Cuando se anunció que The White Stripes vendrían a Chile para dar un único concierto en el Estadio Víctor Jara el miércoles 24 de mayo de 2005, se convirtió en el evento en el que todos nosotros debíamos estar.
¿Por qué había de estar ahí? Simplemente, porque muchos de nosotros creíamos que, por ese entonces, eran los salvadores del rock and roll. De ese tipo de gente que hace mucha falta en la escena. Aquellos que buscan en lo más esencial de las emociones para lograr crear magia y catarsis. Gente que sea capaz de hacer explotar un lugar con tan solo su energía.
Hasta que llegó la noche del concierto. Poco antes de que se apagaran las luces, podíamos ver cómo se desplazaban los curiosos roadies, vestidos elegantemente y preparando todos los detalles (probando las guitarras, viendo el piano, la batería y los ampllificadores) para que, cuando el reloj marcara las 9 de la noche con 15 minutos, comenzara el show. Recién ahí se apagaron las luces del recinto se encienden los focos especiales para el evento.
Vemos que llega Meg White, vestida de blanco y negro, a sentarse a la batería. Jack White se apareció en el escenario con una marioneta de sí mismo, que dejó sobre el piano. Se colgó su guitarra y, junto a la batería de Meg y casi sin palabras, le dio el puntapié inicial al show con la potente “Black Math”. A estas alturas, la gente en la cancha saltó y gritó con todas sus fuerzas, respondiendo a tamaño estímulo. Siguieron con varias canciones sacadas de casi todos sus discos.
Así pasaron “Little Room” y la maravillosa «Dead Leaves & The Dirty Ground». Además, tuvimos la suerte de escuchar, a modo de adelanto de su nuevo disco «Get Behind Me Satan», un par de temas, «Blue Orchid» y «My Doorbell». Otro notable momento se vio y se escuchó con Little Bird, en donde Jack White lució guiños a Led Zeppelin. «Let’s Build A Home» también se disfrutó muchísimo. La poderosa versión de «Hotel Yorba» no hacía más que coronar el momento.
El show de The White Stripes en Chile alcanzaba niveles insospechados por la intensidad y el tiempo se pasaba volando. Uno de ellos vino de la mano de la versión que la banda hacía por ese entonces de «Jolene». Tanta potencia también daba paso a pasajes relajados en tono “acústico” y con el piano. «We’re Going To Be Friends» y «The Same Boy You’ve Always Known» mostraron un lado más reposado, pero no carente de intensidad.
Eso sí, la potencia inherente de los White Stripes tuvo sus víctimas. En dos ocasiones Jack White cortó cuerdas a sus guitarras. Primero, en medio de la energética entrega para «Dead Letter», en donde demostró su pericia para dominar la guitarra slide. La cuerda se le entrometía cuando tocaba. La sacó del medio y siguió haciendo tronar la guitarra. La segunda vez ocurrió durante uno de los momentos más intensos del show: su entrega de «I Just Don’t Know What To Do With Myself». La gente coreaba y Jack White dejó que el estadio completo coreaba, a la vez que metía sus fuertísimos rasgueos, que cortaron una cuerda. Siguió tocando, quizás sobrecogido por ese momento único que se dio junto a la audiencia.
Ya en los descuentos del show, la gente respondió de la manera más sublime en que se puede seguir un reconocido riff guitarrero: entonándolo como cántico de estadio. Jack White dejó de tocar unos instantes y cantó en seco, por mientras que esa gran «guitarra humana» le hacía el majestuoso riff de «Seven nation Army». La despedida vino con “Boll Weevil» y el público agradecido aplaudió estrepitosamente, poniéndole un broche de oro a la espectacular jornada de The White Stripes en Chile hace exactos 17 años.