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El día en que todo cambió

Las imágenes de la raqueta de Ríos volando por los aires tras el revés largo de Agassi en el match point, de la bandera chilena a sus espaldas o levantando el trofeo como nuevo número uno del mundo quedaron grabadas para siempre en varias generaciones.

Hector Muñoz |

Ríos ATP

Las imágenes de la raqueta de Ríos volando por los aires tras el revés largo de Agassi en el match point, de la bandera chilena a sus espaldas o levantando el trofeo como nuevo número uno del mundo quedaron grabadas para siempre en varias generaciones.

Por Rodrigo Hernández, As.com

En días de encierro y cuarentena tanto voluntaria como obligatoria para la mayor parte del país, el repaso de partidos del recuerdo se ha transformado en una rutina para los futboleros y amantes del deporte. Opciones hay muchas y en distintas plataformas, pagadas y de las otras, pero para emocionarnos y hacer justicia con lo que representó el hito que aquí se recomienda habría que partir necesariamente con el 29 de marzo de 1998.

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El refugio en casa que, párrafo aparte, urge amplificar entre los rebeldes, indolentes y acomodaticios que aún no le toman el peso a la gravedad de la pandemia, ha permitido constatar a la hora de la revisión que no son pocos los eventos significativos de los últimos 10 años aunque fue hace 22 cuando todo cambió.

Aquella tarde en Crandon Park, antiguo court central del Masters 1000 de Miami, miles de chilenos y estadounidenses ambientaron una batalla que parecía más un match de Copa Davis que una final del circuito ATP. Razones había de sobra: a un lado estaba Andre Agassi, el chico malo, el más carismático jugador estadounidense de la época que regresaba al primer plano después de su estrepitosa caída en el ranking y la separación de Brooke Schields y, al otro, el Chino Ríos, la sensación del tenis sudamericano, el Agassi de Los Andes, el irreverente chileno que estaba a un partido de romper la historia y convertirse en el nuevo número uno del mundo.

El zurdo estaba con la confianza a tope, intratable. Campeón de Indian Wells donde había vencido en cuatro sets a un siempre incómodo Greg Rusedski (aunque Ríos lo hallaba malo como a la mayoría de los tenistas que jugaban con revés cortado y subían a la red) y finalista sin grandes sobresaltos en Miami tras eliminar secuencialmente a Dreekmann, Haas, Ivanisevic, Enqvist y Henman. Solo ante este último enredó un set aunque despuéslo despachó con un demoledor 6-0. El cierre de esa semifinal, fue una lección magistral del Chino, lo pasó por donde quiso, con passings cruzados, paralelos y globos con top spin. Un deleite.

Robinsón Gamonal, ex campeón de Chile y compañero de generación de Ríos, quien lo invitó a compartir habitación esas dos semanas en Key Biscayne recuerda hasta hoy y con particular nitidez su nivel superlativo. «Una mañana había un viento de locos, nadie podía entrenar bien, la pelota se movía muchísimo, pero Marcelo la metía siempre adentro, pegándole limpio, sin problemas. Cuando terminó me dijo, no la puedo echar afuera, por más que trato. El Chino tenía la convicción absoluta de que podía ganar el campeonato».

Aunque Ríos le había ganado en semis a alguien técnicamente muy distinto, no tuvo problemas para pararse frente a Agassi, adaptarse a otro tipo de juego e imponer sus términos. Un descuido en el set inicial le impidió confirmar su primer quiebre de servicio, pero en el duodécimo game logró una segunda ruptura y soltó amarras: 7 a 5 y dos quiebres de servicios posteriores para llevarse el match por 6-3 y 6-4.

El Chino, con una frialdad y manejo de escena increíbles, le dio a Agassi de su propia medicina. Jugó tan metido en la cancha como el estadounidense, pero con una muñeca capaz de ejecutar ángulos mortíferos que lo obligaron a correr, defender y pegar incómodo en muchos pasajes del partido. Fue la clave de la victoria del chileno.

Las imágenes de la raqueta de Ríos volando por los aires tras el revés largo de Agassi en el match point, de la bandera chilena a sus espaldas o levantando el trofeo como nuevo número uno del mundo quedaron grabadas para siempre en varias generaciones. También su templanza para vivir el momento, una serenidad inimaginable en otros deportistas. Es que el Chino tenía un carácter único y su forma de ser, no quepa duda, fue determinante para llegar tan lejos. Si debió o no tener una carrera más larga en la elite es otro tema.

El legado de Ríos marcó a miles de deportistas, chilenos, sudamericanos e incluso de latitudes muy lejanas. Algunos, seducidos por su estilo, desenfado y exquisita técnica, pero la gran mayoría porque demostró que se podía, que había forma de alcanzar objetivos mayores, que nada era imposible. La notable generación de tenistas argentinos de fines de los 90 y los 2000 creció, se desarrolló y consiguió grandes cosas admirando al Chino, del mismo modo que Nicolás Massú, que muchos futbolistas de la generación dorada e incluso hoy Joaquin Nieman. Esa herencia, más allá de las formas de Ríos y no pocos capítulos desafortunados, tiene un valor incalculable.

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