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Lara Flynn Boyle: así se apagó la estrella destinada a ser la nueva Liz Taylor

La actriz, una de las mujeres más populares de América a principios de los noventa, cumple 50 años alejada de las cámaras que hace tres décadas se convirtieron en su obsesión.

Hector Muñoz |

Lara Flynn Boyle

La actriz, una de las mujeres más populares de América a principios de los noventa, cumple 50 años alejada de las cámaras que hace tres décadas se convirtieron en su obsesión.

Por ElPais.com

Lara Flynn Boyle (Iowa, 1970) le encantaba ser famosa. “¿Quién demonios no querría ser famoso?”, se preguntaba en The Telegraph. “Es fantástico. Algunas celebridades se quejan de que no pueden ir ni al supermercado, ¿pero quién quiere ir al supermercado? Tengo una vida maravillosa y supongo que a la gente le molesta que lo diga. Si solo me importase la interpretación estaría haciendo teatro en Iowa”. Sin embargo, la actriz cumple hoy cincuenta años retirada de los focos, de las cámaras y de las alfombras rojas con los que llegó a obsesionarse. Ni siquiera regresó en 2017 a Twin Peaks para interpretar a Donna, la mejor amiga de Laura Palmer, en la tercera temporada: Lara Flynn Boyle no quiere saber nada de Hollywood. Y tiene motivos de sobra.

Boyle definió su infancia como “un mal telefilm de sobremesa”. Su padre se largó cuando ella tenía seis años y su madre alternaba tres trabajos para salir adelante: limpiadora por las noches (Lara la acompañaba recogiendo ratas muertas), dependienta por el día y contable los fines de semana. Lara se llamaba así por el personaje de Julie Christie en Doctor Zhivago (un homenaje habitual en su generación, Laura Valenzuela también bautizó con ese nombre a su hija por la película) y madre e hija veían Hollywood como una tierra prometida: el día después de graduarse en el instituto, Lara se mudó a Los Ángeles y su madre la acompañó en calidad de manager. Dos años después era una de las mujeres más famosas de América.

Twin Peaks llegó a sentar a 30 millones de personas en el sofá, todas pendientes de averiguar quién demonios había matado a Laura Palmer. Boyle interpretaba a Donna, un cervatillo (esa fue la referencia que David Lynch, creador de la serie, le dio a Boyle) cuyo cabello parecía flotar cuando caminaba: Donna era la criatura más hermosa de aquel infierno. En octubre de 1990 Rolling Stone conmemoró el estreno de la segunda temporada con una portada, “Las mujeres de Twin Peaks”, en la que Boyle aparecía junto a Sherilyn Fenn (Audrey) y Mädchen Amick (Shelly) fundando el canon de la estética femenina de la recién inaugurada década: enormes melenas ahuecadas, camisetas de tirantes (de color café, claro), vaqueros que subían hasta la cintura y cejas delgadas que sugerían que ocultaban secretos.

“Son macizas del misterio y les quedan estupendamente los jerséis”, arrancaba el reportaje, “Son las mujeres de Twin Peaks o, al menos, tres de ellas. Son seis montañas [“peak” en inglés]”. Boyle presumía de su fascinación con el Hollywood clásico eligiendo para la entrevista la cafetería Du-Par, donde según la leyenda James Dean tomó su última cena, y explicando que “todo lo que hace Donna es muy urgente, a vida o muerte, como Natalie Wood en Esplendor en la hierba”.

La actriz, que entonces tenía 20 años, confesaba que la primera vez que vio a Kevin Costner de cerca se puso a llorar y que en una ocasión persiguió a Holly Hunter en silencio durante varios minutos. Su mitomanía la llevó a comprar una casa que había pertenecido a las estrellas de los años veinte Douglas Fairbanks y Mary Pickford. Cuando visitó a Melanie Griffith, se quedó prendada de su lámpara y se compró seis iguales. El baño, sin embargo, lo alicató con azulejos verdes como los del apartamento donde se había criado recogiendo ratas.

