Ya he perdido la cuenta de la cantidad de veces que he visto «The Last Waltz». La primera vez fue en el cable, hace unos 22 años atrás. No la pude ver antes porque, simplemente, dar con una copia era tan difícil como encontrar algún fanático de The Band acá en Chile.
Sin duda que el caso de The Band es único. Duraron juntos 8 años funcionando con ese nombre.Pero tenían 8 años previos de historia. Fueron la banda de apoyo para Ronnie Hawkins y los «valientes apóstoles» de Bob Dylan en su gira europea de 1966. Esa en la que le gritaron «traidor» y «judas» por su sets eléctricos. Después que Dylan se asentó en Woodstock, The Hawks lo acompañó en su retiro. Y se mudaron a la misma zona. Ahí se cambiaron el nombre a, simplemente, The Band. Todo en contra de la corriente de sicodelia reinante.
The Band a la médula
Lo de The Band es llegar a la médula. A las mismas raíces de todo. Blues, soul, gospel, jazz, folk y country. Todo eso gracias a la estupenda labor en conjunto de Robbie Robertson (guitarrista y principal compositor); Levon Helm (baterista y voz); Rick Danko (bajo y voz); Richard Manuel (piano y voz); y Garth Hudson (teclados).
Con 16 años en ruta, The Band decide terminar sus presentaciones de forma definitiva. Y eligen el anfiteatro de Winterland, administrado por Bill Graham y el mismo lugar en donde debutaron oficialmente como The Band, para darle cierre a su historia. Deciden pasearse por sus canciones más representativas y llevar numerosos invitados de lujo: Bob Dylan, Neil Young, Eric Clapton, Dr. John, Van Morrison, Joni Mitchell, Muddy Waters, Paul Butterfield… la lista es larga.
Por esos días, Martin Scorsese era amigo de Robbie Robertson, y se entusiasma en dejar registrado el último concierto de The Band. En un comienzo, filmarlo en 16 mm; pero László Kovács, director de fotografía, lo convence de que usen rollos de 35 mm y lo filmen como si fuese una película. La preparación de la puesta en escena se haría en conjunto con la filmación. Pero había un detalle: los motores de las cámaras no aguantaban horas seguidas de filmación sin parar. Esto se convertiría en un problema para la filmación, pues sólo podrían grabar un número determinado de canciones, las que debían quedar sí o sí para la posteridad.
El escenario se armó de forma elegante: telas antiguas y tres candelabros, además de poner mesas en el área del público para la cena de Acción de Gracias. Con el Winterland lleno, The Band comenzó el show con una intensa versión de “Up On Cripple Creek”, uno de sus clásicos, marcando el tono de un show de más de tres horas y media de duración.
«The Last Waltz» y momentos inolvidables
Hay varios momentos a destacar: la humildad de Neil Young al interpretar su “Helpless”; el registro con orquesta incluida para “The Night They Drove Old Dixie Down”; la poderosa “Further On Up The Road”, junto a Eric Clapton; la milagrosa filmación de Mannish Boy, junto a Muddy Waters («parecía una catedral gigantesca, el Winterland se estremecía al ritmo Mannish Boy», recuerda un conmovido Scorsese); el emotivamente desgarrador set junto a Bob Dylan, que incluía “Forever Young” mezclado con “Baby Let Me Follow You Down”, y el «grand finale» con “I Shall Be Released”.
Al ir revisando el material en bruto, Scorsese se dio cuenta que daba como para una película. En los meses siguientes, se dedicó a completar el trabajo con sentidas entrevistas a la banda, quienes reflexionaron en perspectiva sobre el último show y su carrera en conjunto, dando emotivos testimonios. Además, Scorsese pudo darse el lujo de filmar 3 canciones más: “Evangeline”, con Emmylou Harris, “The Weight” con The Staples y la suite de vals para el cierre de la película, aplicando tomas increíbles y sus dotes como maestro del lente. Para comienzos de 1978, estrenó la película.
Se ha dicho una y otra vez que «The Last Waltz» es, probablemente, el mejor concierto filmado de toda la historia de la música popular. Creo que, más que ser el mejor, fue la foto precisa de un momento irrepetible. La película, tal como Scorsese lo ha dicho, refleja a gente sencilla que expresa sus sentimientos en la música, desbordando pasión y espiritualidad en un verdadero ritual. La película deja inmortalizado un momento único, un «canto de cisne» sin decadencia, un “último vals” sin falsas sonrisas, sin ironías ni ánimos negativos.
“The Last Waltz” da cuenta de un grupo de cinco tipos sencillos. De mucho talento y de un sello propio, que fueron capaces de dejar un recuerdo indeleble de integridad, exploración, rescate y valor.