pasillo, tras los ha dicho pero no ha dicho pero quizá haya querido decir que precedieron a la entrevista con Stephen A. Smith en la que pronunció el infame “I want to be traded” (quiero que me traspasen). Tres horas después anunció que había hablado con Phil Jackson y que seguiría en Los Angeles.
En realidad su peor momento, su ascenso temporal al trono de gran villano oficial de la NBA, se hilvanó en el tramo central entre los primeros tres anillos y los dos últimos, entre el Kobe al que se le perdonaba por joven y el Kobe que aprendió a hacerse perdonar. Al menos un poco. Como eje, el paso por el purgatorio que fue la denuncia por ataque sexual (verano de 2003) de una trabajadora del hotel The Dodge And Spa At Cordillera, en Colorado. Un asunto resuelto muy de aquella manera y que coincidió con los años en los que unos Lakers de perfil bajo retrataron al Kobe, entra la obligación y la vocación, más individualista. De todo ese trance personal y deportivo emergió el Kobe definitivo. Sobrevivió al temporal que en gran parte había provocado con la rehabilitación deportiva y la reinserción mediática. Después de ese valle que pudo hundirle en la sombra, llegaron dos anillos, su único MVP de Regular Season, tres extensiones millonarias más con los Lakers y contratos con Nike, Spalding o Coca-Cola. Kobe había aprendido a sobrevivir a tantas cosas que supo hacer la más difícil: sobrevivir a Kobe.
La fama de individualista estaba tan bien ganada como exagerada hasta la parodia: había memes de Kobe diciendo a un compañero «¿que te la pase? ¡coge el maldito rebote de ataque!». El Kobe jugador era así y el Kobe personaje acabó haciendo de ello bandera, entre la retranca que da la experiencia y la retórica bélica que le define: “Mi puesto es shooting guard, lleva en su nombre la palabra shoot: tirar. Así que no voy a dejar de hacerlo”. Kobe ganó una tonelada de partidos en volúmenes de tiro muy poco razonables. Aunque también los perdió, especialmente en los últimos tiempos y cuando no supo asumir una más saludable modulación de su estilo y sus números. Los jugadores como él a veces desconectan a sus compañeros pero muchas otras les salvan (les salvaban…). Son ceros en sus cheques muchas veces, un vórtice que se los lleva por delante otras. Desde luego su saldo final fue positivo en el paradigma tirador/metedor más allá de estas últimas campañas y de extravagancias exóticas como la de la temporada 2005-06, en la que anotó la barbaridad de 35,4 puntos por partido… y lanzó la barbaridad de 27 tiros por noche. El resultado de cruzar a un Kobe muy enfadado y todavía a toda máquina en lo físico con un equipo fantasmal en el que formaba quinteto con Parker, Odom, Cook y Kwame Brown.
Aquel equipo, tan justo en tantas cosas, ganó 45 partidos en una Temporada Regular en la que Kobe anotó 27 veces más de 40 puntos… y 6 más de 50. Ese equipo tuvo a los Suns de Nash, Marion y Stoudemire 3-1 en primera ronda del Oeste, antesala de una de las actuaciones más discutidas de toda la carrera de Kobe Bryant. Después de sus heroicidades del cuarto partido para amasar tres match points para su equipo, dimitió en el séptimo (perdieron 121-90). Literalmente: sólo tiró tres tiros en todo el segundo tiempo y la TNT definió aquella como “una noche que iba a marcar su reputación para siempre”. Barkley perfeccionó la lógica inversa y aseguró que resultaba la cima del egoísmo del jugador egoísta dejar de serlo para que sus compañeros tuvieran que asumir responsabilidades… y quedaran en evidencia. Kobe y Phil Jackson hicieron luego un ejercicio de revisionismo al asegurar que había un plan trazado para que el resto de jugadores entraran en partido porque Kobe no iba a ganar solo. Incluso si fue realmente así terminó en un extremo tan grotesco que sigue siendo una de las peores noches, entre unas cosas y otras, en toda la carrera de Kobe.
