Venían de cosechar todo el éxito que habían dejado dos producciones fundamentales en la música chilena. «La espada y la pared» (1995) y «MTV Unplugged» (1996) abrieron la puerta definitiva hacia la popularidad de Los Tres en Chile y buena parte de la región.
La banda se acomodo al formato semi-acústico y entre el rock y la cueca forjaron una identidad en el rock chileno que permanece intacta hasta el día de hoy. Sin embargo, había que ir más allá. Y la banda de Álvaro Henríquez decidió cambiar sus espacios. En Nueva York y de la mano de una leyenda en la producción musical, estaba el nuevo sonido de la banda de Concepción.
Marcadamente eléctrico, «Fome» mostraba un nuevo sonido para Los Tres. El uso exclusivo de tecnología análoga despertaba los amores sonoros de Henríquez. Tanto fue su obsesión con ello que el grupo decidió sacar al mercado una edición especial y limitada en vinilos del nuevo trabajo. Y esto cuando la locura de los discos aún no estaba ni cerca de despertar. Fundamental para lograr ese sonido fue el trabajo de Joe Blaney (Ramones, The Clash, Charly García). Un productor de alta gama que pudo llevar al sonido las ideas rockeras más clásicas que giraban en la cabeza de Henríquez.
«Fome» plasma la canícula creativa por parte de Álvaro Henríquez. Siempre con el apoyo de Roberto Lindl. Ángel Parra y Francisco Molina. Todos se mantuvieron como los fieles acompañantes y consejeros musicales. Todos y cada uno de ellos en un alto estado de creatividad e interpretación que funcionaron perfectamente para plasmar, en cinta, el uso de nuevas tonalidad y rítmicas («Bolsa de mareo»). También la ampliación del rango instrumental por parte de Parra con el uso del Lap Steel («Olor a gas»). O la experimentación de estudio que permitió que la primera canción («Claus») partiera con Álvaro Henríquez en la batería, Francisco Molina en el bajo y Roberto Lindl en el órgano Hammond.
Líricas introspectivas, hilarantes y locales «creo en sordos, soy del sur» («Toco Fondo») fueron la tónica de un trabajo que corrió nuevamente por cuenta de la voz principal del grupo, quien nuevamente dedica parte de su prosa al suicidio («Olor a gas»). El uso de las drogas («Jarabe para la Tos»). A través del recurso literario de la metáfora o esa suerte de auto demostración por parte de Álvaro Henríquez de ser el “Lennon chileno”. Capaz de tomar una guía de teléfonos y hacer una canción («Restorant»).
En «Fome» hay un relato global que incluye una marca penquista que eleva el rock de esa zona a una suerte de escuela de cómo sonar. «Fome» tiene olor a tierra húmeda. Está en canciones como «Me Arrendé» o «Pancho». Pero maquilladas con el contundente sonido de una banda de rock que con «Fome» puso la rúbrica de la mejor banda chilena. Y cuyo cuarto trabajo de estudio estuvo por sobre las expectativas que se habían creado y que no eran pocas.
La vara de «La espada y la pared» y el «Unplugged» era difícil de superar y «Fome» lo hizo, con sonido y carácter propio. Un disco único en su tiempo, del Chile de la transición, con Salas y Zamorano camino a Francia 1998 y que hizo más moderno y de mejor calidad el sonido del rock chileno.