En ‘Best. Year. Movie. Ever.’, Brian Raftery defiende con argumentos sólidos una tesis que podría parecer volátil.
Por ElPais.com
A finales de 1999 el mundo estaba a punto de acabarse. O eso parecía.
El efecto 2000 prometía enviar a la humanidad de nuevo a la edad de piedra. La teoría decía que los ordenadores, la tecnología que sobrelleva el día a día del ser humano, fallaría estrepitosamente: un glitch en el software que provocaría un Apocalipsis. Los que pertenezcan a determinadas generaciones recordarán la nochevieja de aquel año como una de las más extrañas de sus vidas (mejorando lo presente).
Brian Raftery arranca su libro Best. Movie. Year. Ever con una pincelada de esa paranoia, que incluye a David Fincher, Brad Pitt y una patrulla de la policía en un extraño incidente en un resort en el culo del mundo. Es una manera particularmente brillante de explicar una era, una época, que el autor considera «la mejor de la historia del cine» Porque 1999 no fue solo un año más, 1999 fue el año de El club de la lucha, Election, Eyeswideshut, Magnolia, El gigante de hierro, Una historia verdadera, Trabajo basura, Todo sobre mi madre, Las vírgenes suicidas, Matrix, Manonthemoon, Cómo ser John Malkovich, El sexto sentido o La bruja de Blair.
“Me doy cuenta de que llamar a 1999 el mejor año de la historia es muy osado, una reivindicación polémica semi-intencionada. Sobre todo, porque en 1950 se estrenaron El crepúsculo de los dioses, Eva al desnudo y En un lugar solitario. Y en 1969 pudimos ver El graduado, Grupo salvaje o Cowboy de medianoche y muchos más, con pocos meses o incluso semanas de diferencia. Y en 2017 tuvimos Déjame salir, Lady Bird y Viviendo al límite, en un año de ruptura para directores-guionistas. De verdad creo que cada año es un gran año para el cine. Pero, he escogido 1999 porque representa una colisión de ideas, generaciones y estilos. Había cineastas que habían roto con todo en los 70, como Stanley Kubrick o TerrenceMalick, haciendo películas de gran presupuesto con los grandes estudios; tenías una nueva ola de jóvenes cineastas que habían experimentado sus primeros éxitos en los 90, como Steven Soderbergh, David Fincher o Paul Thomas Anderson, y que habían recibido luz verde para hacer lo que les diera la gana. Y también en 1999, se presentó a la audiencia a directores que acabarían agitando la cultura popular en las siguientes dos décadas, como Wes Anderson, Sofia Coppola y SpikeJonze”, cuenta Raftery a ICON.
Su libro, un texto provocador que seguro provocará arduas discusiones en el mundillo cinéfilo, es también una interesantísima tesis de cómo Hollywood nos tomó el pelo en 1999, ofreciéndonos un cine que poco después cambiaría de paradigma sin darnos tiempo a parpadear: “1999 fue un año extraordinario para el cine. Recuerdo una portada de la revista EntertainmentWeekly en noviembre que trataba de explicar del modo en que estaba cambiando la industria del cine. Pero hemos necesitado algún tiempo para ver que 1999 no iba a ser la norma, sino una excepción: Hollywood giró. Pasó de aquellas películas de algún modo personales y otras de presupuesto medio con vocación aventurera que hicieron del año algo muy placentero, a franquicias con presupuestos gigantescos. Cuanto más miras la clase de películas que llegaron en masa en 1999, más claro ves que fue una anomalía: el año que iba a arrancar una revolución que acabó por no producirse. Este libro es el resultado de mi voluntad de entender que hizo ese año tan especial, que fue lo que sucedió en primer lugar», explica el escritor.
Lo cierto es que las películas son las auténticas protagonistas. Y 1999 tenía algo para todo el mundo: ingeniosos mega-espectáculos que te rompían el cerebro (Matrix); comedias dramáticas de corazón oscuro, muchas veces hilarantes (Election, Fight club, Tres reyes), horror experimental (La bruja de Blair), además de comedias románticas, películas para adolescentes, thrillers o películas absolutamente inclasificables como Cómo ser John Malkovich. Algunas de estas pelis fueron triunfazos en su momento, otros necesitaron años para convertirse en fenómenos de culto, pero llegaron en un momento en el que la cultura pop era aún muy poderosa y lidiaba con algunos tópicos realmente potentes, desde la identidad a la sexualidad o la violencia. Como resultado, aún se siguen viendo y reconsiderando más de veinte años después.
En su libro, el estadounidense (que reconoce que de todas las grandes películas que se estrenaron en 1999, no puede dejar de ver Election, “la mejor película que se ha hecho sobre la América de los 90 y sobre cómo le iría al país en las décadas que vendrían”) especula sobre las claves de un año en el que el viejo Hollywood y el nuevo Hollywood se fusionaron en lugar de colisionar. “Creo que fue la tensión que surge de un montón de revoluciones que se producen simultáneamente. La llegada de tantas voces nuevas, el advenimiento de nuevas tecnologías digitales, la demanda de nuevas ideas por parte de un público cansado de secuelas, remakes y reboots. También creo que el viejo y el nuevo Hollywood estaban confabulados: los grandes estudios necesitaban sangre nueva, que reclutaron del mundo del cine independiente. Pero al mismo tiempo apoyaban a cineastas veteranos como Kubrick, Scorsese o Malick; los mismos cineastas que habían inspirado a esos indies. Las dos generaciones se alimentaban mutuamente de un modo extraño, y como había tanto dinero circulando cada uno pudo hacer la película que le dio la gana”, cuenta Raferty.
En Best.Year. Movie. Ever, Raftery desmenuza por meses las películas que convirtieron aquellas fechas, hace más de 20 años, en un paraíso para los aficionados al séptimo arte. Pero por el camino, su libro se ha convertido en algo más: una suerte de recordatorio para manejarse en el paisaje que nos espera tras el Covid19, y que tiene mucho que ver –aunque sea de forma involuntaria- con lo que nos ocupa ahora mismo. “Mucha gente se burla ahora de la histeria que provocó el efecto 2000. De hecho, gran parte de ello fue muy exagerado y aprovechado por algunos para hacer algo de dinero rápido. Pero realmente fue aterrador y puedes observar esa ansiedad sobre donde nos dirigíamos en películas como Matrix o Cómo ser John Malkovich. Aun así, lo de ahora es distinto, en 1999 el reloj llegó a medianoche y la vida siguió. Era un escenario apocalíptico, pero con una caducidad inamovible. El coronavirus no tiene fecha de caducidad. Sin embargo, este miedo que sentimos ahora, el de que algo peor nos está esperando, es muy similar a lo que sentimos en 1999”. concluye.