El cuerpo de Kobe Bryant era un mapa topográfico que recorría dos décadas de batallas, ganadas y perdidas, y constante exigencia extrema. Tuvo que probar tratamientos experimentales para las rodillas y jugó con lesiones de tobillo o con fracturas en dedos de la mano de tiro. Una pelea contra todo en la que sólo el tiempo le aguantó el pulso primero y combó su voluntad de hierro después: “Siento dudas e inseguridad. Tengo miedo a fracasar. Ahora hay noches en las que salgo a la pista y me duele las espalda, me duelen los pies, las rodillas… Me dan escalofríos. No sé ni cómo voy a recuperarme de esta lesión pero mi intención es lograrlo. Es el último capítulo, sé que mi libro se está cerrando. Sólo me queda por averiguar cómo van a ser las últimas páginas”. Las últimas páginas, que ya tienen punto y final, se empezaron a escribir cuando se rompió el talón de Aquiles el 13 de abril de 2013. Sobre un pie anotó dos tiros libres que ayudaron a que una temporada de pesadilla acabara al menos en playoffs y se fue para jugar en la siguiente sólo seis partidos entre el 8 y el 17 de diciembre. En el cuarto sumó 21 puntos, 7 rebotes y 8 asistencias, en el sexto se rompió para el resto de la temporada: primero la tibia, después la rodilla. El tiempo cobrando cheques atrasados, el penúltimo pagaré de un libro que efectivamente se ha cerrado. Pero que lo hizo siendo un tomo monumental de la historia de la NBA.
Kobe comenzó su última temporada con 37 años. Ese final de trayecto recorrido por la gatera parecía una opción tan lógica que quizá por eso mismo no era conveniente apostar contra Kobe. No mucho dinero al menos. Rostro y diana de todos los males de los últimos Lakers, con el anuncio de su adiós se volvió a convertir, ya el jugador de la mano del exjugador, en la única certeza inamovible en unos Lakers irreconocibles a los que se les está había oxidado hasta la mística. Hablamos de la franquicia, recuerdo por si hiciera falta, de Magic Johnson, James Worthy, Kareem Abdul-Jabbar, Wilt Chamberlain, Elgin Baylor, Jerry West, Gail Goodrich, Jamaal Wilkes, Shaquille O’Neal y, ahora, LeBron James.
En definitiva, muy pocos jugaron mejor y nadie jugó más de púrpura y oro que Kobe Bryant. A lo largo de 20 temporadas y en unos números que no distinguen noches buenas de malas ni salud de enfermedad, promedió 25 puntos, 5,2 rebotes, 4,7 asistencias y 1,4 robos por partido. Una tabla calcada con precisión robótica en las eliminatorias por el título, cuando las defensas hacen crujir los huesos y el balón abrasa las manos: 25,6, 5,1, 4,7 y 1,4. Los mejores entrenadores del mundo, buena parte de ellos entre los mejores de la historia, lanzaban sistemas defensivos de toda clase contra él y casi todos reconocían que había días, esos días, en los que podrías lanzarle una manada de gorilas: no le detendrías. En el quinto partido de la primera ronda de 2012 desató 43 puntos sobre los Nuggets de George Karl. Denver ganó ese partido pero perdió la serie. Y Karl hizo esta reflexión: “Hay jugadores que son especiales por su deseo inquebrantable de ganarte. Kobe puede tener días malos, puede a veces obcecarse por ser egoísta… pero ese deseo que tiene de derrotarte es tan poderoso… En los últimos cuartos igualados se siente capaz de todo, no tiene miedo a nada. Ni a las mejores defensas colectivas o individuales, ni a dobles o triples marcajes… ¿Veis los tiros que mete? Por favor… ¿Qué se supone que se puede hacer contra eso? Nada, sólo decir ‘bueno, lo ha vuelto a hacer’. Es un ganador, porque hay una diferencia entre jugadores con talento y jugadores ganadores”.
