Bruce Springsteen lanzó «Born In The U.S.A.», su séptimo disco de estudio, el lunes 4 de junio de 1984. Y como pasa con todas las obras que logran trascendencia en la cultura popular, el disco llegó en un momento justo para despegar y conquistar el mundo. Y también para que cobre un sentido diferente al original.
Un año electoral, con Ronald Reagan encarando su reelección. Con los Juegos Olímpicos de Los Ángeles en los televisores de todo el mundo. Todo eso dio un ambiente propicio para el fervor patriótico estadounidense. Pero la canción que le da nombre al álbum va para un lado completamente contrario. Trata del sufrimiento de los veteranos de guerra. Esos que fueron ninguneados por su propio país a su regreso. Los olvidados para la estadística. El sufrimiento de los que dieron su vida y su salud mental por su país para no recibir nada a cambio. Es la rabia lo que mueve los surcos de «Born In The U.S.A.». Un disco tan completo que el resto de sus canciones tienen vida propia.
«Born In The U.S.A.» es todo menos una celebración patriotera. Y la lucha por dejarlo en claro ha sido una parte central del legado del álbum. En retrospectiva, es fácil ver cómo el mensaje del «Jefe» fue malinterpretado. ¿Por qué enterrar las críticas vocales en melodías optimistas? Pero la elección parecía parte de una misión más grande del disco. Enraizar un mensaje rotundamente antiamericano en un profundo amor por Estados Unidos y su sonido. Springsteen ignoró la invasión británica y adoptó el legado de Phil Spector y del soul de Atlantic Records. El rockabilly de «Working on the Highway», musicalmente jovial, cuenta una historia de tragedia de la clase trabajadora. Un buen ejemplo de un álbum optimista, a pesar de que sea crítico, como argumentando que su autor puede amar a los Estados Unidos y enfurecerse contra su fragilidad.
En esencia, «Born In The U.S.A.» lidia con las mismas temáticas del acústico y solitario “Nebraska” de 1982. Los oprimidos. Los de “cuello azul”. Los delincuentes. LKos desafortunados. Este disco vio cómo se transmutaron las deprimentes lamentaciones previas de Springsteen en modos dominantes y agradables, inyectando sus canciones con entusiasmo y humor.
Los primeros temas del álbum tienen la evidente mano de la E Street Band: «Cover Me» presenta la guitarra solista de Steven Van Zandt, y «Darlington County» la encabeza el saxofón de Clarence Clemons. Además de «Downbound Train», una trágica balada de rock sobre un hombre que ha perdido a su esposa y que ahora flota entre trabajos que calza perfecto con la invitación a la noche de «I’m On Fire». Gran parte de “Born In The U.S.A.”, de hecho, se siente como una despedida del “Jefe” con sus compañeros de siempre. El segundo lado comienza con «No Surrender» y sigue con «Bobby Jean», ambas canciones conmovedoras sobre la amistad de la infancia que parecen dedicadas a Van Zandt, de quien Springsteen había sido amigo desde su juventud.
«I’m Goin ‘Down» y «Glory Days” muestran un lado más “frívolo” del disco, las cosas se alivianan un poco pero la segunda es fundamental cristalizando la crianza de Springsteen en la historia del rock and roll, nostalgia pura. Pero son las canciones finales del álbum donde el músico realmente abre nuevos caminos en su desarrollo artístico. «Dancing in the Dark» y «My Hometown» son una poderosa coda para el final del lado B, dos canciones centradas en sintetizadores con sonido propio de su época.
«Dancing in the Dark» se convirtió en su mayor éxito, y el momento en el videoclip cuando Springsteen saca a una joven Courtney Cox al escenario se ha convertido en un ícono pop. Sigue siendo una de las mejores canciones de Bruce Springsteen, una prueba más de su capacidad para tocar el pulso de un tipo particular de desilusión.
«My Hometown» vuelve a los problemas sociales que fueron más un punto focal en el lado A de “Born In The U.S.A.”. Con un tempo más pausado, es una de sus exploraciones más efectivas y conmovedoras de los estadounidenses destrozados, política, incisiva y melancólica. El refrán, «Esta es mi ciudad natal», cambia de significado a medida que el tema cambia su enfoque de la adolescencia a la vida de la clase trabajadora, la violencia racial y la lucha económica postindustrial, funcionando incluso mejor que la canción que da nombre al LP al retratar de forma impecable la tragedia del sueño americano, la brutalidad y la injusticia, y el amor complicado e intratable por el hogar que aún logra arraigarse en medio de todo.
La vibra bien arriba de “Born In The U.S.A.” convirtió al disco en una cima para Bruce Springsteen. Se convirtió en uno de los discos más vendidos de la historia, registrando 30 millones de copias para 2012 y regalando clásicos inoxidables a los increíbles sets en vivo del “Jefe”, que de vez en cuando, toca el álbum completo, de principio a fin, en el mismo orden en que fue publicado. Pero la génesis de estas composiciones es otra y su autor lo sabe. E
En la residencia que el cantautor hizo en el teatro Walter Kerr de Nueva York, Springsteen interpretaba una versión casi irreconocible de «Born in the U.S.A.». A medida que su voz envejecida raspa sobre una guitarra deslizante inquietantemente libre, las trágicas letras se vuelven asombrosamente claras. La nueva iteración parece sugerir que el optimismo de “Born In The U.S.A” .no ha sobrevivido hasta el siglo XXI, pero Bruce Springsteen logró despejar su mensaje vistiéndolo del lamento del blues de siglos. No es una celebración, sino una denuncia. Y es ahí donde sus palabras trascienden los surcos, más allá de la rabia contenida en ganchos irresistibles.