A la crisis climática se ha unido una pandemia. Los proyectos privados de millonarios como Elon Musk o Jeff Bezos se multiplican para sacarnos pronto de aquí, ya sea corporalmente o solo a nivel de conciencia (sí, lo has visto en Black Mirror).
Por ElPais.com
Aún confinados y en casa, mientras esperamos que la crisis del Covid-19 amaine y la ciencia encuentre pronto una vacuna y se consiga una suerte de profilaxis planetaria, la humanidad se dirige hacia el colapso ecológico irremediable. Tenemos un gran problema dentro de otro problema. Y a pesar de que numerosas voces pidan un “no a un regreso a la normalidad” y comenzar una especie de Renacimiento verde, greendeal o decrecimiento amable, el cambio climático está en marcha y no atiende a razones. Se resuelva como se resuelva la crisis del coronavirus, el avance del problemón climático parece tan irremediable que los expertos ya no hablan de combatirlo, sino de asumir su existencia y mitigarlo como buenamente podamos.
El impacto es inevitable. Las distintas agencias de las Naciones Unidas nos recuerdan que, del ecuador a los polos, los fenómenos meteorológicos extremos, como las sequías extremas, las lluvias descontroladas o los huracanes son cada vez más frecuentes mientras cada nuevo verano suma temperaturas récord. La temperatura media mundial ha aumentado ya 1,1°C desde la época preindustrial. Y en los peores escenarios que manejan los científicos, como recuerda Greenpeace, el aumento de temperatura podría llegar a los 4,8 ºC a final de siglo.
Elon Musk planea construir una ciudad en Marte, como un respaldo para la humanidad en caso de que algo le suceda a la Tierra, mientras Jeff Bezos pretende que los humanos se dispersen en el cosmos, no que colonicen un solo planeta
A por el “planeta B”
Para algunos, el ecocidio está tan claro que hay que ir buscando una alternativa a toda prisa. Como rezan los carteles de muchas de las marchas climáticas de la era Greta Thumberg “no hay un planeta B”. Pero es precisamente eso, la búsqueda de un planeta alternativo en el que refugiarse, la opción que están poniendo en marcha no sólo instituciones como la NASA, sino el capital privado, ahora que el espacio terrestre se ha abierto a la iniciativa privada. Y la pandemia no ha hecho más que acelerar el proceso. Como ha recogido el periodista del The Washington Post Christian Davenport en su libro Los señores del espacio, multimillonarios como Elon Musk (CEO de TESLA), Richard Branson (Virgin) o Jeff Bezos (de Amazon) han apretado el acelerador a sus sueños civilizatorios para enviar ahí afuera a todos los cristóbalcolones posibles y encontrar con urgencia una colonia galáctica donde asegurar la supervivencia humana una vez que este hermoso planeta sea un estercolero y un erial inhabitable.
Según el periodista, existen enormes diferencias entre los enfoques y visiones de estos multimillonarios barones del espacio: Elon Musk planea construir una ciudad en Marte, como un respaldo para la humanidad en caso de que algo le suceda a la Tierra, mientras Jeff Bezos pretende que los humanos “se dispersen en el cosmos, no que colonicen un solo planeta”. Por su lado, Richard Branson busca “iniciar una compañía de turismo espacial suborbital que lleve a la gente común, o al menos a aquellos que puedan permitírselo, en viajes justo más allá del borde del espacio para obtener vistas de la Tierra desde arriba”.
Aunque hay muchas diferencias, “todos comparten el objetivo de reducir el costo de los vuelos espaciales, haciéndolos más accesibles para la gente común y yendo más lejos y más rápido de lo que han hecho los programas espaciales del gobierno”. Esto es: turismo espacial y exploraciones de cabotaje antes de la conquista de un puntito en el cosmos adonde llevar la agitación humana. Y todo bajo un paternalismo aterrador: para Jeff Bezos, conquistar el espacio es la única manera de salvar el planeta, algo a lo que parece contribuir con la expansión sin piedad de su supermercado Amazon. Su planteamiento parte, como señala Davenport, “de que los recursos de la Tierra son finitos, pero los del espacio, desde la energía solar hasta los metales preciosos, son aparentemente infinitos”. Por ello pretende llevar toda la industria pesada al espacio “mientras la Tierra se conserva como una especie de parque nacional”.
Escapismo en las ciudades voladoras
¿Debemos confiar el futuro de la humanidad a estos ricos excéntricos que han hecho fortuna vendiendo coches eléctricos, cedés o libros por internet? Desde luego, su empuje va a distinta velocidad que los gobiernos. La NASA, que lleva volando naves espaciales por todo el sistema solar, conoce bien los costes de querer explorar el espacio, así como los costes cuando las cosas van mal. Basta recordar la angustiosa misión del Apolo XIII o las fatales tragedias del transbordador espacial Challenger o el Columbia.
