Cuando «Batman Begins» se estrenó en 2005, el cambio de mano en la dirección, de parte de Christopher Nolan marcó un nuevo rumbo en el entonces irregular mundo del cine de superhéroes. Su visión de los orígenes del hombre murciélago, el héroe que en verdad es antihéroe lo llenó de matices que nos cautivaron a primera vista. Por eso, la expectativa sobre su secuela era alta. Pero nada, nada nos preparó para «The Dark Knight».
Nadie nos preparó para lo que veríamos desde ese viernes 18 de julio de 2008 (jueves 17 en Chile). Nadie nos dijo que nos encontraríamos con algo que podría llegar a ser más grande que la vida misma, al menos en una sala de cine y 152 minutos llevándote por el asombro hacia un mundo que tú sabes que no es real pero que, al mismo tiempo, es un poco como el mundo en que vives. Claro que, en una sala con pantalla gigante, amplificado con todos sus detalles. La urbanidad trae vicios, y «The Dark Knight» te los muestra con todo.
La primera vez de El Caballero de la Noche nos pilla muy concentrados, con un ritmo trepidante desde el primer segundo, haciendo eco de grandes cintas de atraco y el tono que cristalizó en su momento la «Heat» de Michael Mann. ¿Habrá algún momento para poder respirar de viaje tan intenso? Temprano, nos dimos cuenta de que eso no pasaría, al contrario.
«The Dark Knight» no le da respiro a tu sistema neurológico. Te tiene con las emociones a full durante las 2 horas y media que dura, y que pasan muy rápido. No te da ningún tipo de respiro. Gracias a su oficio y el cuidado a la hora de capturar momentos en celuloide, a las ventajas de inmersión que da el formato de IMAX, Nolan nos atrapó a todos. Aquellos que gustan tanto de las historias que han sido retratadas por décadas en los cómics como de las buenas entregas del séptimo arte. Parece perfecto. Y, al menos en el cine y bajo ciertas circunstancias, lo es.
El Batman de “The Dark Knight” saca lo más siniestro de su ser para el bien común, hace el trabajo sucia que nadie está dispuesto a hacer, y todo a costa de su vida y su salud mental. Por eso nos referimos a él más que como un héroe, como un antihéroe. Batman es ese vigilante nocturno que siente culpa y se ve en la necesidad de hacerlo. Sabe el lugar que tiene en la sociedad y lo acepta con resignación.
No le queda otra más que hacer esa labor, que crece con una Ciudad Gótica, que a veces es Nueva York y otras veces Chicago, hasta el cuello con la corrupción, delincuencia, asesinatos, miseria, la mafia y ladrones cada vez más sicóticos y dementes. Y, si lo piensan bien, no tan alejada de lo que pasa en las grandes urbes del mundo. Los vicios de la sociedad cristalizados ahí, como la Roma a punto de caer.
El mundo moral que presenta «The Dark Knight» es desolador. No es un mundo lindo al cual traer hijos y criarlos, ni andar tranquilo por la vida. Claro que la han visto niños, y hasta el momento yo no sé si sea adecuado que se expongan a ella a tan temprana edad. Es cruda, muy cruda. Te golpea en la cara como un mazo gigante de concreto. Te deja dado vuelta, literalmente. Casi sin posibilidad de sujetarte.
Pero quienes e roba la película es simplemente el Joker. Lo que hizo Heath Ledger práctiamente fue borrar del mapa el recuerdo que teníamos del clásico Guasón que Jack Nicholson interpretó en la primera adaptación de Batman al cine que dirigió el gran Tim Burton en 1989. Pero no. El Joker de «The Dark Knight» es el ser más sicótico que ha pisado la tierra, la maldad encarnada en un hombre. Un demonio que tiene fines más macabros que los de cualquier criminal común. Y pareciera que ese personaje deja huellas en quienes lo interpretan, no es para menos. El Joker es de esos malos que opacan hasta a los antihéroes con los que nos identificamos. Y Ledger puso todo de sí para hacerlo un recuerdo inmortal. No por nada se llevó un Óscar póstumo por mejor Actor Secundario.
De todas las piezas de publicidad de la película, la favorita de todos nosotros es la que tiene al Joker como protagonista. Podemos decir sin problemas que “The Dark Knight” es la película del Joker. Es su trepidante y frenética estampa la que ayuda a que el relato sea igual de intenso. Sin la presencia del Joker, no habría sido lo mismo. Un tipo que de verdad asusta, y que se agradece que no lo hayan caricaturizado, sino que vuelto el más malo de todos. El más enfermo; más determinado; y más hijo de puta de todos. Un aplauso para el Joker más tenebroso que podemos ver plasmado en celuloide. El único que le puede hacer el peso a un antihéroe de la talla de Batman. Su complemento para el equilibrio de la vida. Como las grandes historias.
Por eso seguimos viendo una y otra vez “The Dark Knight”. Por eso, el cine de superhéroes se redefinió gracias a su estreno y nos llevó a terrenos que hace más de una década eran insospechados. Vivimos en la era en que los cómics se apoderaron de los relatos a gran escala en el cine, pendientes de cada movimiento del universo Cinematográfico de Marvel con sus Avengers. Le tenemos fe a que el universo de DC tome un buen rumbo y estas historias sigan contándose en la pantalla grande. Pero nada de esto llegará a esa cumbre que representó “The Dark Knight”, la mejor película de superhéroes de todos los tiempos porque simplemente abrazó la liberta de ataduras con el género. Abrazó la libertad y el riesgo. Y nos sigue pareciendo fresca más de una década después.