Por Hernán Carrasco C.
Según cifras de la organización, 210 mil personas dicen presente en esta, la trigésima octava edición del mítico festival británico. En el segundo día oficial del festival —pero cuarto desde la apertura de puertas— fueron el pop y el indie rock los grandes protagonistas de la jornada.
Desde Cyndi Lauper a Coldplay, pasando por un show secreto de Kasabian, la jornada estuvo marcada por esos grandes nombres, sin embargo, dentro de la agenda del festival también se podía encontrar bandas que llevaban la antorcha de las guitarras como Fat White Family, Sleaford Mods y The Breeders.
The Breeders
La banda norteamericana liderada por Kim Deal, ex-Pixies, fue una de las pocas agrupaciones de rock que dijeron presente en el segundo día de Glastonbury. En uno de los escenarios más alternativos llamado “The Park Stage”, los norteamericanos congregaron una buena cantidad de público para repasar principalmente su disco más relevante, “Splash” (1993).
En una hora de show, The Breeders se plantó con una puesta en escena sobria (solo un telón de fondo) y sin mayores luces, con la misión de aprovechar al máximo, el tiempo que tenían agendado.
Fueron 18 canciones las que tocó la agrupación estadounidense con foco en el ya mencionado “Splash”, placa desde donde se desprende su mayor hit: “Cannonball”. Con una complicidad permanente entre la banda y el público, y también entre los mismos integrantes del grupo, el show de The Breeders se sentía como una reunión familiar que esperas que no termine.
Con una mezcla de géneros que van desde el shogaze, al rock alternativo, pasando incluso por el grunge, las canciones de la banda suenan siempre bien aceitadas en vivo, y tienen a la base rítmica tomando un rol fundamental en la propuesta sonora de los norteamericanos.
Un show de rock sólido, sin adornos extras, enfocado en lo fundamental, que es la música hecha para aquellos que aún disfrutan de artistas tocando sus propios instrumentos.
Coldplay en Glastonbury
La agrupación inglesa era uno de los platos fuertes del festival y obviamente de la segunda jornada. La historia de Coldplay con Glastonbury comenzó hace más de 20 años atrás, incluso antes de lanzar su primer disco, “Parachutes”.
Fue en 1999 y lejos de los escenarios principales, cuando Chris Martin y compañía hicieron su debut en la Worthy Farm, arriba de un pequeño escenario llamado “New Bands Tent”, tarima a la que también se subió Muse durante ese mismo fin de semana.
Desde ese punto, la popularidad de los ingleses ha ido creciendo de manera exponencial, siendo actualmente una de las bandas más grande del orbe y cabeza de cartel de cuanto festival se realice. Esta fue su séptima participación en Glastonbury y cuarta como headliners.
La mutación musical de los ingleses ha sido notoria con el paso del tiempo. De esa banda melancólica y casi lo-fi de los comienzos, no queda nada. El Coldplay actual usa los zapatos musicales más grandilocuentes que puede encontrar y en esa ambición sonora, ha perdido, sin duda, parte de su espíritu.
El show de anoche fue la prueba de eso. Con un setlist cargado hacia sus últimos discos de estudio y con la presencia de un sinnúmero de invitados, era difícil saber cuál era el Coldplay que uno estaba viendo en el escenario.
En pos de hacer el show más grande que podrían presentar, se siente que al final la música pasa a un segundo plano. Ya sea por los fuegos artificiales, los láseres, el confeti, los globos gigantes, el fuego o las mismas pulseras LED (que el público podía solicitar previo al show), la puesta en escena de la banda es casi un asalto a tus sentidos. Visualmente es un espectáculo a todas luces, pero musicalmente carece de sustento. Carece de ese espíritu que alguna vez tuvieron y ya pasaron a engrosar la categoría del “pop genérico”.
Es difícil entender como una banda que tiene buenas canciones propias en su repertorio, decida incluir en su setlist, colaboraciones como aquellas que tiene con The Chainsmokers y BTS, y dejar relegados temas que son parte casi del subconsciente colectivo de la gente. El resultado de esas decisiones fue que en una buena porción del show hubo un cierto grado de desconexión con la audiencia.
Nadie podría reclamar lo que decide cada banda sobre lo que quiere tocar, pero cuando se apuesta a hacer un show para las masas y sobre todo uno que es transmitido de manera global, hay maneras de hacerlo sin renegar el pasado y de las propias canciones que te llevaron a lo más alto.