Tras el golpe de 1973, el fútbol también vivió su propia intervención militar. Particularmente en provincias, montones de oficiales de rangos medios se integraron a las dirigencias de los clubes (Antofagasta Portuario, Malleco Unido o Santiago Wanderers, por ejemplo). A la vez, muchos alcaldes -algunos también uniformados- asumieron pronto la presidencia de instituciones como Rangers, Green Cross o Ñublense.
Imbuidos de espíritu patriótico, al asumir declaraban que su sueño era lograr que el fútbol representara a las “fuerzas vivas locales” y contribuyera a la amistad cívico-militar, además de estimular el ideal de la vida sana entre la juventud.
Al cabo -como era esperable- la llegada de los militares al fútbol simplemente les dio rienda suelta para ejercitar su vanidad en el rentable juego de poderes que siempre gira alrededor de la pelotita.
Niño símbolo de esta oscura etapa fue el entonces general subdirector de Carabineros, Eduardo Gordon Cañas. Criado en una familia policial, desde chiquitito fue pelotero e hincha colocolino. Tras el golpe, logró instalarse en la directiva alba; casi de rebote, dos años después se convertiría nada menos que en presidente de la Asociación Central de Fútbol, en unas curiosas “elecciones” bien vigiladas por el gobierno (historia muy bien contada en este paper).
La administración Gordon -quien en paralelo seguía su ascendente carrera policial- se resume en una suma de payasadas administrativas, el abandono en estampida del público de los estadios, sistemáticos fracasos deportivos y el delirio del “fútbol empresa” que tomó por asalto a los clubes más populares. Su salida de la ACF fue forzada en 1979 luego del ordinario escándalo del Sudamericano Juvenil de Paysandú, cuando se falsificaron pasaportes para “rebajar” la edad de 13 de los 18 muchachones que componían el plantel chileno.
Pero antes de eso, el general Gordon se había dado maña para estampar su patriótico sello en la conducción del fútbol. Conocido es su veto al “rojo” Carlos Caszely durante las eliminatorias para el Mundial de Argentina. Olvidadas, sin embargo, están otras medidas que tomó durante su gestión. Una de ellas hoy asoma como estrafalaria, pero en su momento fue juzgada por la prensa casi como digna de aplauso.
En 1976, varias estrellas locales -Figueroa, Caszely, Reinoso, Castro, Quintano- jugaban fuera de Chile. Entonces nada obligaba a los clubes dueños de los pases a cederlos a sus selecciones, ni siquiera para partidos eliminatorios. Todo dependía de la buena voluntad o las súplicas.
Gordon, autodefinido como “nacionalista”, discurrió una brillante idea: prohibió por decreto el traspaso de cualquier jugador “seleccionable” desde nuestra liga al extranjero.
Un caso concreto: a fines de 1976 la Unión Española anunció la venta al Cruzeiro -recién coronado campeón de la Copa Libertadores- de Mario Soto (mejor jugador del ‘75). Cuando el rudo volante ya tenía en sus manos los pasajes para realizarse los chequeos médicos en Belo Horizonte, saltó la ACF.
“El organismo que presido no otorgará el pase internacional a ningún elemento que esté considerado en los planes de Caupolicán Peña, el seleccionador nacional”, sentenció Gordon. Consultado, Don Caupo dijo que Soto estaba en su planificación, que venderlo a un club foráneo estaba “prohibido” y que no quedaba nada más que hacer. Abel Alonso, presidente hispano (y quien sucedería a Gordon en la ACF), reclamó amargamente por el sabotaje a un negocio que le reportaría 180 mil dólares a su club.
La venta, por cierto, se frustró; Gordon declaró entonces estar feliz de que las reglas se respetaran por el bien de Chile.
Fotos: revista Estadio.