Por Ernesto Bustos
Cuando sugerí escribir sobre la muerte de Gabriel Parra; fue inevitable que me surgieran ciertas dudas respecto a cómo estructurar un texto que no cayera en el informe básico que, seguramente, más de algún medio de comunicación traerá a colación con motivo de la fecha.
Para arrancar de inmediato de ese estigma que, lamentablemente, persigue hace algunos años a mi amada profesión, busqué al maestro. ¿Quién más que “Pirincho” podía graficarme de cuerpo entero a Gabriel Parra Pizarro como músico, persona y su rol en Los Jaivas?
Siempre dispuesto a entregar sus conocimientos y con una voluntad de santo, “Pirincho” me dice: “Era un terremoto”. Y vaya que tiene razón. Tuve la suerte de ver a Los Jaivas; y en particular a Gabriel Parra sentado detrás de su Ludwig Octaplus color madera varias veces en distintas épocas de los ’80.
Verdaderamente era un “caballo loco” tocando. Pese a su formación autodidacta, Gabriel poseía mucho refinamiento en cada golpe y lo fusionaba a la perfección con el peso específico que le otorgaban los dos bombos de 22 pulgadas. No era un baterista convencional y por ese motivo su pérdida es hasta hoy lamentada por la banda, pese a la presencia de Juanita, quien tuvo la valentía de calzarse los zapatos de su padre a comienzos de los ’90.
“Pirincho” recordaba sus conversaciones con Gabriel. Eran amigos y como tal había demasiada confianza. “Era caballo loco, hiperkinético, no se quedaba tranquilo nunca, llegaba a cansar lo energético que era”.
Siempre preocupado del más mínimo detalle en los shows que Los Jaivas ofrecían en Europa, Gabriel Parra se convirtió en un valorado productor escénico. La biografía escrita por el periodista Freddy Stock cuenta que cuando la época de vacas flacas sacudió la economía del clan jaiva, el músico aceptó el puesto de chofer de una empresa de transporte de equipos. Al poco tiempo ya era el mandamás sobre el escenario del staff artístico de una popular cantante francesa.
También a fines de los ’70, su particular forma de tocar la batería le valió elogios en la publicación inglesa Music Week. La crítica después de un show en Londres, en 1979, señala que “Gabriel Parra es un baterista de clase mundial, siguiendo una línea melódica y manteniendo la métrica de cada interpretación cuando desarrolla un solo o, transformándose en un salvaje con espasmos fuera de tiempo”.
Qué mejor muestra de esos “espasmos fuera de tiempo” que al observar el solo de “Corre que te pillo” en Viña del Mar 1983. Ahí está la síntesis del Gabriel Parra baterista.
Cuando en 1988 la banda decide radicarse nuevamente en Chile, el músico fue uno de los más entusiastas. En aquella época ya se desempeñaba como el “jefe logístico de la agrupación” y por eso no dudó en viajar a Perú para planificar un show único en Nazca. Tras una presentación en el antiguo Teatro Casino Las Vegas (hoy Teletón), Gabriel se dirigió a Lima. Los reportes de prensa de la época hablan que la mañana del 15 de abril de 1988 salió apresurado del hotel en la capital peruana y enfiló por la Panamericana rumbo al sur.
Pasado Paipa, localidad ubicada a 380 kilómetros de Lima, el vehículo en el que viajaba Gabriel Parra impactó con un monolito justo en el sector que los lugareños conocen como “la curva del diablo”. Su muerte fue casi instantánea.
Un detalle para el final. Hace un tiempo, aprovechando mi calidad de moderador en una comunidad virtual donde convive mucha gente ligada directa o indirectamente a la música, me detuve leyendo un posteo que hacía referencia al paradero de la batería que usaba Gabriel.
Las respuestas coincidían. Era para no creer. La Ludwig Octaplus de 12 toms (la original de fábrica sólo incluía 9), según el usuario Wolfgang, quedó guardada (una forma elegante para decir botada) en una bodega en París. La humedad y el frío invernal hicieron tu trabajo y la batería literalmente quedó bastante deteriorada. Alguien, sin embargo, preguntaba “pero ¿por qué Juanita no se la trajo para Chile?” y nuevamente la respuesta resonó como un mazazo certero: por el valor del flete era tan caro que salía más económico invertir en Chile.
https://www.youtube.com/watch?v=qmnZU32UeTw
Se sabe que Gabriel la encargó a Estados Unidos en 1980, cuando Los Jaivas residían en Châtenay-Malabry, en París. Cruzó el Atlántico hacia Machu Picchu en 1981. Recorrió Chile y Argentina al año siguiente. Pero en 1984, con motivo del registro de las Obras de Violeta Parra, comenzó a perder accesorios (sus 12 tombs, 7 platos, caja y 2 bombos) y a desparramarse entre casas de amigos. Tras la muerte de Gabriel, Juanita inició su búsqueda. Lo demás es historia conocida en una bodega parisina.
En 2010, Claudio Parra viajó por Francia intentando recuperarla. La travesía fue exitosa y durante 2012 se restauró. A contar de agosto próximo la Ludwig Octaplus tendrá un lugar destacado -al igual que otras piezas de colección pertenecientes a la banda- en el museo que Los Jaivas montaron para conmemorar oficialmente su medio siglo de existencia.