Boyle y Kyle MacLachlan (el agente Cooper en Twin Peaks) eran la pareja de moda en 1990 y la actriz llegó a convencer a David Lynch de que no emparejase a Cooper con Audrey porque, según contó Sherilyn Fenn, sentía celos de que Audrey le cayese mejor al público y de que Fenn acaparase más portadas. Para evitar más conflictos (Boyle y MacLachlan rompieron en 1992), Moira Kelly interpretó a Donna en la película Twin PeaksFuego camina conmigo. A ella no le importó porque Hollywood parecía esperarla con los brazos abiertos (Wayne’s WorldEl peque se va de marcha), aunque no le dio ningún papel romántico: la voz de Boyle sonaba demasiado a Marlboro para ser la novia de América. “El café y el tabaco son las últimas dos grandes adicciones”, aseguraba ella en Maxim, “No defiendo fumar, creo que no queda bien en las mujeres aunque sí en los hombres”. Lara Flynn Boyle parecía destinada a ser la gran femme fatale de su generación, “la única heredera de Liz Taylor”, según la bautizó Manolo Blahnik. Pero el constante escrutinio de su físico y los titulares sobre su vida sentimental acabarían eclipsando ese destino profesional.

En 1997, Boyle hizo una audición para protagonizar Ally McBeal y, aunque el productor le dio el papel a Calista Flockhart, quedó tan impresionado con el poder de Boyle para dominar cada habitación en la que entraba que escribió un personaje para ella en su otro drama legal, El abogado. La implacable fiscal del distrito Helen Gamble, una mujer “cuyo deseo de venganza parece estar devorándola viva”, según el crítico Charles Taylor, le dio una nominación al Emmy y las mejores críticas de su carrera.

“Ese personaje se parece a mí un poco”, explicaba la actriz en The New York Times. “Estoy al mando, no puedes romperme el corazón. También soy la chica que se va a su casa llorando, pero cuando me siento derrotada no creo en mostrarlo. Así habrá menos espacio para el dolor, menos espacio para la decepción”. Cuando el actor Ron Livingston entró en la sexta temporada de El abogado, expresó su deseo de que le emparejasen con el personaje de Boyle: “Ya va siendo hora de que alguien le meta un morreo a esa chica. Su personalidad puede resultar un poco intimidatoria”.

Calista Flockhart y Lara Flynn Boyle protagonizaron, además de dos éxitos televisivos, un debate en torno a si las famosas delgadas estaban demasiado delgadas que obsesionó a la prensa del cambio de siglo. Los cuerpos de Kate Moss, Victoria Beckham, Courteney Cox o Elizabeth Hurley (quien llegó a declarar que si estuviera tan gorda como Marilyn se suicidaría) eran analizados como cánones de belleza nocivos para las chicas adolescentes. Cada vez que un actor abandonaba Ally McBeal se rumoreaba que el motivo era haberse negado a perder peso para que Flockhart no pareciese tan delgada en cámara.

Lara Flynn Boyle tuvo que salir a dar explicaciones: “Me encantan el pastel de plátano, el rosbif, el puré de patatas, los caracoles, la mantequilla de cacahuete y la gelatina. Como como una cerda. Pero me levanto a las cuatro de la mañana y me paso casi todo el día de pie”, aclaraba en Vanity Fair. “Es irlandesa y tiene un metabolismo rápido”, defendía su madre en People. “Mucha gente mataría por ese metabolismo”. The New York Times definía su físico como “de comer tres veces al año”. La actriz negó sufrir ningún desorden alimenticio haciendo referencia, quizá sin darse cuenta, a su trauma infantil: “No estoy ocultando nada. No vais a ver un telefilm de sobremesa sobre mí dentro de diez años”.