Todo lo que se dice de Kobe, y más ahora que se ha ido de una forma incomprensible, no se dice sólo por los cinco anillos y no se dice desde luego porque un día metió 81 puntos o porque ha anotado más que Michael Jordan. Los hitos son apenas puntos cardinales, referencias temporales de una trayectoria en la que ha sucedido todo esto:
-Cinco anillos de campeón de la NBA
-Dos MVP de las finales
-Un MVP de la Temporada Regular
-Dieciocho veces All Star
-Cuatro veces MVP, récord histórico, del All Star
-Once veces incluido en el Mejor Equipo de la temporada, algo que sólo han logrado él y Karl Malone
-Nueve veces en el Mejor Equipo Defensivo de la temporada
-Dos Oros Olímpicos
-Máximo anotador de la historia de los Lakers
-17 veces Mejor Jugador del Mes en la NBA
-33 veces Mejor Jugador de la Semana en la NBA
-Máximo anotador en activo y tercero máximo de la historia
-Máximo anotador en activo y tercer máximo de la historia de los playoffs
-Máximo anotador de la historia del All Star
Entre 2000 y 2013, Kobe estuvo siempre en el top ten de la liga en anotación, y en ocho de esas trece temporadas también figuró entre los tres primeros. Cuando anotó 81 puntos ante Toronto Raptors el 22 de enero de 2006, se puso detrás de los 100 puntos de Chamberlain en anotación en un partido y también en medio: 55. El mítico pívot, en su día un gigante entre hombres, es la última frontera de muchos de los récords de Kobe, lo que demuestra que sus cifras pertenecían en muchos casos a otro tiempo, a otro baloncesto. En la temporada 2006-07 (en la que batió su récord de tiros de campo: 1.757) firmó diez partidos anotando 50 o más puntos. Otra vez, algo que sólo había conseguido Chamberlain… en la era jurásica: 45 partidos en la 1961-62, 30 en la 1962-63.
Sus topes personales en un partido son 81 puntos (claro), 50 tiros a canasta (en su útlimo partido como profesional, ante Utah Jazz), 16 rebotes, 15 asistencias, 7 robos, 5 tapones, 54 minutos, 23 tiros libres anotados, 27 tiros libres intentados… Superó dos veces los 30 puntos en un solo cuarto, anotó seis veces 60 o más puntos; 25 veces 50 o más, 116 veces 40 o más, le metió al menos una vez 40 puntos a todas las franquicias de la NBA… Fue en su momento el más joven en alcanzar cada cifra redonda de anotación entre los 23.000 puntos y los 31.000. Y sigue siendo el único jugador que ha metido 600 puntos en tres playoffs seguidos (2008-2010). Entre el 16 y el 23 de marzo de 2007, Kobe firmó cuatro partidos seguidos con más de 50 puntos, la segunda mejor marca de siempre por detrás de… sí, Wilt Chamberlain (siete). Entre el 6 y el 23 de febrero de 2003 enlazó nueve partidos seguidos con 40 ó más: los mismos que Michael Jordan. Chamberlain llegó dos veces hasta los catorce.
Se podría seguir pero esto no pretende ser una recopilación wikipédica sino una exposición que explica y saca lustre a casi todo lo dicho anteriormente. De la mezcla de palabras y números emerge la dimensión del jugador que dominó junto a Tim Duncan una era de la NBA, la que rodó (la década 2000-2010 como eje) del final de Michael Jordan al ascenso de LeBron James. Kobe, viajando al partido que salpica por varios sitios este artículo, no era el jugador que metió 81 puntos en un partido pero era un jugador que metió 81 puntos en un partido. El pensamiento europeo, tan a carta cabal, reniega muchas veces de estas hazañas a favor de una idea del juego que considera más ortodoxa del mismo modo que no encuentra diversión en los All Star Game. El deporte americano se lo pasa de maravilla, en cambio, sentándose delante del televisor para divertirse y, cuando la ocasión lo permite, citarse con la historia venga esta por donde venga. Pensamiento de star-system. Está en su cultura y está en su deporte. A los que reniegan de forma más incorregible de las mareas que funden los dos lados del Atlántico hay que reprocharles la crítica de lo circense, la conversión automática de los espectacular en poco serio. Dicho esto, desde luego ese no fue el mejor partido de Kobe Bryant. Fue una extravagancia maravillosa en su contexto pero no la definición más amplia posible de todo lo que recordaremos de él.
