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¿Existen fundamentos científicos de que las vacunas sean dañinas?

La respuesta rotunda es que no. Desde que existen, han evitado cientos de millones de muertes.

Hector Muñoz |

vacunas

La respuesta rotunda es que no. Desde que existen, han evitado cientos de millones de muertes.

Por ElPais.com

Las vacunas están compuestas por el antígeno microbiano, es decir, la parte del agente infeccioso que provoca inmunidad; el líquido de suspensión que contiene preservantes y que dependen del tipo de vacuna, aunque lo más frecuente es que sea aluminio y, en algunos casos, algunos antibióticos o antihongos según el tipo de vacuna, y finalmente, adyuvantes que son sustancias que aumentan la respuesta inmune del organismo. En las vacunas individuales ya no hay mercurio. Ninguna de las vacunas de los calendarios vacunales de España contiene la sal orgánica que se utilizaba hasta hace unos años como conservante en estos medicamentos. También es importante saber que la eliminación de este producto en la fabricación de vacunas no se ha debido a que provoque autismo, retraso psicomotor o cualquier alteración en el feto sino por la alarma social causada por su utilización.

La vacuna provoca una respuesta del sistema inmune que comienza a producir anticuerpos específicos contra el agente infeccioso del que nos vacunamos, de tal manera que cuando nos ponemos en contacto con ese agente infeccioso, nuestro sistema inmune rápidamente lo detecta, lo neutraliza y lo destruye. Así pues con la vacuna se logra es evitar la enfermedad infecciosa correspondiente.

Las vacunas no solo protegen a quién se la pone, sino que cuando el número de vacunados es suficientemente elevado (lo que se denomina inmunidad colectiva o de rebaño), desaparece la enfermedad en la población. Así se protege también a las personas que tienen enfermedades que destruyen el sistema inmune como el cáncer o a los niños inmunodeficientes, los niños con leucemia y otras enfermedades para los cuales una enfermedad infecciosa supondría la muerte. Además se protege a los bebés que aún no han podido ser vacunados y también a los ancianos que son más frágiles y vulnerables.

De una vacuna esperamos a corto plazo que evite la progresión de una epidemia y la aparición de casos esporádicos; a medio plazo que evite la enfermedad no solo en los vacunados sino también en toda la población y a largo plazo lograr que esa enfermedad desaparezca (por ejemplo la viruela ya está desaparecida de la tierra gracias a la vacuna). En algunos casos, además, a largo plazo evita la aparición de algunos cánceres, por ejemplo el de cuello de útero y el de hígado.

En cuanto a los efectos secundarios de las vacunas, pueden tener algunos, como ocurre con todos los fármacos. Los preservantes pueden provocar alergia en determinadas personas. Pero las reacciones secundarias que se producen mayoritariamente son, sobre todo, la inflamación leve o moderada del lugar de la inyección, algo de malestar general y en algunos casos, febrícula. Estos efectos son debidos no a los preservantes ni a los adyuvantes sino al propio antígeno, que es el que provoca la respuesta inmune, pero que realmente es parte del agente infeccioso que queremos evitar.

A la hora de valorar la eficacia de una vacuna nos fijamos en el número de enfermos y de muertos que ha evitado comparando una población vacunada con otra no vacunada. Así, por ejemplo, en España, donde la cobertura vacunal del sarampión es de más del 90%, no se ha producido ninguna muerte por sarampión en los últimos 10 años, mientras que en países como Serbia o Ucrania, con tasas de vacunación que no llegan al 50%, el número de casos y muertes por sarampión se ha disparado en los dos últimos años. En Europa, debido a que se ha dejado de vacunar a una parte de los niños en Italia, Francia y Alemania, ya ha habido más de 40 muertos por sarampión.

Por todo ello, la recomendación de los médicos es la distribución universal de las vacunas que están en el calendario vacunal en la infancia y que protegen frente a la muerte por enfermedades como el tétanos, la difteria, la tosferina, la polio, la meningitis, el sarampión, la rubéola, las paperas, la hepatitis B y el papiloma virus. Además, en algunos países o regiones también se vacuna de la neumonía, del rotavirus, del cólera, de la hepatitis A, etc…

Para las personas mayores o con enfermedades crónicas y los niños más pequeños y las embarazadas en el 2º trimestre también se recomienda la vacuna de la gripe cada temporada. Porque la gripe tiene una tasa de mortalidad importante en los mayores, puede provocar inflamación del corazón en los niños y causar la muerte del feto en las embarazadas.

Así que la respuesta rotunda a tu pregunta es que no existe ningún fundamento científico de que las vacunas sean dañinas sino al revés, no hay ninguna duda de que desde que existen han evitado cientos de millones de muertes.

Lo que ocurre con un medicamento preventivo y sumamente eficaz como las vacunas es paradójico, al conseguir su propósito de evitar las enfermedades y las muertes asociadas a ellas invisibilizan su campo de actuación, lo que puede llevar a algunas personas a pensar que no son necesarias. Pero es justo al contrario, esas enfermedades y esos millones de muertes no están aquí precisamente porque nos vacunamos.

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