Lo que daría para un culebrón fue su relación con Jack Nicholson. Según contó a GQ su entonces pareja, David Spade, Boyle, Nicholson y él compartieron un porro durante una fiesta celebrada en honor de la película Austin Powers: La espía que me achuchó en 1999. Nicholson le pidió una cita a Boyle delante de Spade y este se quedó petrificado porque ¿quién podría competir con Jack? “Hay que saber cuando estás en la liga inferior”. A ella le irritó que su novio se quedase de brazos cruzados mientras Jack le tiraba los tejos aunque, mientras volvían a casa, negó tener interés alguno en Nicholson argumentando que “es peor que Trump”. Sin embargo, días después Jack Nicholson sufrió un accidente de coche. Según el tabloide National Enquirer, Lara Flynn Boyle salió a gatas por la ventanilla mientras gritaba “¡No puedo quedarme aquí, tengo novio!”. David Spade se enteró de que su novia estaba con Jack Nicholson porque un reportero lo llamó para preguntarle qué le parecía.

En realidad daba igual lo que pensase Spade, quien asistió a los Emmys en septiembre de 1999 acompañado por su madre mientras Boyle y Nicholson hacían su primera aparición pública como pareja, pero no lo que pensase la prensa: desde la diferencia de edad de 33 años (Boyle tenía cinco años menos que la hija de Nicholson) hasta los rumores de que el actor tenía que recurrir a la viagra para satisfacer sexualmente a su nueva novia. Para confirmarlo, entrevistaron a una expareja de Boyle, el actor David Sherill, que aseguró que “mantener su ritmo en la cama era como abrazar un lince con las manos envueltas en alambre de espinos”. Glamour bautizó a Boyle como la diva máxima de Hollywood “gracias a que ha robado el corazón de Jack Nicholson”.

Las entrevistas con Boyle eran una máquina de generar titulares. Reconocía en Vanity Fair que le encantaba hablar sobre sí misma, que además de ser vista como una estrella le gustaba ser vista como una “folla-estrellas” y que la mejor forma de entrarle a un hombre era metiéndole la lengua en la boca. “Yo soy el tipo de mujer que, cuando llega a una fiesta, hace que las otras mujeres se vayan de la habitación”, presumía. La actriz hablaba sin tapujos sobre cuánto la estimulaba Jack Nicholson en la cama (“aunque también intelectualmente”, aclaraba), sobre el vaso de cepillo de dientes que había robado en la Casa Blanca y sobre el mejor método para poder fumar en los aviones (“al menos para dar una buena calada: basta con echar el humo en el retrete mientras tiras de la cadena”). Esa popularidad le consiguió el papel de villana en Men in Black II, una alienígena que se hacía pasar por un ángel de Victoria’s Secret.

“Ya haré de granjeras sin maquillaje durante el resto de mi vida, ahora prefiero aceptar los papeles de zorra”, explicaba al New York Times. “Siempre he querido tener los pechos más grandes, de pequeña me metía papel higiénico en el bañador. Mi vestuario para Men in Black II tenía relleno y me lo pasaba genial paseándome por el set con esos pechos enormes y viendo cómo todo el mundo hablaba de ellos”. El director de Men in Black II, que tuvo que reemplazar a Famke Janssen a dos días de empezar a rodar, reconocía que hubiera preferido a una actriz más alta (Boyle mide 1,68): “Para hacer de villana no quieres a una mujer que pesa menos que tu perro”. La cuestión de la delgadez de Boyle se adhirió a su imagen pública. En un capítulo de Los Simpson, Homer exclamaba “ouch, ¡me he sentado encima de un pincho!” y Rainier Wolfcastle le indicaba que se trataba de Lara Flynn Boyle. En Padre de familia, Peter se encontraba a Boyle atrapada entre sus michelines.

