Hay ciertas películas que llegan a lo más profundo. No tienen porqué ser obras maestras, ni tener una compleja narrativa para cautivarnos. Sólo basta con que toquen cierta fibra sensible. Y eso lo logran las historias más sencillas.
De eso sabe mucho Cameron Crowe, y lo muestra a la perfección en su obra maestra, “Almost Famous”. Ya sea en el Seattle de comienzos de los 90 o en la California de 1973, su habilidad de contar historias no es casualidad. Durante la mayor parte de los 70s, y siendo solo un adolescente, trabajó para la revista Rolling Stone, entrevistando a todos los músicos de la escena. Con su mirada honesta y desprovista de cinismos, no nos mostraba a esos «dioses del rock» inflados y poderosos, como le gusta a mucha gente describir a los íconos, sino que nos presentaba a personas muy parecidas a nosotros: con defectos, vulnerabilidades, sueños y anhelos. Y, por sobre todo, con una sensibilidad cercana y cotidiana.
Para “Almost Famous”, Crowe recurre a su propia vida para elaborar el relato. Un adolescente fanático del rock tiene la oportunidad de ir de gira cubriendo a un grupo en el umbral del éxito. De madre protectora, el chico mira el mundo con sus propios ojos, inocentes e inexpertos. Se inicia en la pasión por el rock and roll gracias a un hermoso legado de su hermana mayor, una colección de discos clásicos como “Pet Sounds”, “Blonde On Blonde”, “Revolver”, “Axis (Bold As Love)”, “Led Zepppelin II” y “Tommy”.
Entre medio de tanta gira, horarios cambiados, queda algo en claro: durante todo el viaje que realiza el protagonista, jamás deja emocionalmente el hogar. La figura de su madre está siempre presente, frenando impulsos y mirando más desde fuera el circo que lo envuelve. El cabro no se rebela ante esa situación, más bien busca su propia identidad y toma nota de los estímulos que lo van rodeando. Es capaz de conjugar el gusto fomentado por su madre hacia los libros y la búsqueda humanista con la pasión genuina y humana que desborda el rock en un punto crucial de su discurso, justo antes de que la industria se hiciese cargo del negocio.
La chica del afiche que dio la vuelta al mundo es el amor imposible del joven protagonista. Una chica que sigue a las bandas. Una cándida pero enigmática muchacha. La musa inspiradora de muchos que parece sacada directamente de un cuento de hadas. Ni siquiera da a conocer su verdadero nombre. Todos la conocen como Penny Lane, que en perspectiva es una más de las chicas ideales que nos ha mostrado Crowe en sus películas. La chica perfecta, la que tiene la canción precisa, la que sabe cómo te sientes, a la que siempre puedes recurrir. Dentro de lo factual del relato, esta idealización lleva las cosas a un plano onírico.
Momentos notables en la película hay muchos. Y vienen de la mano de una excelente banda sonora, la que ayuda a crear cuadros magníficos e inolvidables. De Led Zeppelin a The Who, la secuencia que se quedó en nuestros recuerdos para siempre fue la que tiene como eje central “Tiny Dancer” de Elton John. ¿Quién no se sintió en ese bus? ¿Cuál es tu momento favorito de “Almost Famous”?