Hoy en Palabras Sacan Palabras conversamos con Constanza Michelson y Aïcha Messina. Michelson es psicóloga y magíster en psicoanálisis, mientras que Aïcha Messina es doctora en Filosofía y directora del Instituto de Filosofía de la Universidad Diego Portales.
Ambas escribieron el libro “Una falla en la lógica del universo”, obra que para la filósofa significa “un encuentro entre dos personas vinculadas a la escritura y el encuentro con otro pensamiento. Nos ha dado una ventana durante el tiempo de confinamiento que ha sido un respiro, un idioma y nuevas palabras. Eso es un encuentro, cuando todo cambia”.
Y Michelson adelanta que en él “hay algo de tensión erótica, porque tanto en la filosofía como en el psicoanálisis el saber está ligado al deseo, si no, no hay saber y es puro discurso (…). A las dos nos pasa mucho que en las presentaciones nos ponen ligadas al género o feminismo… y bueno, somos feministas, pero eso no es una identidad. Nos propusimos hacer el ejercicio, propulsado por el derecho de pensar juntas, y eso es sexy”.
“Creo que la decisión de escribirnos cartas, que fue algo decidido antes del mes de marzo, era por la movilización social y lo que nos pasaba con esos acontecimientos. Queríamos hacer eso para no hablar de un objeto, si no que de lo que nos pasa con esos acontecimientos, entonces nos encerraron y ahora no hemos hablado de la pandemia: hemos hablado desde la pandemia y el modo en que se inmovilizó el tiempo (…). La escritura de Constanza penetró mi casa, mi ritmo, mi cuerpo, mi pensamiento y viceversa”, agrega Messina.
La infancia, según Messina
Un concepto que aparece una y otra vez en “Una falla en la lógica del universo” es el de infancia. De distintas formas, pero se repite a lo largo de la obra. Consultada por esto, la directora del Instituto de Filosofía de la UDP precisa que “más allá de la imagen de dos niñas escribiendo, creo que los que nos ha juntado a Constanza y a mí es que la infancia nunca termina”.
“La infancia no es un momento del pasado, no es la niñez -en ese sentido, una figura incluso jurídica-, si no que un tiempo nebuloso y un silencio que permanece creando horizontes. Pero no los predetermina, no les da sentido, y esa infancia que nos habita y habita el lenguaje es también íntimo. Y lo íntimo no es necesariamente lo privado: no es obsceno hablar desde lo íntimo. Lo íntimo es algo silencioso que no tiene totalmente lugar, no sabe donde ponerse, y cuando Constanza decía que no nos reconocemos en algunos discursos militantes creo que eso hace también la necesidad de escribirnos”, reflexiona Aïcha Messina.
El deseo, según Michelson
Michelson desarrolla otra idea que permea al libro: el deseo. “Estamos llenos de discursos. Las cosas se llenan de nombres y títulos, pero da la impresión de que los discursos van en una dirección y el cuerpo va quedando fuera de eso (…). Hay una tendencia de los discursos a convertirse en condenas, diagnósticos y un producto, entonces el cuerpo queda fuera. En la escritura hay mucho de eso, parece que es como el arte: si no genera un efecto -hay gente que habla de las imágenes y dicen que tienen que arder-, es publicidad o diseño. Se toca algo de ese punto que te hace temblar y te abre la posibilidad de una experiencia o bien cierra cualquier cosa. Eso es para mí la escritura dormitiva, donde no hay lugar para el deseo”, critica la psicóloga.
Y enganchándolo con la política, sigue: “A propósito del lenguaje dormitivo, creo que Piñera representa justamente un lenguaje que está medio caduco y es super noventero: el lenguaje de la administración y el management. El lenguaje de curso de liderazgo, donde se habla cantadito y en eslogan (…). Por eso cuando él habla da la impresión de que no dice nada, ni si quiera es que no tenga relato, si no que hay algo del lenguaje que es súper estereotipado. Lo cliché saca el cuerpo lejos, el cuerpo no cabe ahí, no puede ser un campo del deseo”.