Más de alguna vez se ha cruzado en alguna conversación informal preguntas como «¿te gusta Nirvana?”, “¿qué tal Kurt Cobain?” y “¿acaso no es de lo mejor que pudo pasar en los 90?». Y las respuestas pueden ser muy obvias. Porque Nirvana se sale de la categoría de «banda de rock». Nirvana se transformó en un fenómeno por demasiadas cosas como para enumerarlas acá, y no es la idea aburrirlos con cosas tan obvias que han leído en todos lados.
Se hace difícil tratar de ser neutral frente a un fenómeno que creció de forma exponencial posterior a su abrupto fin. Con Nirvana debería pasar lo típico que sucede con todos esos mártires del rock que han encontrado su fin terrenal a los 27 años. Y, de alguna forma, eso pasó. De hecho, recuerdo muy bien el momento en que me enteré de la noticia de la muerte de Kurt Cobain: un viernes 8 de abril de 1994. Tenía 13 años y estaba en 8vo en el Instituto Nacional.
Muy pegado con The Beatles en esos años, pero al tanto de todo lo que ocurría gracias a la siempre fiel radio. Fue por radio, y en el programa de Iván Valenzuela «Haciendo Ruido» de Rock & Pop, que escuché que habían encontrado el cuerpo sin vida de Kurt Cobain en su casa en Seattle. Tenía, por lo menos, tres días de descomposición. Fue, según dicen, un escopetazo auto infringido. Demasiado impactante noticia para despertar, no importando que el muerto sea el hijo de vecino o una estrella de rock. Después, cuando llegaron a instalar el cable a eso del mediodía, MTV estaba pasando programas especiales sobre el deceso de Cobain y una cobertura especial. Curioso que el primer día que tuvimos cable en la casa coincidiera con la divulgación de la noticia de la muerte de Cobain.
Prácticamente de inmediato, el mundo como lo conocíamos se tiñó de luto. ¿Recuerdan el show que Depeche Mode dio en nuestro país por esos días? Dave Gaham se notaba afectado en ese concierto del domingo 10 de abril en el Velódromo del Estado Nacional. En general, toda la generación de músicos jóvenes en ese momento vio cómo se apagó este contemporáneo. Cuando Pearl Jam tocó por segunda vez en Saturday Night Live, Eddie Vedder apareció con una polera con la letra «K» al lado del área del corazón y le dedicó las líneas de “Hey Hey My My” de Neil Young en la coda habitual de Daugther. «It´s better to burn out than to fade away» había escrito el canadiense 16 años antes, y Kurt lo citó literalmente en su encontrada «nota de suicidio».
Me sorprendió sobremanera cuando, casi de inmediato, saltaron las comparaciones entre Kurt Cobain y John Lennon. ¿Cómo entrar a comparar, pensaba yo, si Nirvana tuvo casi 7 años de historia (diciembre de 1987 hasta abril de 1994) como banda, 4 discos editados y un futuro truncado? La respuesta estaba más clara de lo que yo podía haber pensado en ese entonces: el grado de identificación que Cobain generó entre sus seguidores.
Demás está decir que Nirvana marcó un antes y un después en la escena popular. Hasta la irrupción de “Nevermind” en 1991, lo masivo estaba liderado por lo chicle y desechable heredado de la cultura MTV. Por el lado del rock, y siguiendo la línea mainstream, el clima no era nada auspicioso. Hasta que Cobain junto Kris Novoselic y el recién integrado Dave Grohl se lo tomaron todo el último trimestre de 1991 y trajeron aire fresco para las contaminadas marquesinas masivas.
Personalmente, creo que esa fue la gran fórmula del legado de Nirvana: la frescura de su propuesta con altas dosis de masividad subliminar. La espontaneidad de esas canciones que, a simple vista, parecían de vanguardia y alternativas, pero que en el fondo siempre apuntaron a ser de masas. Basta escuchar de principio a fin “Nevermind” para ver que estamos ante música popular tal como siempre la hemos disfrutado. Por más extraños y alienados que se quiera vender a Nirvana, fueron de los pocos en rescatar el formato canción y devolverlo a las masas en clave de punk.
El caso de Nirvana sobrepasa lo musical. Para comprenderlo cabalmente, hay que ubicarse en el contexto y tratar de entender lo que significó que algo así estallara. ¿Lo concreto? El estallido masivo de Nirvana fue el punto clave para el reinado del rock con ecos alternativos, que imperó durante el resto de los 90, una revolución nacida en el frío Seattle, en el momento en que los Estados Unidos tuvieron sus propios punks. Los desadaptados, los que fueron dejados de lado, los “slackers”. Y Kurt Cobain fue capaz de crear una obra que vivirá para siempre. Con eso basta. Y, podemos decirlo con orgullo, lo vivimos y presenciamos en el momento en que ocurrió.