Recuerdo algo que mi padre me había contado cuando yo era un niño. Contándome de sus gustos, me cuenta que le fascinaron las primeras dos películas de «El Padrino», y que llegó a ellas por la novela de Mario Puzo, la que leyó de golpe en una sola noche.
Cuando tuve ese libro en mis manos no lo leí con la misma rapidez e intensidad. Sin embargo, respeté el ejercicio de leerlo y después ver la película. En verdad, no me tomó mucho tiempo leerlo. A pesar de que Mario Puzo, su autor, la considere tan solo como una «novelilla» que fue escrita sólo para hacer dinero, supo darle un dinamismo y un ritmo tal de que es prácticamente imposible despegarse de esas páginas.
Es demasiado fácil plegarse a lo «políticamente correcto» y afirmar, casi sin pensarlo dos veces, que la trilogía de «El Padrino» contiene un par de películas que son de las mejores jamás hechas.
Que están allá arriba, junto a «Citizen Kane» y «Casablanca», como grandes lecciones de cine. O que Marlon Brando dio el papel de su vida. Por supuesto, el hecho que Al Pacino fue la revelación de carácter en mucho tiempo. O que Francis Ford Coppola fue capaz de reinventar todo el género de gánsgers. Y tambbién que Robert De Niro estuvo impecable siguiendo la senda trazada por Brando. Sólo lugares comunes dichos hasta el momento. Cosas que todos hemos dicho en más de una ocasión.
Pero lo que casi todas las veces olvidamos es el trasfondo detrás de todo lo que hay en medio de la historia de la dinastía Corleone. Más que un simplón relato de mafiosos, de esos en donde abunda la sangre y la falta de desarrollo dramático de los personajes, que se sobrepone ante la acumulación de cadáveres, lo que encontramos en “The Godfather” es un profundo análisis de los diferentes tipos humanos que existen.
En esencia, «El Padrino» es un brutal relato sobre un inquebrantable hombre que debe legar todo a su hijo. A pesar de que su labor puede ser condenable en lo moral, mantiene un código de ética intachable. Vito Corleone es sabio, pero también es capaz de cometer horrendos y condenables actos de violencia, y a la vez posee candidez en su trato. Tres cualidades, completamente incompatibles entre sí, que son evidentes en cada uno de sus tres hijos. La violencia desmedida en Sonny. La calidez humana en Fredo. La sabiduría en Michael.
En «The Godfather» siempre está presente la tensión entre un padre sobreprotector y su hijo más capaz, ese que no quiere involucrarse en el tipo de vida que lleva su progenitor. Es la trágica historia de sucesión en el poder y la inevitabilidad de los destinos. Pero además muestra el infinito amor fraternal, tan intenso como para dejar atrás prejuicios y continuar la «labor» del padre, aunque no se comparta.
Como toda historia apegada a cosas tan fundamentales para el ser humano, «The Godfather» era un éxito seguro. Un consagrado «best seller», que fue llevado al cine por el entonces casi debutante Francis Ford Coppola. El director de raíces italianas fue capaz de captar a la perfección la forma de llevar esta historia a imágenes concretas. Prácticamente, llevó la novela «cuadro a cuadro»; de ahí su precisa visión. Supo cómo abordarla desde el comienzo, defendiendo su punto de vista y la acertada elección de Brando y Pacino en los papeles de padre e hijo que están unidos por un trágico destino, el de estar a la cabeza de toda una deplorable organización.
Sin embargo, en la película jamás se emite algún juicio de valor al respecto. Es más, ni siquiera se mencionan palabras como «mafia», «hampa» o «cosa nostra». Sólo se habla de «la familia», causando de inmediato empatía con el espectador. Coppola deja que seamos nosotros los que decidamos amar u odiar a la dinastía Corleone.
Aunque «The Godfather» es, vista desde una mirada neutra, una simple historia de criminales, es la mejor historia jamás contada sobre criminales. Su narrativa no tiene nada simplista ni lineal. Al igual que un río, se compone de diversas afluentes que le van dando fuerza, hasta llegar a convertirse en un caudaloso mar.
«The Godfather», además, rompió con la regla de que «segundas partes nunca son buenas». Basta ver «The Godfather pt. 2». Una película que supera a la primera, en donde el recurso del racconto se usa de forma magistral para lograr un paralelo de emociones entre padre (De Niro, impresionante) y Pacino (superando con creces su entrega anterior). Lamentablemente, la presión jugó en contra de la tercera entrega. «The Godfather pt. 3» terminó resultando ser una película obvia, poco interesante y derechamente monótona, una que no da un cierre que le haga justicia a la saga. De todas maneras, dos de tres no es un mal resultado, ¿cierto?
Le agradezco a mi papá el que me haya pasado el mismo libro que él leyó de corrido en una noche. Lo tengo todavía conmigo. Y la película, que se estrenó en el Loew’s State Theatre de Nueva York el 14 de marzo de 1972, hace exactos 52 años, la veo una y otra vez.