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RESEÑA // «Terahate»: la rebelión de las máquinas

Patricio Jara comenta en exclusiva el nuevo álbum de Recrucide.

Patricio Jara |

Recrucide

Recrucide

Los devotos del metal más ortodoxo (cuero, balas, tachas, remaches) suelen hacer toda clase de muecas cuando aparece un teclado allí donde nadie lo esperaba. Consideran, por lo general y con razón, que cumplen un rol más bien atmosférico-decorativo que ablanda el sonido, lo suaviza, lo edulcora y transforma la agresión en amistad.

En la vereda opuesta está aquella estética industrial en que las máquinas son un arma de ataque. Notable es la anécdota que cuenta Al Jourgensen a propósito de “Stigmata”. Todo el mundo celebró los riffs del primer gran “metal moment” de Ministry en 1988, cuando en verdad no eran otra cosa que sintetizadores.

En sus discos anteriores, Recrucide había trabajado algunos arreglos con apoyo de máquinas. Pero no eran más que eso: aproximaciones, detallitos que daban textura a su death metal de raíz sudamericana. Aunque ahora, en Terahate, la decisión es concreta y orientada, la mayor parte de las veces, a resaltar la violencia de su nuevo repertorio. Y lo incorpora sin que aquello defina la totalidad del álbum.

Terahate tiene todas las particularidades que hacen de Recrucide uno de los nombres más destacados de la escena. Y lo han conseguido a punta de buenas canciones tocadas con excelencia. Por lo mismo, tengo la impresión de que si este álbum lo hubieran grabado en un gallinero, con un magnetófono antediluviano, sería menos legible, pero no menos potente.

A través de los años, la banda ha perfeccionado su manera de hacer metal:. Los ritmos sincopados, las cuerdas al aire, las dinámicas y diversas intensidades son aspectos esenciales en su música. Porque vaya que eso es importante: Recrucide hace música y Terahate, su quinto álbum, es un paso adelante, pero no sin poco riesgo.

«Terahate», lo nuevo de Recrucide

Son diez temas (más un cover de King Crimson) que cada uno bordea, en general, los tres minutos. Al hueso en sus estructuras, proponen una secuencia que gana en fuerza a medida que transcurren. “Paradox”, que abre el disco, necesita apenas sesenta segundos para clavar la bandera y derivar en una andanada de riffs donde la dupla de guitarras (mezcla de la experiencia de la vieja escuela de Hernán Muñoz y la insolencia y el desparpajo creativo de Rodrigo Alpe) se conecta con el trabajo de Guillermo Pereira, su nuevo baterista y nuestro propio Atomic Clock.

El segundo tema es “Lifeless”, el encargado de disipar las dudas: Recrucide entra con un riff demoledor hecho de máquinas acompañado de líneas de bajo y un sólido blasting que preparan el camino para la voz inconfundible de Rodrigo Zepeda: gutural pero legible; cruda pero con matices muy trabajados, aspecto que desarrolla en todo el álbum.

Otros puntos destacados los alcanzan “Sickness” (1:47) y “Error”, acaso los que más conservan el temple de los discos anteriores y más contrastan con la canción que hay entre medio de ambos: “Oscurum”, una composición ambiciosa que refleja la voluntad de Recrucide por internacionalizar su sonido: velocidad, peso, orquestaciones épicas que frisan el black metal y coros beligerantes.

Más que nunca hoy en el metal parece haber dos caminos: simplificarse hasta volver a la virtud de las raíces o borronear los límites de la ortodoxia e instalarse en el terreno de lo inclasificable. Recrucide, con decisión y jerarquía, ha optado por el segundo.

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