Ahora que ha anochecido, es difícil no recordar con absoluta admiración noches que quedan suspendidas en nuestras retinas como la prueba de que los jugadores especiales pasan pero la estela de sus hazañas permanece. Quizá el icono del primer Kobe sea aquel game 7 de la final del Oeste de 2.000 contra los Blazers de Rasheed, Pippen y Sabonis. Con 21 años, comandó la furiosa remontada laker en ruta hacia el primer anillo desde 1.988 (31-13 en el último cuarto para el 89-84 final) con 25 puntos, 11 rebotes, 7 asistencias, 4 tapones y el ya icónico alley-oop a Shaquille que selló el triunfo y que ahora recordamos como la imagen que definió una era, la que inició una dinastía. Después, en el segundo partido de la final ante Indiana, se torció el tobillo al caer tras una suspensión sobre el pie de un Jalen Rose que doce años después reconoció haberle lesionado a propósito. Se perdió ese partido y el tercero pero decidió el cuarto, resuelto en la prórroga (118-120) y con Shaquille en el banquillo con seis faltas (y 36 puntos y 21 rebotes…). Kobe anotó 22 puntos en el segundo tiempo, los últimos en la canasta de la victoria.
Un años después, los Lakers pasan como un vendaval por los playoffs de 2001 (15 victorias, una derrota) con 29,4 puntos, 7,3 rebotes y 6,1 asistencias por partido de un Kobe al que Shaquille (más de 30 puntos y 15 rebotes por noche) bautiza como “el mejor jugador de la NBA”. En la temporada 2002-03 atraviesa febrero en un trance celestial literalmente asombroso: 40,6 puntos, 6,9 rebotes, 5,9 asistencias y 2,2 robos por partido. Incluso en la siguiente temporada, la que termina con la desaparición en la final ante los Pistons, hay algún recuerdo colosal que aterriza a vuelapluma: en el último partido de la temporada los Lakers aseguran el título del Pacífico con un partido de 37 puntos y 8 rebotes de un Kobe que anotó el triple que forzó la prórroga y el que decidió el triunfo en el segundo tiempo extra.
Desde luego, el partido de los 81 puntos no fue el gran partido de Kobe, sólo un descomunal mordisco a la historia. En esa misma temporada 2005-06 anotó veintisiete veces más de 40 puntos. El 20 de diciembre fundió a los Mavericks con 62 puntos en tres cuartos en los que dominaba a todos el equipo rival (62-61), lo única vez que ha sucedido algo semejante desde que existe el reloj de tiro.
La mayoría de estos partidos están en la memoria colectiva aunque, la continuidad en la excelencia, se tienden a difuminar las grandes noches atrapadas por las excelentes. En la ruta de las tres finales y los dos anillos junto a Pau Gasol (2008-2010), Kobe jugó series de playoffs estratosféricas, operaciones de pura precisión aplicadas sobre rivales de toda clase, siempre entre los mejores de la NBA. En 2.008 fundió a los Nuggets con secuencias de juego incontrolables y rematadas con un partido de 49 puntos, 10 asistencias y un 66% en tiros de campo. Un año después, y tras una temporada en la que logró seis winning shots sobre la bocina, volvió a Denver para sofocar la insurgencia nugget en una muy comprometida final de Conferencia y recuperar el factor cancha perdido en el Staples con 41 puntos en el tercer partido. Después los Lakers jugaron contra Orlando una final de mentiroso 4-1: los partidos segundo y cuarto cayeron de milagro del lado angelino. El primero no porque Kobe dio la bienvenida a las Finales a Dwight Howard y compañía con 40 puntos, 8 rebotes y 8 asistencias. En esa final sumó 32,4 puntos, 5,6 rebotes y 7,4 asistencias por noche. En 2.010, y antes de la ya muy citada final ante los Celtics, los Lakers escaparon a las defensas zonales de los Suns de Gentry, un inesperado pero incómodo rival en la final del Oeste. Kobe anotó 40 puntos en el primer partido y repartió 34 asistencias entre los tres siguientes para desmontar la estrategia de los de Arizona. La versión playoffs de Kobe: “Sabía que si yo entraba en pánico, todos los demás entrarían en pánico”.
