Por ElPais.com
Quentin Tarantino ha declarado que “sin lugar a dudas” la mejor película de la pasada década es La red social, de David Fincher. Su argumentario no va mucho más allá: “Es la número uno porque es la mejor. ¡Eso es todo! Destroza a sus competidoras”. No sé si me importa coincidir con el visceral criterio del director de (la maravillosa) Érase una vez en… Hollywood, pero en la lista que elaboré para el número de marzo de la revista Caimán cuadernos de cine, dedicado al balance de los diez últimos años, también puse en cabeza el filme de Fincher sobre el nacimiento de Facebook. Para mí no es tanto cuál es la mejor película de la década sino cuál es la que mejor la representa.
La encuesta situó en primer lugar El hilo invisible, de Paul Thomas Anderson, filme que, pese a su compleja maestría, yo dejé fuera porque su perverso romanticismo me despierta fantasmas sobre el amor tóxico que prefiero no perpetuar. Con la siguiente película más votada sí coincidí con la mayoría. Holy Motors, de Leos Carax, también ocupaba mi segundo puesto en el ránking. Desconcertante y excesiva, pocas películas recientes han retado al espectador de una forma tan extraña y melancólica como Holy Motors. Carax supo expresar con el instinto de los alucinados el agotamiento de un lenguaje y por extensión de sí mismo. Una película vestida de duelo que lejos de ser un estéril lamento lograba despertar de su amorfo letargo a un público que había olvidado qué es el cine y por qué nos importa tanto.
Tanto La red social como Holy Motors son películas que desde sus respectivos estrenos en 2010 y 2012 han seguido creciendo a la luz del presente. La de Fincher posee la proeza de los clásicos: un guion portentoso cuyo envite pedía un cineasta conciso y poco impresionable. Pero Fincher, que llegó a repetir hasta 99 veces las ocho paginas de diálogo con las que arranca el filme, no se sostiene solo sobre la trepidante máquina de escribir de Aaron Sorkin. El actor Jesse Eisenberg es más Mark Zuckerberg que el propio Zuckerberg, si es que alguien sabe quién es en realidad este pálido profeta de la Revolución Nerd. Sería interesante hacer una sesión doble con el documental de Netflix El gran hackeo (a mi juicio, la mejor película de terror del pasado año) para convencerse de quién es uno de los hombres más poderosos y amorales del planeta.
Con la diplomacia de otros tiempos, La red social (película que Zuckerberg detesta y que se escribió y rodó sin respiro para sortear las coacciones y amenazas legales) es el retrato feroz de un acomplejado sin escrúpulos, no tanto por creerse un paria dentro del vomitivo sistema de castas de la Ivy League sino por su ego desorbitado y su frustrada masculinidad. Un tipo cuya obscena fortuna se erige sobre fraudes tan peligrosos como el de Cambridge Analytica. Sin ponerse estupenda ni dar lecciones, la película decía que el tipo que nos hizo creer en la fantasía de estar más conectados que nunca (una trampa histórica cuyas consecuencias empiezan a vislumbrarse ahora) es un pobre diablo que, como ocurre en el duro plano final de la película, solo sabe darle clic de forma compulsiva a una tecla para pedir amistad a alguien que jamás se sentaría a tomar ni un café a su lado.