Al revisar tablas de posiciones de los años 50 y 60 asoma una anomalía: para muchos equipos de Santiago parecían no operar estrictamente los mecanismos de descenso. Bádminton, Green Cross, Santiago Morning y Magallanes, por ejemplo, se escabulleron de los potreros apelando a decisiones de pasillo. ¿La justificación? Según una regla no escrita, los llamados “miembros fundadores” que estrenaron el profesionalismo en 1933 debían acabar 3 veces como colistas (!) para recién bajar a Segunda.
Para el resto de los clubes -aquellos de provincia, en general- operaba siempre la mano dura. Si salían últimos, se iban y punto.
El campeón indiscutido de los resquicios fue Iberia de Santiago, primer club ascendido oficialmente en la historia del fútbol chileno. Ya en 1953 debió irse a la naciente Segunda División, pero aprovechó que Thomas Bata de Peñaflor (campeón del Ascenso) renunció a subir. Al año siguiente los catalanes -tras dar bote durante 9 temporadas en Primera- finalmente bajaron. Jamás regresarían a la elite; al contrario, se convertirían en huéspedes permanentes del sótano en Segunda.
Iberia fue colista del Ascenso en 1959, pero se negó a volver al amateurismo arguyendo otra regla oscura: los equipos que alguna vez habían jugado en Primera también debían terminar últimos 3 veces antes de abandonar el fútbol profesional (y regresar a su asociación local). La misma excusa sirvió en 1961.
En 1965 el fusionado Iberia Puente-Alto nuevamente acabó en la cola, completando las 3 veces exigidas para descender. Esta vez sus avispados dirigentes reclamaron que su «asociación de origen» era justamente la Segunda División: el descenso para ellos, entonces, sólo era un trámite antes de postular y ser reinscritos en forma automática en ese campeonato. Increíblemente la Asociación Central de Fútbol aceptó esta payasada y al año siguiente los blanquiazules fueron «readmitidos» en el torneo.
Seguros ya de que jamás descenderían, en los años sucesivos los dirigentes iberianos no invirtieron un peso en el club. El plantel no entrenaba en la semana, sus jugadores no recibían remuneraciones fijas y para ahorrar plata el club paulatinamente dejó de jugar en Puente Alto para volver al nomadismo en Santiago. En la foto de abajo, de 1967, se ve a Ñublense en el estadio puentealtino antes de ganarle a Iberia: fue una de las últimas ocasiones en que ese recinto acogería al fútbol profesional.
Mientras tanto, equipos sin buenos abogados como San Bernardo Central, Valparaíso Ferroviario, Alianza y Luis Cruz Martínez de Curicó desaparecían sin piedad del mapa al finalizar últimos; otros como Coquimbo, Ovalle y Trasandino debían sudar la gota gorda para regresar al profesionalismo tras cumplir una mala temporada en Segunda. Y ciudades grandes como Antofagasta, Concepción y muchas más debían cumplir docenas de requisitos para soñar con un cupo en el Ascenso (que el minúsculo equipo iberiano tenía casi asegurado).
El fútbol chileno -con algo de razón- comenzó a aborrecer a Iberia y sus santos en la corte.
En 1968 Iberia-Puente Alto fue otra vez colista. Empeñada por fin en limpiar de sus filas a los clubes capitalinos sin arrastre, la dirigencia central advirtió que la precaria institución no regresaría jamás a Segunda.
¿Qué sucedió? La entidad ofertó su aún vigente franquicia al mejor postor: tras negociar con autoridades de Curicó, al cabo decidió mudarse 500 km al sur de la capital para fusionarse con Deportes Los Ángeles y así dar origen al Iberia Bío-Bío. La nueva reencarnación del club postuló al Ascenso y -era que no- fue admitida por enésima vez.
Como se ve, la pésima fortuna de los actuales azulgranas quizás remite a ese club odioso que aún pena en su memoria.
Fotos: Archivo revista Gol y Gol.