Noticias

Garbage en Chile 2025: Ritual de la extravagancia, entre distorsión y devoción

Una ceremonia donde la excentricidad se impuso como bandera. Shirley Manson hizo del Movistar Arena un estallido de identidades diversas

Garbage
Kena Luppichini

A las 21:15, Shirley Manson apareció. Trascendental, desafiante, vestida con un excéntrico vestido verde con morado. Su lenguaje es la extravagancia, su esencia, la provocación. Su voz, intacta, osciló entre la crudeza, la ternura y la nostalgia, mientras la bajista Nicole Fiorentino añadía una segunda voz espectral. Duke Erikson y Steve Marker alternaban entre guitarras y teclados, tejiendo una muralla sonora que solo Butch Vig, arquitecto de tantas revoluciones sonoras, podía sostener con su batería.

El 14 de marzo, el Movistar Arena no solo recibió a Garbage. Se convirtió en su santuario. Una comunión entre banda y público, una celebración de la resistencia sonora y emocional. La audiencia, mayoritariamente femenina, reflejaba la diversidad de expresiones que han seguido a la banda. No era solo un concierto, era un eco de una generación que convirtió la angustia en arte y la rebeldía en identidad.

La performance de Garbage abrió con «Queer». Una mezcla de deseo, alienación y desafío. La canción, que en su época fue un manifiesto de lo extraño, lo ambiguo, lo indomable, sigue resonando como un himno de identidad y resistencia. La conexión de Manson con el público era palpable; hablaba en inglés, pero su lenguaje real era la energía, la complicidad tácita con una audiencia que coreaba cada palabra.

Guiño musical y protesta en el escenario

Uno de los momentos más electrizantes llegó con «Wicked Ways», que sorprendió al fusionarse con «Personal Jesus» de Depeche Mode. No fue solo un guiño musical; fue un recordatorio de que el rock es un tejido de influencias y rebeliones compartidas. Luego, «The Men Who Rule the World» convirtió el escenario en un acto de resistencia política. Cuando empezó, el aire se cargó de historia. Manson recordó su paso por Chile en 2019, cuando el país ardía en protestas. Habló de resistencia, de lucha. De cómo esa rabia quedó impregnada en su música. No fue solo una canción. Fue un eco de un país que aún busca justicia.

El clímax de la noche

Entonces, estalló. «Stupid Girl» incendió el Movistar Arena. Gritos, saltos, una explosión de catarsis colectiva. La energía explotó. Nadie se contuvo. Era un himno generacional vibrando en cada rincón del recinto. Luego, «Only Happy When It Rains» nos sumergió en una melancolía irónica. El piano solitario marcó el inicio de un viaje emocional. En la pantalla, lluvia. En el aire, nostalgia. «I Think I’m Paranoid« selló el frenesí de la noche. Cancha y galerías eran una sola masa vibrante, unida en un trance de distorsión y euforia.

Publicidad

Otro momento emotivo del concierto ocurrió cuando Shirley Manson regaló uno de sus guantes a una fan que estaba en las primeras filas. La seguidora, con lágrimas en los ojos, recibió el gesto con una emoción desbordante. Fue un instante de conexión genuina, un recordatorio de la cercanía que Garbage mantiene con su público.

Cuando Butch Vig fue presentado, el Movistar Arena rugió en una ovación que solo Manson pudo superar. Fue un reconocimiento no solo a su legado, sino al peso de una historia que sigue viva. Después de casi dos horas y 23 canciones, Garbage dejó el escenario con la certeza de que su música sigue siendo un refugio para los que no encajan, para los que encuentran belleza en la disonancia. Más que un concierto, fue un acto de reafirmación. Un himno a los que desafían lo hegemónico, a los que nunca se dejan silenciar.


Contenido patrocinado

Compartir