Proyectos privados como SpaceX, de Elon Musk, obsesionado con llenar la atmósfera de satélites luminosos para dar cobertura de internet a todo el planeta, ya cuenta con su apoyo en su próxima misión para llevar a los astronautas de la NASA a la Estación Espacial Internacional
En cambio, Bezos y compañía parecen más temerarios y no ocultan su prisa por avanzar en un panorama incierto y sin apenas regulación internacional. Pero como el espacio sigue siendo un entorno difícil y peligroso, la NASA pone a disposición del mejor postor su activo más preciado, sus astronautas. Proyectos privados como SpaceX, de Elon Musk, obsesionado con llenar la atmósfera de satélites luminosos para dar cobertura de internet a todo el planeta, ya cuenta con su apoyo en su próxima misión para llevar a los astronautas de la NASA a la Estación Espacial Internacional. Y es que estos ensayos son el principio de algo más grande. De este modo, las viejas ideas de las colonias espaciales emergen estos días de crisis.
La historia de los proyectos de colonización es larga y abarca magníficos sueños en los que se imaginaba a colonias de humanos provistas con todo lo necesario para la vida y posterior fundación de un nuevo asentamiento sideral. Estaciones espaciales aisladas y autónomas, donde una población de pioneros pudiese colonizar un planeta lo suficientemente amable como para comenzar una civilización paralela. Una de ellas fue la esfera Island One de John Desmond Bernal, proyectada en los años veinte en forma de concha esférica hueca de 16 km de diámetro capaz de albergar a una población de hasta 30.000 personas.
En aquellos dibujos de ciencia ficción se bocetaba la expansión humana imparable e intrépida, algo que parecen recoger los humanos posteriores justo antes de cargarse el planeta. Aquel proyecto quimérico fue recogido por la NASA en los setenta con su “Toro de Standford”, una ciudad flotante, como invernaderos espaciales diseñados para albergar a comunidades de entre 10.000 a 140.000 residentes permanentes.
El Toro, con forma de dónut, mediría casi dos kilómetros de diámetro y giraría cada minuto para proveer una gravedad artificial a sus ciudadanos gracias a la fuerza centrífuga. Una ciudad galáctica que albergaría cultivos y viviendas, como una célula autosuficiente. Una enormidad de 10 millones de toneladas que se construiría empleando materiales en bruto extraídos desde la Luna y enviados al espacio por una catapulta electromagnética para, una vez en órbita, procesarse en una instalación industrial flotante. El sueño de todo Magallanes cósmico. Ahora, la NASA se plantea ocupar las lunas de Marte, sin atmósfera, para sondear futuros hábitats humanos, mientras que Jeff Bezos pretende colonizar nuestra propia luna con sus cápsulas espaciales que recuerdan aquellas ciudades retrofuturistas de la NASA llamadas Island One o ‘colonias O’Neill’, una idea del físico Gerard K. O’Neill. Ante tanta prisa, cabe sospechar que el tiempo de reacción es limitado antes del colapso climático.
Huír con el pensamiento
Los ecos de estos proyectos han cuajado en el cine en ensoñaciones como la estación Cooper de Interstellar, de Christopher Nolan. Aunque la búsqueda de planetas con agua sigue siendo la opción prioritaria para la humanidad y hacia ella se destinan muchos de los intentos de los radiotelescopios, otros como Bezos plantean enviar la basura y las industrias peligrosas al espacio y liberar a la tierra como un parque natural superprotegido. Pero escapar de un planeta en colapso puede tener multitud de fórmulas, como las que podría optar una minoría selecta. Un grupo de privilegiados, con la ayuda tecnológica de Google, planeaba “subir” nuestras mentes a supercomputadoras.
El inventor e ingeniero Ray Kurzweil le habría puesto fecha: 2030. Para entonces, las mentes podrían conectarse directamente a la nube, ya que las nuevas generaciones de supercomputadores serán de un tamaño tan minúsculo que podrán formar parte del torrente sanguíneo. Millones de nanobots recorrerían nuestro cuerpo velando por nuestra salud, recorriendo los vasos sanguíneos y llevando nuestro neocórtex hasta los servidores de internet. La prehistoria de los cyborgs y humanos híbridos de organismos alterados genética y computacionalmente se está escribiendo estos días y las pandemias y crisis no hacen sino aumentar la velocidad exponencial de su desarrollo. Quién sabe. La futura humanidad será menos humana y quizá siquiera habite su planeta orginal.