Por aquel entonces, Boyle se enorgullecía de haber tenido solo seis meses libres desde que había llegado a Hollywood: “Me encanta estar en un rodaje. Me encanta salir por televisión. No quiero hacer otra cosa el resto de mi vida. Sé que se me agota el tiempo, no hay tantos buenos papeles para mujeres mayores. Desde mi vanidad, no tengo ninguna gana de envejecer. Cuando más éxito tienes habrá más gente a tu alrededor diciéndote lo fantástica que eres. Puedes pasarte días enteros así. Pero tarde o temprano van a tener que estar mintiendo”, aseguraba en una entrevista para Zap2It a los 32 años, sentenciando, sin saberlo, su propia profecía.

El tutú rosa con el que se presentó en los Globos de oro de 2003 es hoy un clásico en las galerías de vestidos más infames de las alfombras rojas. Boyle había roto definitivamente con Jack Nicholson unos meses antes y lo había celebrado saliendo de fiesta por Londres con una camiseta que decía “feliz a pesar de ti”, así que los medios entendieron aquel look de bailarina como otro mensaje para su ex. “El vestido de venganza menos sutil de la historia” (The Hollywood Reporter); “Quería toda la atención posible pero quedó como una bailarina desequilibrada” (una fuente cercana a Nicholson); “No sabe lo que le favorece, no está siendo ella misma” (la diseñadora Elie Tahari); “Parece que va envuelta en chicle” (la modelo Mia Tyler): “Parece una Campanilla psicópata” (Washington Post).

Desde aquel 2003, Lara Flynn Boyle ha aparecido en siete películas. Ninguna como protagonista y en una de ellas, Bebé a bordo, su nombre aparecía mal escrito en los créditos. En 2010 trató de producir un reality show sobre su vida, pero ninguna cadena mostró interés. La productora de Twin Peaks confirmó que Boyle había rechazado volver para la tercera temporada, mientras que David Lynch se limitó a zanjar la especulación explicando que “Donna no tiene cabida en el nuevo universo” (en Twin Peaks salían 217 personajes).

Durante los últimos años Lara Flynn Boyle solo ha sido noticia por rumores delirantes (en 2005 los tabloides británicos contaron que se había desnudado en un vuelo de Los Ángeles a Londres y se había metido en la cama con un hombre avisándole de que se preparase para aterrizar) y, como siempre, por su aspecto físico: “Sale a pasear con la cara hinchada”, “Reaparece irreconocible”, “Sus piernas parecen cerillas con esos leggins, pero al menos está comiendo”, en referencia a una bolsa de patatas que llevaba en la mano. Un cirujano señaló en Radar Online que la cara de la actriz “parece estar derritiéndose”.

En 2017, Lara Flynn Boyle concedió su primera entrevista en varios años confesando al Hollywood Reporter que, como tantas otras mujeres en Hollywood, había sufrido acoso sexual: “Pasa constantemente. Constantemente. Y se queda contigo, pero seguí adelante porque eso era lo único que podía hacer. ¿Quería trabajar haciendo hamburguesas o quería aguantar que alguien se comportase de forma inapropiada conmigo?”. Desde 2006 está casada con un inversor inmobiliario, con quien no tiene hijos porque ella misma reconoce ser demasiado egoísta e incapaz de darle a un hijo todo lo que su madre le dio a ella. “Y tampoco creo que las mujeres puedan tenerlo todo y triunfar en todo”, confesaba en 2002.

Para el público Lara Flynn Boyle se quedó, como tantos personajes de Twin Peaks, atrapada para siempre en aquella aldea maldita. Su habitación roja fue no poder estar a la altura de la promesa que Donna sugería: como adolescente etérea, mujer irrealizable y amor platónico generacional, Donna no tenía permiso para envejecer ni un solo día. Pero la actriz que le prestó el cuerpo trató de detener el tiempo y preservar esa belleza, consiguiendo solo acabar convertida en un objeto de mofa. La actriz ha optado por desaparecer y así dejar, como diría ella, menos espacio para el dolor, menos espacio para la decepción. La última vez que se la vio a en público fue en su coche, fumándose un cigarro y bebiendo a morro de una botella de Johnnie Walker en el aparcamiento de un supermercado. Ya no es demasiado famosa para ir al supermercado.

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