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«Artaud», el disco maldito de Luis Alberto Spinetta, cumple 50 años

El disco final de Pescado Rabioso se lanzó en octubre de 1973 y es una de las obras cumbres del rock argentino.

Ernesto Bustos |

Luis Alberto Spinetta 1973 Web

Luis Alberto Spinetta 1973 Web

Cuando me propusieron escribir sobre las cinco décadas de «Artaud» de Pescado Rabioso, que en rigor es un disco solista de Luis Alberto Spinetta, asumí el riesgo de parecer demasiado hincha del Flaco y me hago cargo de la subjetividad que puedan tener las siguientes reflexiones.

No se trata de cualquier trabajo de Luis Alberto. Porque la Rolling Stone Argentina eligió «Artaud» como el mejor trabajo de rock en ese país entre otras 100 obras del género.

Por lo mismo, hay discos que son el testimonio en carne viva de una búsqueda interior. Dentro del rock latinoamericano es difícil hallar, precisamente, un testimonio más puro, descarnado e inspirado de esa búsqueda que «Artaud».

En 1973, aún persistía la idea -consagrada por los Beatles con su «Sgt Pepper»- de considerar el LP como una obra de arte (con excepción de algunas obras del rock progresivo). Y este disco es el equivalente spinettiano a bellas obras de arte, al momento en que el creador está en comunión con sus impulsos más íntimos a la vez que en pleno control de las herramientas de su arte.

Tengo la impresión de que en ningún otro lugar de una obra extensa, diversa y plena de momentos brillantes podemos encontrar un Spinetta tan expuesto, íntimo y entregado al público y a su arte como en «Artaud».

El Flaco sabía lo que hacía. En el libro de Eduardo Berti, “Spinetta: crónica e iluminaciones”, uno de las pocas ocasiones en que el músico se explayó públicamente sobre los detalles más personales de su obra, contraponía el sufrimiento y la locura de «Artaud» con la redención por el amor propuesto por John Lennon, por mencionar un caso concreto. Pero no es casual que fuera justamente John Winston quien exteriorizara en público el origen de su sufrimiento más profundo en «John Lennon/Plastic Ono Band» (1970).

Pues bien. «Artaud» muestra a Spinetta en estado puro, emocional y musical. Incluso la despojada instrumentación de trío (y el hecho de que Lennon haya recurrido a dos viejos amigos como Klaus Voormann y Ringo Starr para el bajo y la batería) guarda cierto parecido con la elegida por Luis Alberto con Black Amaya en batería y Osvaldo Frascino en bajo en los inicios de Pescado Rabioso.

Pese a que se firmó como su nombre lo indica, se trataba de un disco compuesto y escrito íntegramente por Spinetta. De eléctrico tenía poco. Acá lo que había era refinamiento puro y menos que en crudeza que en «Desatormentándonos» o «Pescado 2».

La banda se separó a mediados de 1973 después de un show en el teatro Planeta. Sus colaboradores, vale decir, el propio Black Amaya, David Lebón y Carlos Cutaia, no aceptaban ni entendían la visión musical que estaba desarrollando el jefe. Y simplemente dejaron de responder a su convocatoria hasta que se quedó solo. Spinetta entonces siguió así, con los proyectos que venía desarrollando para el grupo. “Pescado Rabioso era yo”, decía. Y así surgió «Artaud». Con la ayuda de su hermano Gustavo. Y dos ex compañeros de Almendra, Emilio del Guercio y Rodolfo García.

«Artaud» también posee su lado político-militante. Aparece en un momento de gran convulsión para la historia sudamericana a comienzos de los ’70 y de mucha violencia política. Comenzaban a instalarse las dictaduras apoyadas por Estados Unidos, anulando casi por completo la vigencia de los derechos humanos durante las dos décadas siguientes. Spinetta tenía cierta simpatía por el peronismo. En esa encrucijada histórico-cultural y personal aparece «Artaud». El músico relacionaba ese momento del país con la locura suicida de la poesía maldita y con el nihilismo rockero expresado en las drogas y la “promiscuidad sin sentido”.

Desde “Todas las hojas son del viento”, “Cementerio Club”, “Por”, “Superchería”, “La sed verdadera”, “Cantata de puentes amarillos” (qué raro título para una canción), “Bajan”, “A starosta, el idiota” y “Las habladurías del mundo”, todas, sin excepción, constituyen una cuidada colección de canciones. Cuesta encontrar puntos bajos.

Antonin Artaud nunca quiso que su obra fuera considerada literatura. Del mismo modo, «Artaud» nunca quiso ser un disco, sino un gesto de vanguardia y vaya que Luis Alberto Spinetta lo consiguió. Ya han pasado 50 años de esa locura cuerda.

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