El casi perfecto plan de persecución de Michael Jordan quedó congelado ahí, en el tope de los cinco anillos. Diversos extravíos alejaron el sexto mientras la NBA redibujaba su mapa de poder y la Mamba Negra lidiaba con los achaques de la edad. Los reales y los que imaginaban los demás: en 2010 ESPN le rebajó hasta el séptimo puesto en su ránking de mejores jugadores de la liga. Su respuesta fue batir el récord de puntos de un jugador en decimosexta temporada: 48 a Utah Jazz. “No está mal para el séptimo de la liga”, dijo camino de los tres siguientes partidos: 40, 42 y 42 puntos. No había que apostar contra Kobe. No demasiado dinero.
La montaña megalítica de datos no esconde detrás de ella a un jugador superdotado: lo encumbra. Uno de los mejores de siempre más allá del tacto con el que hay que enhebrar posiciones y épocas. Es difícil compara a Kobe con Chamberlain, Russell o Abdul-Jabbar… pero no lo es tanto hacerlo con Michael Jordan. Los dos escoltas, los dos mejores de siempre y los dos solapados en el tiempo. Kobe vivió para lo bueno y para lo malo colgado de esa comparación que no deja de ser la búsqueda eterna del jugador perfecto. Cada año, durante unos cuantos, más parecido en estilo y números pero finalmente por detrás de His Airness en todos los medidores objetivos. Jordan fue competitivamente impenetrable en tramos más concentrados y estancos de su carrera: quince años a pesar de un par de retiradas tentativas e incluyendo el periplo final en Washington. Para mí Kobe está por delante desde un punto de vista puramente subjetivo, emocional. Pero ambos están también por detrás de Magic Johnson.
A Kobe le quedó haber sido mimético a Air en muchos movimientos en pista y en muchas formas de demoler rivales. Y le quedó el haber alcanzado un punto incluso más plástico y de una mayor perfección técnica en algunos aspectos de su juego. El discípulo no superó al maestro pero se hizo con casi todas las armas para hacerlo. Y no es poco. El mejor ejemplo son esas suspensiones en fade away que en Jordan eran de una rectitud intachable y en Kobe de una angulosidad inexplicable a partir de su increíble capacidad para formular sus posiciones de tiro ya en el aire, en elevaciones heterodoxas y con los rivales literalmente encima. Cuando Kobe dejó de volar por encima de los rivales aprendió a crujirlos llevándolos al poste. Cuando perdió velocidad ganó lectura de juego. Y el depredador no declinó, sólo mutó. Lo mismo supo hacer Jordan.
Kobe perdió finalmente en el debate con Jordan pero consiguió que existiera el debate y que se pudiera sostener (al menos durante algunos años) con cierta legitimidad. Un trecho al que nunca se acercaron otros llamados a heredar la corona. Los ingredientes iban en el código genético pero la receta se fue cocinando a fuego lento y a través de 20 años de trabajo infatigable y sin excusas. En cada ciudad a la que llegaban los Lakers había una habitación de hotel acondicionada para que Kobe Bryant entrenara. Cuidados escrupulosos los 365 días del año, estudio científico del juego. Esa es la pasta de la que están hechos Kobe, Tim Duncan o Kevin Garnett. Y eso les ha apartado del resto en términos de longevidad y competitividad. Precisamente lo mismo que, al menos, fue acercando a Kobe a la alargada sombra de Michael Jordan. No olvidemos lo que dijo George Orwell: “Todos somos iguales menos algunos que somos más iguales que otros”.
DESCANSA EN PAZ, KOBE BEAN BRYANT (26 DE ENERO DE 2020).