*Esta columna se publicó originalmente el lunes 21 de diciembre de 2015, al día siguiente del show de David Gilmour en el Estadio Nacional
En lo que respecta a las expectativas de los chilenos, y al menos a modo personal, Roger Waters pavimentó el camino para David Gilmour. Las 3 visitas del genio tras los conceptos de las obras fundamentales de la banda dejaron todo listo para que el guitarrista que le puso alma, precisión y elegancia a esas ideas fuese uno de los números que más queríamos ver por estos lados.
Por eso no extraña que el de anoche haya sido un show con un Estadio Nacional repleto hasta las masas. Casi 50 mil fanáticos nos encontramos ahí esperando ser testigos de una esencia que no se puede describir con palabras. Desde nuestra vereda; con el equipo de Radio Futuro tuvimos la suerte de estar ahí desde temprano; con prueba de sonido incluida. Pero nada te puede preparar para la experiencia de David Gilmour.
A las 21:20, cuando ya no quedaba nada de sol en el cielo; “5AM” y “Rattle That Lock” dieron inicio a un show que desde el principio aparentaba ser muy sobrio. Solo teníamos a la legendaria pantalla circular. Esta vez un LED gigante. Y un sonido envolvente que te atrapaba desde cualquier rincón del que Gilmour llamó “el Wembley de Chile”; que se vino abajo con el primer recuerdo de Pink Floyd de la noche; “Wish You Were Here”. Sin gráficas especiales, solo la acción y emoción del escenario amplificada para todos los que estábamos ahí. Con una banda en donde un grande como el ex Roxy Music Phil Manzanera es el segundo a bordo. Las luces de los celulares que colmaron la galería completaron un cuadro perfecto. Y eso que aún quedaba show.
A pesar de haber visto completo “The Dark Side Of The Moon” de la mano de Roger Waters en marzo de 2007; con Gilmour completamos la experiencia en la suite armada de “Money” y “Us And Them”. El saxo en manos del brasilero Joao Mello se torna protagonista; y el bajo de Guy Pratt, que acompaña a Gilmour desde que asumió control total de Pink Floyd en 1987; tiene su espacio en un improvisado solo de bajo. Momento glorioso que se completa con “In Any Tongue” y con el cierre de “High Hopes”, el relato maduro de “The Division Bell”, que nos sobrecoge con su narrativa y el contraste de atmósferas. Se necesita un respiro después de tanto, y solo ha pasado una hora con 10.
Tras 20 minutos, las luces vuelven a apagarse y la pantalla adquiere un protagonismo sicodélico para “Astronomy Domine”, de la era de Syd Barrett, demoliendo nuestros sentidos. ¿Hay un viaje a otra dimensión tras eso? Claro que sí, y nuevamente de la mano del espíritu de Barrett, con otro momento para enmarcar en “Shine On You Crazy Diamond”. Todo podría haber terminado ahí. Pero “Fat Old Sun” hace un guiño al “Madre Corazón de Átomo” que se agradece en medio de una liturgia como pocas vistas acá.
Después de “Coming Back To Life”, un recuerdo más reciente con “On An Island”, un regalo para el público de Chile. Y un detalle que nos confirmó lo relajado y a gusto que estaba Gilmour por estos lados. El mood jazzero y de cantina de los 30 de “The Girl In The Yellow Dress” y la efectividad de “Today”, ambas de “Rattle That Lock” serían los últimos guiños al lado en solitario del músico. El saldo sería solo de Pink Floyd. El rescate de “Sorrow”, de “A Momentary Lapse Of Reason”, se agradeció y dio paso a uno de los grandes momentos de la noche, con “Run Like Hell”, uno de los himnos insignes de “The Wall”, en el tono preciso y demostrando que ese sonido de guitarra marcó escuela para más de alguna banda de las últimas tres décadas. Gran postal para cerrar el segundo set.
Aún quedan emociones, y esas vienen con un reloj que nos marca el paso de los minutos y segundos. Por supuesto que es “Time”, que no solo tiene uno de los mejores momentos de Gilmour y su Fender Stratocaster Negra. Sino que la excelente labor de Jon Carin, otro veterano de la liga de músicos que ha apoyado tanto a Pink Floyd como a Waters y Gilmour solistas. Carin se hace cargo de las partes del fallecido Rick Wright y cumple de forma impecable.
Por supuesto que el final es “Comfortably Numb”. No puede ser otra. El mejor solo de guitarra de la historia tocado por su autor, como nadie más puede hacerlo. Nadie más puede tener ese nivel de pasión y sutileza a la hora de crear capas que se amplifican en un coliseo como el que tenemos en Ñuñoa. Nadie más pudo haberlo hecho como David GIlmour. Cuando ya habíamos dejado atrás el domingo 20 de diciembre y abrazábamos los primeros minutos de un nuevo día. El día después de haber visto a David Gilmour en gloria y majestad queriendo volver a vernos “uno de estos días”. Ojalá repetirlo. Y si fue la única vez, quedó inscrita para siempre en nuestra memoria colectiva. Esa donde solo importa la música.